Isabel Di Marco.
La noche era tranquila, el cielo despejado y lleno de estrellas que brillaban como diamantes dispersos sobre un manto oscuro. Estaba sentada en el sofá de la terraza, envuelta en una manta suave que apenas me protegía del frío de la noche. La mansión estaba en silencio, como si el mundo entero se hubiera detenido para darme un momento de paz. Pero mi mente no estaba en paz. No podía estarlo.
Había pasado una semana desde aquella noche. Una semana desde que Angelo y yo habíamos compartido algo tan profundo, tan íntimo, que pensé que nada volvería a ser igual. Y en cierto modo, no lo era. Pero no de la manera que yo esperaba. Desde entonces, Angelo había estado... distante. No frío, no indiferente, pero sí distante. Como si algo lo estuviera consumiendo por dentro, algo que no quería compartir conmigo.
Respiré hondo, sintiendo cómo el aire fresco llenaba mis pulmones. Mis ojos se perdieron en las estrellas, buscando respuestas que no estaban allí. ¿Había hecho algo mal? ¿Había dicho algo que lo alejara? O peor aún, ¿se había dado cuenta de que yo no era suficiente para él?
—No deberías estar aquí sola —escuché su voz detrás de mí, suave pero firme.
Me giré lentamente, encontrándome con Angelo de pie en la puerta de la terraza. Su figura alta y poderosa se recortaba contra la luz tenue del interior de la mansión. Llevaba una camisa blanca desabrochada en el cuello y los puños arremangados, como si hubiera estado trabajando hasta tarde. Sus ojos, esos ojos oscuros que siempre parecían verlo todo, estaban fijos en mí.
—No podía dormir —respondí, con una voz más débil de lo que hubiera querido—. Pensé que el aire fresco me ayudaría.
Él asintió, pero no dijo nada más. En su lugar, se acercó lentamente y se sentó a mi lado en el sofá. Su presencia era abrumadora, como siempre, pero ahora también sentía una tensión entre nosotros, algo que no había estado allí antes.
—¿Estás bien? —preguntó después de un momento, su voz cargada de preocupación.
No respondí de inmediato. ¿Cómo podía decirle que no estaba bien? ¿Cómo podía explicarle que su distancia me estaba matando por dentro sin sonar egoísta o insegura?
—No lo sé —dije finalmente, mirando hacia las estrellas—. Últimamente, siento que... que algo ha cambiado entre nosotros.
Él no dijo nada al principio, pero sentí cómo su cuerpo se tensaba a mi lado.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, con un tono que no revelaba mucho.
—Quiero decir que desde aquella noche... —comencé, pero las palabras se atascaron en mi garganta—. Desde entonces, siento que te has alejado. Como si algo te estuviera consumiendo y no quisieras compartirlo conmigo.
Hubo un silencio incómodo, roto solo por el sonido del viento que jugaba con las hojas de los árboles cercanos. Angelo respiró hondo, como si estuviera luchando con algo dentro de él.
—No es eso —dijo finalmente, su voz baja pero firme—. No es que no quiera compartirlo contigo. Es que... no sé cómo.
Eso me hizo girar hacia él, buscando sus ojos en la penumbra.
—¿Qué pasa, Angelo? —pregunté, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de mí—. ¿Qué es lo que no puedes decirme?
Él cerró los ojos por un momento, como si estuviera buscando la manera de expresar lo que sentía. Cuando los abrió de nuevo, había una vulnerabilidad en su mirada que rara vez mostraba.
—Esta semana, mis hombres lograron capturar a Sergei —dijo, su voz grave y cargada de preocupación—. Estábamos a punto de ir por él, de acabar con todo esto de una vez por todas. Pero... algo no salió como esperábamos, logró advertir a alguien. Ahora sé que él no va a quedarse quieto. Y eso significa que tú... que tú podrías estar en peligro.
Sus palabras me dejaron sin aliento. Sergei, ese nombre siempre traía consigo una sombra de peligro.
—¿Qué estás diciendo? —pregunté, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de mí.
—No quiero que te preocupes —respondió, evitando mi mirada—. Pero no puedo evitar sentir que cada decisión que tomo ahora tiene consecuencias que van más allá de mí. Y eso... eso me asusta, Principessa. Me asusta lo mucho que te amo, lo mucho que dependo de ti. Siempre he sido alguien que controla todo, que tiene todo bajo control. Pero contigo... contigo no puedo controlar lo que siento. Y eso me aterra.
Sus palabras resonaron en mí como un eco profundo. Nunca había pensado que alguien como Angelo, alguien tan fuerte y seguro, pudiera sentirse así.
—Angelo —dije, tomando su mano entre las mías—. No tienes que controlar todo. No tienes que ser perfecto.
Él me miró durante un largo momento, como si estuviera buscando algo en mis ojos. Luego, lentamente, inclinó su cabeza y apoyó su frente contra la mía.
La mañana llegó con una luz tenue que se filtraba por las cortinas de la habitación. Me desperté antes que ella, como de costumbre, y me quedé un momento observando a mi Principessa mientras dormía. Su respiración era tranquila, su rostro relajado, y por un instante, todo parecía estar en su lugar. Pero esa paz era engañosa. Sabía que el día que comenzaba traería consigo decisiones difíciles y riesgos que no podía ignorar.
Con cuidado, me levanté de la cama para no despertarla. Me vestí en silencio, eligiendo un traje oscuro que no llamara demasiado la atención. Cada movimiento lo hacía con precaución, como si el más mínimo ruido pudiera romper el frágil equilibrio que habíamos construido la noche anterior. Cuando estuve listo, me acerqué a la cama pero ya no estaba.
Bajé las escaleras hacia el comedor, donde mi Principessa ya estaba preparando el desayuno. El aroma a café recién hecho llenaba el aire, pero ni siquiera eso logró calmarme. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no le gustaría, pero no tenía otra opción. No podía arriesgarme a que ella supiera demasiado, no ahora.
—Buenos días, Angelo —dijo mi Principessa al verme entrar, con su tono habitual y calmado.
#1183 en Detective
#818 en Novela negra
#10953 en Novela romántica
#2333 en Chick lit
Editado: 21.07.2025