Al día siguiente, me desperté con una sensación de anticipación. Sabía que la noche sería crucial, y aunque los nervios estaban presentes, también sentía una determinación inquebrantable. Había pasado la mañana repasando los detalles del plan con Lorenzo, asegurándonos de que todo estuviera listo para la fiesta. Pero justo cuando pensaba que ya lo había visto todo, Angelo apareció en la puerta de mi habitación con una caja grande y elegantemente envuelta en sus manos.
—Isabel —dijo, con una sonrisa que iluminó su rostro—, tengo algo para ti.
Me levanté de la cama, curiosa pero también un poco sorprendida.
—¿Qué es? —pregunté, mirando la caja con intriga.
—Ábrela y lo verás —respondió, colocando la caja sobre la cama con cuidado.
Con manos ligeramente temblorosas, desaté la cinta y levanté la tapa. Dentro, envuelto en papel de seda, había un vestido que me dejó sin aliento. Era de un rojo vino intenso, un color que evocaba la sangre oscura, con detalles bordados que brillaban sutilmente bajo la luz. El tejido era suave al tacto, y el diseño era elegante pero audaz, perfecto para una fiesta exclusiva.
—Angelo, es... es hermoso —dije, sin poder ocultar la emoción en mi voz.
Él sonrió, claramente satisfecho con mi reacción.
—Es para ti —dijo—. Un pequeño agradecimiento por todo lo que has hecho. Sé que esta noche será importante, y quiero que te sientas segura y poderosa. Este vestido es para recordarte que eres capaz de cualquier cosa.
Las lágrimas asomaron a mis ojos, pero las contuve. Sabía que este gesto no era solo un regalo; era una muestra de su confianza en mí, de su gratitud por mi apoyo. Y eso significaba más que cualquier vestido.
—Gracias, Angelo —dije, mirándolo con sinceridad—. No solo por el vestido, sino por creer en mí. Esta noche, no te defraudaré.
Él se acercó y tomó mi mano, su mirada llena de una intensidad que me hizo estremecer.
—Nunca podrías defraudarme, principessa —dijo—. Solo sé tú misma, y eso será más que suficiente. Ahora, prepárate. La noche nos espera.
Cuando Angelo salió de la habitación, me quedé sola con el vestido y mis pensamientos. Aunque estaba emocionada por usarlo, una parte de mí vacilaba. Miré hacia abajo, hacia la cicatriz en mi pierna, un recordatorio constante de lo que había pasado. La herida había sanado, pero la marca seguía ahí, como un eco del dolor que había soportado. Y no era solo la cicatriz física; el trauma de aquel encuentro con el ruso aún pesaba en mi mente. A veces, en los momentos más inesperados, sentía que sus manos frías volvían a rozar mi piel, o que su voz susurraba en mi oído, llena de amenazas.
Respiré hondo, tratando de calmarme. No podía permitir que esos pensamientos me controlaran. No esta noche. Me acerqué al espejo y me miré fijamente, recordando las palabras de Angelo: Eres capaz de cualquier cosa. Tenía que creerlo, aunque fuera difícil.
Ya en la tarde me vestí con cuidado, sintiendo cómo el tejido del vestido se ajustaba perfectamente a mi cuerpo. Era hermoso, sin duda, pero también me hacía sentir expuesta. La cicatriz en mi pierna no era visible bajo el vestido, pero sabía que estaba ahí, y eso me hacía sentir vulnerable. Sin embargo, me negué a dejar que eso me detuviera. Me apliqué un poco de maquillaje, lo suficiente para resaltar mis rasgos sin parecer que estaba tratando demasiado. Luego, me recogí el cabello en un elegante moño, dejando unos cuantos mechones sueltos para enmarcar mi rostro.
Cuando terminé, me miré en el espejo una última vez. Me veía bien, incluso hermosa, pero aún había una sombra de inseguridad en mis ojos. La oculté lo mejor que pude, forzándome a sonreír. No podía permitir que nadie, y mucho menos Angelo, viera mis dudas.
Salí de la habitación y lo encontré esperándome en el pasillo. Su mirada se iluminó cuando me vio, pero por un breve instante, noté cómo sus ojos se detenían en mi rostro, como si estuviera buscando algo. Hizo un gesto raro, una especie de fruncimiento de ceño casi imperceptible, pero lo suficiente para que me diera cuenta.
—¿Estás bien? —preguntó, con un tono que intentaba sonar casual pero que no lograba ocultar del todo su preocupación.
—Sí, claro —respondí rápidamente, forzando una sonrisa más amplia—. Solo estoy un poco nerviosa, eso es todo. Es una noche importante, ¿no?
Él asintió, pero su mirada seguía escudriñándome. Sabía que no le había convencido del todo, pero no podía permitir que mis inseguridades arruinaran todo el trabajo que habíamos hecho. Así que me acerqué a él y le tomé la mano, mirándolo directamente a los ojos.
—Angelo, confía en mí —dije, con una voz más firme de lo que me sentía—. Estoy lista. No voy a dejar que nada nos detenga esta noche.
Por un momento, pareció dudar, pero luego asintió lentamente.
—De acuerdo, principessa —dijo, apretando mi mano—. Vamos, entonces.
Mientras caminábamos hacia el auto, sentí cómo la ansiedad intentaba apoderarse de mí otra vez. Pero me aferré a la sensación de la mano de Angelo en la mía, recordándome que no estaba sola. Él estaba ahí, y juntos, podíamos enfrentar lo que viniera.
—¿Estás lista? —preguntó, mirándome con esos ojos que siempre parecían ver más allá de lo que yo mostraba.
—Sí —dije, con una voz más firme de lo que me sentía—. Estoy lista.
Y así, con el vestido rojo vino brillando bajo la luz de la luna y la determinación ardiendo en mi corazón, nos dirigimos hacia la fiesta. Sabía que no sería fácil, que habría momentos en los que el miedo intentaría apoderarse de mí, pero también sabía que no podía dejar que eso me detuviera. Porque, al final, no se trataba solo de recuperar un imperio, sino de demostrar que podía superar mis miedos y salir más fuerte de todo esto. Y con Angelo a mi lado, sentía que podía lograrlo.
Le sonreí de vuelta, sintiendo un calor en mis mejillas. Sabía que este era solo un paso en el camino, pero me sentía segura con Angelo a mi lado.
#160 en Detective
#133 en Novela negra
#1963 en Novela romántica
#677 en Chick lit
Editado: 05.05.2025