Crown of darkness

Trentotto.

Isabel Di Marco

El sol apenas comenzaba a asomar en el horizonte cuando desperté de nuevo, el leve resplandor de la mañana entrando a raudales a través de las cortinas. Me sentía cansada, con el cuerpo aún adolorido y las heridas punzando con cada pequeño movimiento. El aroma a medicamentos y antisépticos llenaba la habitación, recordándome que mi recuperación apenas había comenzado.

Un médico entró en la habitación, seguido de una enfermera que llevaba una pequeña bandeja con varios frascos de pastillas y un vaso de agua. Angelo, que había estado a mi lado durante la noche, se apartó ligeramente para permitirles trabajar, aunque su preocupación por mí era palpable.

—Buenos días, señora Di marco —dijo el médico con una voz calmada y profesional mientras se acercaba a la cama—. ¿Cómo se siente hoy?

—Más cansada que ayer —respondí, mi voz rasposa y débil. Me esforzaba por mantener los ojos abiertos mientras trataba de procesar lo que estaba sucediendo.

El médico asintió y me sonrió con amabilidad. Se acercó a mi cama y empezó a revisar mis signos vitales, sus movimientos meticulosos y profesionales ofreciendo una sensación de calma en medio de mi agitación.

—Entiendo. Vamos a asegurarnos de que esté bien hidratada y con el nivel de medicación adecuado. —El médico comenzó a administrar una solución intravenosa que me ayudó a sentir una ligera oleada de alivio, el líquido frío y calmante fluyendo por mi cuerpo—. He revisado sus resultados y, aunque ha pasado por una experiencia traumática, parece que se está recuperando de manera satisfactoria. Sin embargo, necesita reposo completo para recuperarse adecuadamente.

La enfermera se acercó con un pequeño vaso de agua y las pastillas que debía tomar. Las pastillas eran una mezcla de analgésicos y antibióticos para ayudar a mitigar el dolor y prevenir infecciones. Las recibí con una mano temblorosa, y Angelo se inclinó para ayudarme a tomar el medicamento.

—Aquí, toma esto —dijo él, su voz suave y reconfortante—. Te ayudará a sentirte mejor.

Mis dedos se aferraron al vaso mientras tomaba las pastillas, tratando de tragar sin mucho éxito. El medicamento tenía un sabor amargo que dejaba un regusto desagradable en mi boca, pero confiaba en que me ayudaría a sentirme mejor.

El médico y la enfermera se movieron rápidamente para terminar su trabajo, asegurándose de que todo estuviera en orden. Al final, el médico me dio una última recomendación.

—Recuerde descansar mucho y no esforzar su pierna. Con el tiempo y rehabilitación, sus heridas sanarán y su cuerpo se recuperará. Si experimenta algún dolor inusual o si nota algo fuera de lo común, avísenos de inmediato.

—Gracias —dije con voz débil, sintiendo la fatiga y el agotamiento de la situación.

Una vez que los profesionales se habían ido, Angelo regresó a mi lado. Su mirada estaba llena de una preocupación constante que apenas podía ocultar, pero también había una determinación inquebrantable en su postura. Se sentó en una silla al lado de la cama, tomando mi mano con suavidad.

—Descansa ahora —dijo, su voz cargada de cariño—. Estoy aquí contigo. No tienes que preocuparte por nada más.

Me recosté en la cama, mi cuerpo todavía cansado pero aliviado por la medicación y el apoyo de Angelo. Con cada minuto que pasaba, sentía que mi energía regresaba lentamente, aunque el proceso de recuperación sería largo y difícil.

El sol de la mañana iluminaba suavemente la habitación mientras el medicamento empezaba a hacer efecto. Me sentía más relajada y menos dolorida, aunque aún no me había recuperado del todo. Angelo, sentado a mi lado, observaba con una mezcla de preocupación y ternura mientras yo intentaba poner en orden mis pensamientos. Su presencia era reconfortante, pero también sabía que había muchas preguntas sin responder, muchas heridas que iban más allá de las físicas.

—Isabel —dijo Angelo, rompiendo el silencio con una voz suave pero cargada de preocupación—, necesito que me cuentes todo lo que pasó. ¿Qué te hicieron? ¿Quién estuvo allí? Necesito saber cada detalle para asegurarme de que esto nunca vuelva a ocurrir.

Tomé un respiro profundo, sintiendo cómo el dolor en mi cuerpo se mezclaba con el peso de los recuerdos. Sabía que tenía que contarle todo, por difícil que fuera. Angelo merecía saber la verdad, y yo necesitaba sacar todo eso de mi pecho.

—Fue el ruso —comencé, con una voz débil pero firme—. Él... él me llevó a un lugar bajo tierra, un lugar frío y oscuro. No sé exactamente dónde era, pero estaba lejos de todo. Me ató, me interrogó, y... —mi voz se quebró por un momento, pero continué— me torturó. —Quería información sobre ti, Angelo —continué, sintiendo cómo el recuerdo de aquellas palabras del ruso volvía a mi mente con claridad—. Me preguntó sobre rutas, zonas de operación, nombres de tus aliados... cosas relacionadas con la mafia italiana en Nueva York. Cosas que yo no podía decirle, porque ni siquiera las sabía. Y aunque las hubiera sabido, no se las habría dicho. No te traicionaría, nunca.

Angelo escuchaba en silencio, sus ojos gris oscuro fijos en los míos, pero podía ver cómo la ira se acumulaba en su mirada. Sabía que cada palabra que decía lo estaba llevando al límite, pero también sabía que necesitaba contarle todo. Él merecía saber la verdad, por más dolorosa que fuera.

—Pero... —dije, haciendo una pausa para respirar profundamente—, aunque no respondí nada, parecía que el ruso no estaba realmente interesado en esa información. No del todo. Sus preguntas eran solo una fachada, una manera de distraerme de su verdadero propósito.

Angelo frunció el ceño, confundido pero intrigado.

—¿Su verdadero propósito? —preguntó, con una voz que denotaba tanto curiosidad como preocupación.

Asentí lentamente, sintiendo cómo el peso de aquellas memorias volvía a abrumarme.

—Sí —respondí—. Lo que él realmente quería era hacerme sufrir. No le importaban las rutas, las zonas o los nombres. Todo eso era solo una excusa para justificar lo que hacía. Su verdadero objetivo era vengarse de ti a través de mí. Quería que sintiera dolor, que me quebrara, para que tú supieras que había ganado. Que había logrado lastimarte donde más te importaba.




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