Isabel Savino
La mañana siguiente llegó con una luz suave que se filtraba por las cortinas de mi habitación. Me desperté sintiendo el peso del brazo de Angelo alrededor de mí, recordando la noche anterior y cómo había estado ahí para calmarme después de la pesadilla. Aunque el miedo aún estaba presente, su presencia me daba una sensación de seguridad que hacía que todo pareciera un poco más manejable.
Angelo ya estaba despierto, observándome con una sonrisa suave en los labios.
—Buenos días, principessa —dijo, acariciando mi cabello con delicadeza—. ¿Cómo dormiste después de... ya sabes?
—Mejor —respondí, sonriendo levemente—. Gracias a ti.
Él asintió, satisfecho, pero había algo en su mirada que me hizo sospechar.
—Hoy tengo una sorpresa para ti —dijo, con un tono de voz que denotaba emoción contenida—. Algo que creo que te ayudará a sentirte un poco más como antes.
—¿Una sorpresa? —pregunté, levantando una ceja con curiosidad—. Angelo, no tienes que...
—Sí, tengo que —me interrumpió, con una sonrisa más amplia—. Confía en mí. Te va a gustar.
No tuve tiempo de protestar más. Angelo se levantó de la cama con esa energía característica suya y me ayudó a hacer lo mismo. Después de un desayuno ligero y de asegurarse de que me sentía bien, me llevó hacia la salida de la mansión.
—¿Adónde vamos? —pregunté, mientras caminábamos hacia el auto que nos esperaba.
—Es una sorpresa, ¿recuerdas? —respondió, con un guiño—. Pero te doy una pista: es un lugar al aire libre, tranquilo, y donde podrás relajarte.
El viaje fue corto, y pronto llegamos a un parque que conocía bien. Era un lugar hermoso, lleno de árboles y senderos, con áreas abiertas donde la gente solía hacer picnics o simplemente disfrutar del sol. Aunque había algunas personas alrededor, no estaba abarrotado, lo que me hizo sentir un poco más tranquila.
—¿Un paseo por el parque? —pregunté, mirándolo con una sonrisa.
—Sí, pero eso no es todo —dijo, tomando mi mano—. Vamos.
Caminamos por uno de los senderos, disfrutando del aire fresco y del sonido de los pájaros. Aunque al principio me sentía un poco nerviosa, la presencia de Angelo a mi lado y la belleza del lugar me ayudaron a relajarme. Sin embargo, no pude evitar notar que, aunque parecía que estábamos solos, había hombres discretamente posicionados en diferentes puntos del parque. Eran los hombres de Angelo, vigilando desde la distancia para asegurarse de que estuviéramos seguros.
—¿Son necesarios tantos guardias? —pregunté en voz baja, mirando hacia uno de ellos.
Angelo siguió mi mirada y luego me miró a mí, con una expresión seria pero calmada.
—Sí —respondió simplemente—. No voy a correr riesgos contigo, Principessa. Pero no dejes que eso te preocupe. Hoy es para que disfrutes, no para que te estreses.
Asentí, tratando de no pensar en ello. Sabía que Angelo solo quería protegerme, y aunque la presencia de sus hombres me recordaba lo que había pasado, también me hacía sentir más segura.
Después de un rato caminando, llegamos a un claro en el parque donde una manta estaba tendida en el suelo, con una canasta de picnic y algunas almohadas. Había frutas, sándwiches, y una botella de vino, todo preparado con cuidado.
—¿Un picnic? —pregunté, mirándolo con una sonrisa genuina—. Angelo, esto es... increíble.
Él sonrió, satisfecho de ver mi reacción.
—Solo quería que tuvieras un día tranquilo —dijo, ayudándome a sentarme en la manta—. Un día en el que pudieras olvidarte de todo lo demás y simplemente disfrutar.
Nos sentamos juntos, disfrutando de la comida y la compañía. Aunque al principio me costó relajarme por completo, poco a poco me fui sintiendo más cómoda. Angelo me hablaba de cosas triviales, de recuerdos felices, de planes para el futuro. Era como si estuviera intentando llenar mi mente con cosas buenas, para que no hubiera espacio para los malos recuerdos.
—¿Sabes? —dijo en un momento dado, mirándome con una sonrisa—. Cuando todo esto termine, quiero llevarte a Italia. Quiero que conozcas mi tierra, que veas los lugares donde crecí. Será como un nuevo comienzo para nosotros.
Sonreí, sintiendo cómo sus palabras me llenaban de esperanza.
—Me encantaría —respondí—. Pero solo si prometes que no habrá más sorpresas como esta. No sé cuánto más puedo soportar.
Él se río, un sonido cálido y reconfortante.
—Te prometo que las únicas sorpresas serán buenas —dijo, tomando mi mano—. Y siempre estaré ahí para protegerte, sin importar lo que pase.
Y así, en medio del parque, rodeados de naturaleza y con la discreta protección de sus hombres, Angelo y yo pasamos una tarde que, aunque no podía borrar todo lo que había pasado, me recordó que aún había cosas buenas en el mundo. Cosas por las que valía la pena luchar. Y con Angelo a mi lado, sabía que podía enfrentar cualquier cosa.
El sol brillaba suavemente sobre nosotros mientras disfrutábamos del picnic, la brisa fresca del parque acariciando nuestras caras. Angelo, recostado sobre un codo, comenzó a contarme una historia de su infancia, algo que rara vez hacía. Sus ojos brillaban con nostalgia mientras hablaba.
—Cuando era niño —comenzó, con una sonrisa en los labios—, solía pasar los veranos en la casa de mi abuela en Sicilia. Tenía un huerto enorme lleno de limoneros, y mi hermana y yo pasábamos horas corriendo entre los árboles, jugando a escondernos y robando limones para hacer limonada. Mi abuela siempre nos regañaba, pero nunca podía evitar reírse cuando nos veía con las manos llenas de frutas y las caras llenas de picardía.
Me reí suavemente, imaginando a un pequeño Angelo corriendo entre los árboles, travieso y lleno de vida. Era una imagen tan diferente del hombre serio y protector que tenía a mi lado, pero también era una parte de él que me encantaba descubrir.
—Suena maravilloso —dije, apoyando la cabeza en mi mano—. Debe haber sido increíble crecer en un lugar así.
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Editado: 05.05.2025