Crown of darkness

Cinquantuno.

Angelo Di Marco

El vestíbulo de la oficina estaba envuelto en una calma tensa cuando llegué. El desasosiego en mi pecho creció mientras observaba a los empleados moverse con cautela bajo la sombra de la amenaza que había recibido. No podía permitirme que ningún peligro tocara a Isabel, y cada minuto sin ella parecía una eternidad.

Al entrar en el edificio, mi primer pensamiento fue buscarla. Sin embargo, para mi sorpresa, no estaba allí. El pánico comenzó a asentarse mientras preguntaba a los empleados sobre su paradero. Fue entonces cuando me di cuenta de que Lorenzo no estaba a su lado. Su ausencia en un momento como este era alarmante.

Lorenzo estaba en su puesto de vigilancia alrededor del edificio, un lugar que había tomado por precaución debido a la advertencia recibida. Al buscar información con urgencia, descubrí que Isabel había salido sola. Mi corazón se aceleró al darme cuenta de la seriedad de la situación.

El aviso que recibí en Italia había sido claro y siniestro: alguien quería hacerle daño a Isabel, y ahora ella se había ido sin la protección adecuada. Me dirigí rápidamente hacia la salida, mi mente corriendo con una mezcla de desesperación y furia. La idea de que algo le pudiera pasar mientras estaba sola me llenaba de una ansiedad casi insoportable.

Las calles de Manhattan estaban iluminadas por las luces de la ciudad, pero mi visión estaba nublada por el miedo. Apreté el paso hacia el café de enfrente, el lugar donde me dijeron que Isabel podría haber ido a buscar un café para despejarse. La posibilidad de encontrarla allí me dio un pequeño rayo de esperanza en medio de la tormenta de mis pensamientos.

Cuando llegué al café, la escena que se presentó ante mí me hizo sentir una oleada de alivio y horror a la vez. Isabel estaba sentada en una de las mesas del rincón, con la cabeza baja y un café humeante frente a ella. Pero a pesar de su aparente tranquilidad, había algo en su postura que me hizo temer lo peor.

Me acerqué a ella con rapidez, tratando de mantener la calma a pesar de la tormenta que se gestaba en mi interior. Los clientes del café parecían ajenos al tumulto emocional que estaba ocurriendo a unos pasos de distancia.

—Principessa —la llamé, mi voz entrecortada por la mezcla de preocupación y alivio. Isabel levantó la vista, y vi en sus ojos una chispa de sorpresa y preocupación al reconocerme.

—Angelo, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó, levantándose rápidamente al ver mi expresión seria y alarmada. No podía evitar notar que su rostro estaba pálido, y la tensión en sus hombros era evidente.

—¿Qué estás haciendo aquí sola? —le pregunté con una urgencia que no pude ocultar. La idea de que ella estuviera en peligro mientras estaba sola me llenaba de ansiedad. Isabel abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera decir algo, una sombra se cernió sobre nosotros.

Desde la esquina del café, un hombre de aspecto sombrío estaba observándonos, sus ojos fijos en Isabel. El momento de tranquilidad se rompió, y la sensación de peligro inmediato se hizo palpable. Mi instinto me dijo que la amenaza que había recibido en Italia había llegado más cerca de lo que pensaba.

—Vamos —dije con firmeza, tomando a Isabel por el brazo y guiándola fuera del café. La seguridad de Isabel era mi prioridad, y no podía permitirme que ningún riesgo se materializara.

Mientras salíamos del café, Lorenzo apareció con la misma rapidez con la que se había ido. Sus ojos se encontraron con los míos, y pude ver la preocupación en su rostro. Me dirigí a él, mi mente acelerando mientras intentaba analizar la situación y pensar en los siguientes pasos a seguir.

—¿Dónde está el hombre que la estaba observando? —le pregunté a Lorenzo, buscando cualquier pista sobre la amenaza inminente. Lorenzo asintió con la cabeza, indicando que el hombre había desaparecido.

Isabel se aferraba a mi brazo, su expresión aún cargada de preocupación. La intensidad de la situación había dejado su huella en ella, y yo estaba decidido a protegerla con todas mis fuerzas.

—Regresemos a la oficina —dije con determinación—. Necesitamos asegurarnos de que estés a salvo y evaluar cualquier posible amenaza.

El regreso a la oficina fue tenso, y la seguridad del edificio se reforzó inmediatamente. A medida que entrábamos en el vestíbulo, el peso de la amenaza y la urgencia de la situación estaban presentes en cada rincón. No podía permitir que nada le sucediera a Isabel, y mi mente estaba completamente centrada en mantenerla segura.

Mientras la noche se asentaba sobre la ciudad, la sensación de peligro y la preocupación por Isabel no desaparecían. Mi deseo de protegerla y asegurarme de que estuviera a salvo era más fuerte que nunca, y estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para mantenerla fuera de peligro.




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