Isabel Di Marco
La pesadilla había comenzado como un susurro de inquietud, transformándose rápidamente en una tormenta implacable. En el sueño, estaba nuevamente en el bosque oscuro, el frío y la humedad de la tierra bajo mis pies descalzos. La sensación de ser perseguida por una sombra imponente y malvada me llenaba de una desesperación indescriptible. La imagen del hombre ruso, con su mirada fría y despiadada, se repetía una y otra vez. Sus gritos, las amenazas, los disparos... todo se mezclaba en un torbellino de terror y confusión.
Las imágenes eran tan vivas que podía sentir el roce del metal frío en mi piel y oír el eco de los disparos resonando en mi mente. Mi cuerpo estaba tensado, y mis intentos de escapar eran inútiles, atrapada en una pesadilla sin fin. El dolor y el miedo se intensificaban con cada segundo que pasaba, y mi lucha se volvía más desesperada.
De repente, el grito desgarrador que había intentado contener escapó de mis labios. El miedo era tan palpable que sentía que mi corazón iba a estallar. El mundo a mi alrededor se desvaneció en una oscuridad abrumadora, y mi cuerpo se tensó en una última sacudida antes de que el sueño se disipara.
Desperté de golpe, el corazón latiendo con una fuerza casi dolorosa en mi pecho. La pesadilla aún me envolvía, y el sudor cubría mi frente y mi espalda. La respiración era errática y entrecortada, y sentía que cada músculo de mi cuerpo estaba tenso por el estrés.
Mientras intentaba enfocarme, me di cuenta de que no estaba sola. El entorno oscuro y confuso de la pesadilla se había desvanecido, y en su lugar estaba la habitación iluminada débilmente por una lámpara. Angelo estaba allí, a mi lado, y la calidez de su presencia contrastaba con el frío del miedo que había sentido. Su rostro, aunque parcialmente cubierto por la sombra, estaba cerca de mí, y su respiración profunda y calmada era un bálsamo para mi agitación.
La angustia y el alivio se mezclaron en mi mente mientras mi vista se aclaraba y podía ver con más claridad. Angelo me sostenía con ternura, sus brazos fuertes y protectores rodeándome. Mi corazón se apaciguó lentamente mientras me aferraba a él, buscando consuelo en su abrazo.
—Shh, estás a salvo. Estoy aquí contigo, no te dejaré ir —su voz era un murmullo suave y reconfortante, sus palabras llenas de una preocupación sincera que me tranquilizó.
Mis lágrimas empezaron a brotar, y mi cuerpo se sacudía levemente mientras trataba de contener el sollozo. Sentí su calor penetrante y el ritmo constante de su corazón contra mi pecho, una sensación de seguridad que contrastaba dramáticamente con la desesperación de la pesadilla.
Angelo me miró con una mezcla de preocupación y ternura. Su expresión, normalmente dura y calculadora, se suavizaba en esos momentos, mostrando la profundidad de su preocupación.
-Estás bien. Los médicos están hicieron todo lo posible para que te recuperes. Solo descansa ahora, todo estará bien.
Me acurruqué más cerca de él, buscando refugio en su cercanía. El dolor persistía en mi cuerpo, y los recuerdos de la pesadilla aún se arrastraban por mi mente, pero el calor de Angelo me daba una sensación de esperanza. Su abrazo, sus caricias suaves, y la seguridad en su voz eran el anhelo de normalidad y tranquilidad que necesitaba desesperadamente.
Mientras me aferraba a su pecho, sentí el peso de su preocupación. Era como si el mundo entero hubiera desaparecido, dejándonos solos en una burbuja de consuelo y afecto. Los latidos de su corazón eran un ritmo constante y tranquilizador, y su respiración, aunque tranquila, parecía estar sintonizada con la mía.
En un momento, Angelo se inclinó hacia mí, su rostro acercándose al mío. Nuestros ojos se encontraron, y pude ver en su mirada un torrente de emociones que iba más allá de las palabras. La intensidad de su mirada me hizo sentir que estaba completamente protegida, que nada malo podría alcanzarme mientras él estuviera a mi lado.
—No sé qué haría sin ti —murmuró, con su voz casi inaudible pero llena de una vulnerabilidad que raramente mostraba.
Antes de que pudiera responder, Angelo me besó suavemente en la frente, el gesto cargado de una ternura y devoción que me hicieron sonreír a pesar del dolor. Sus labios estaban cálidos y suaves, y el contacto me hizo sentir una paz inesperada. Luego, con un gesto delicado, se inclinó más y me besó los labios, un beso lento y lleno de significado.
El mundo fuera de esa habitación parecía desvanecerse mientras él me abrazaba con más firmeza. En ese beso, había un pacto silencioso, una promesa de que estaría allí para mí sin importar lo que viniera. Me sumergí en la calidez de su abrazo, dejándome llevar por el consuelo que me ofrecía.
El dolor y el miedo se desvanecieron lentamente, reemplazados por una sensación de paz que solo él podía darme. Me recarge en su pecho, y en ese momento, me di cuenta de que estaba dispuesta a enfrentar cualquier cosa siempre que tuviera a Angelo a mi lado. Su apoyo y devoción me dieron la fuerza para seguir adelante, para enfrentar el mundo con una renovada determinación. Y mientras nos quedábamos así, en la tranquilidad de la noche, su abrazo era mi refugio, mi hogar en medio de la tormenta.
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Editado: 05.05.2025