Isabel finalmente se quedó dormida, su respiración agitada se calmó poco a poco hasta convertirse en un ritmo suave y constante. Su cabeza descansaba sobre mi pecho, y sus manos, que antes se aferraban a mí con desesperación, ahora yacían relajadas en mi pecho. La habitación estaba en silencio, solo interrumpido por el leve sonido de su respiración y el tic-tac distante del reloj en la pared. No quería moverme, no quería despertarla, pero sabía que no podía quedarme ahí toda la noche. Había cosas que necesitaba atender, cosas que no podían esperar.
Con cuidado, comencé a deslizarme de debajo de ella, moviéndome lentamente para no perturbarla. Cada movimiento era calculado, cada respiración contenida, hasta que finalmente logré liberarme. Isabel murmuró algo en sueños, pero no despertó. La arropé con la manta, asegurándome de que estuviera cómoda, y me quedé mirándola por un momento. Incluso dormida, su rostro mostraba rastros de la angustia que la había consumido. Prometí en silencio que no permitiría que nadie la lastimara de nuevo.
Salí de la habitación en puntillas, cerrando la puerta con cuidado detrás de mí. El pasillo estaba iluminado tenuemente por la luz de la luna que se filtraba a través de las ventanas. Saqué mi teléfono y marqué un número familiar. Lorenzo contestó al segundo tono, como siempre.
—Señor —dijo Lorenzo con su voz al otro lado, seria y alerta.
—Necesito que vengas —dije, sin preámbulos—. Ahora.
No hubo preguntas, solo un breve "en camino" antes de que colgara. Lorenzo era así, eficiente y discreto. Sabía que no lo llamaría a esta hora si no fuera importante.
Bajé las escaleras hacia el estudio, encendiendo las luces tenues que iluminaban el espacio sin ser invasivas. Me serví un trago, necesitando algo que me ayudara a calmarme después de la noche que acababa de pasar. El sonido del hielo chocando contra el cristal era el único ruido en la habitación hasta que escuché la puerta principal abrirse y cerrarse con suavidad. Pasos firmes se acercaron, y Lorenzo apareció en el umbral, impecable como siempre, a pesar de la hora.
—Señor —dijo con una inclinación de cabeza—. ¿Qué pasó?
—Isabel —dije, sin rodeos—. La encontré llorando en el suelo. No puedo permitir que esto vuelva a suceder.
Lorenzo asintió, su expresión seria. No necesitaba más explicaciones. Sabía lo que Isabel significaba para mí, lo que había pasado, y lo que estaba en juego.
—Desde ahora, no la pierdas de vista —ordené, con una voz que no dejaba lugar a dudas—. No importa lo que pase, no importa lo que ella diga. Jamás la dejes sola. ¿Entendido?
—Entendido —respondió Lorenzo sin vacilar—. No la perderé de vista.
—Bien —dije, tomando un sorbo de mi trago antes de continuar—. Necesito un informe completo del teléfono desde el que llamó el ruso. Quiero saber de dónde vino esa llamada, a quién más ha contactado, y todo lo que puedas averiguar. Y quiero que lo hagas rápido.
Lorenzo asintió de nuevo, sacando una pequeña libreta para anotar las instrucciones.
—Lo tendrá mañana —dijo—. ¿Necesita algo más?
—Sí —dije, apretando el vaso entre mis manos—. ¿Qué hay de Sergei y Viktor? ¿Alguna novedad?
Lorenzo frunció el ceño, y su expresión se volvió más tensa.
—Sergei sigue escondido, pero tenemos algunos indicios de que podría estar en Praga. Estamos siguiendo pistas. En cuanto a Viktor... —hizo una pausa, como si midiera sus palabras—. Es más escurridizo. Parece que tiene contactos en lugares altos que lo están protegiendo. Pero no nos detendremos hasta encontrarlo.
—No me importa cuánto tiempo tomé —dije, con una voz fría y determinada—. Ni cuánto dinero cueste. Quiero que los encuentren. Y cuando lo hagan, quiero ser el primero en saberlo.
—Lo entenderán, jefe —dijo Lorenzo, cerrando su libreta con un gesto firme—. No descansaremos hasta que estén frente a usted.
El sol de la mañana se filtraba a través de las cortinas de la habitación, iluminando suavemente el rostro de Isabel. Ella todavía dormía, su respiración era tranquila, pero su expresión no lo era. Incluso en sueños, su ceño estaba ligeramente fruncido, como si los demonios de la noche no la hubieran abandonado por completo. Me quedé un momento observándola, asegurándome de que estaba bien, antes de salir de la habitación en silencio.
Había pasado la mayor parte de la noche despierto, asegurándome de que no tuviera pesadillas o que no se despertara asustada. Ahora, con la luz del día, sabía que tenía que ocuparme de otras cosas, pero mi mente no podía alejarse de ella. Lorenzo ya estaba en el estudio, esperando con los informes que le había pedido, pero antes de reunirme con él, decidí pasar por la cocina.
—Prepara algo ligero para Isabel —le dije a la cocinera, una mujer mayor que llevaba años trabajando en la mansión—. Algo que pueda comer en la habitación.
Ella asintió con una sonrisa comprensiva. Sabía que Isabel no era una invitada cualquiera. Todos en la casa lo sabían.
Cuando llegué al estudio, Lorenzo ya tenía los informes listos sobre la mesa. Me saludó con una inclinación de cabeza y comenzó a hablar antes de que yo pudiera preguntar.
—El teléfono desde el que llamó el ruso es un prepago, imposible de rastrear directamente —dijo, con su tono habitual de eficiencia—. Pero estamos siguiendo algunas pistas. En cuanto a Sergei y Viktor, todavía no tenemos una ubicación exacta, pero estamos cerca.
Asentí, pero mi mente estaba dividida. Sabía que esos asuntos eran importantes, que no podía descuidarlos, pero no podía evitar pensar en Isabel. En cómo había llorado, en cómo se había aferrado a mí como si yo fuera su única ancla en medio de una tormenta.
—Bien —dije finalmente—. Sigan adelante. No descansen hasta encontrarlos.
Lorenzo asintió y se dispuso a salir, pero lo detuve antes de que llegara a la puerta.
—Y Lorenzo —dije, haciendo que se detuviera—. Asegúrate de vigilar la habitación de Isabel. No quiero que esté sola.
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Editado: 05.05.2025