Crown of fire.

TRES

El fuego comenzaba a apagarse cuando observe un zorro de cola blanca caminando tranquilamente para llegar al arrollo que se encontraba unos cuantos kilómetros más dentro del bosque helado. En el tiempo que había vivido en la cabaña nunca había observado un zorro de aquel tono sin imperfecciones, lizo y atrayente. Era una belleza andante.

El hambre se hizo presente en cuanto mis ojos se conectaron con los de aquel animal. Habían pasado horas desde que me había escabullido de la escena de la cual fui creadora.

Los soldados de Drecan me debían estar buscando, pero, nunca me encontrarían en aquel lugar. Conocía perfectamente aquel bosque, el cual en cada estación se podía observar diferente. El hiemonás había iniciado hace apenas unas cuantas horas y ya había caído la primera gran nevada. El clima de Drecan podía considerarse cambiante con el pasar de las cuatro estaciones que el año tiene. Sin embargo, en el hiemonás se consideraba la pesadilla de los habitantes del pueblo.

Ninguna familia sobreviviría a este clima sin reservas, sin suficientes telas y, sobre todo, sin un lugar en el cual resguardarse del frio.

Con suerte, las provisiones que había alcanzado a tomar de nuestra alacena eran suficientes para unos tres días, mínimo. Escapar hacia otro reino era una de las tantas opciones que me pasaban por la mente, pero si me dirigía a otro reino, tendría que racionar mis comidas hasta llegar a él, pero no iba a sobrevivir al frio estando en aquella cueva.

Debía dirigirme primero al pueblo, aunque estuviera lleno de guardias, quizás podría conseguir esconderme durante unos cuantos días, en lo que decidía mejor que acción tomar. Tenía que dejar que el tiempo siguiera corriendo en mi contra, eche tierra sobre la fogata y tome la espada junto con el bolso de tela para echarlo sobre mi hombro y dirigirme hacia el pueblo. Tomaría el camino largo.

Existían varios caminos cortos para poder llegar al pueblo desde aquella montaña, eran cuatro en total; tres cortos y uno largo. El ultimo es el que debía tomar. Tape mi cabeza con la capucha de la capa y me adentre de nuevo al bosque helado.

Lo alto de la montaña no se podía observar por las nubes que la cubrían, la nieve hacia menos fácil el caminar cuesta arriba, debía atravesar el viejo puente que iba de un extremo a otro que solo los llegaba a conectar aquel viejo puente colgante. Desde donde me encontraba podía escuchar el aire correr entre el espacio que separaba los extremos de la montaña. Me faltaba menos para llegar a la orilla del puente. Existían mitos sobre una criatura que cuidaba aquel puente, varios guardias de Drecan rumoreaban que aquella cosa tenía cuerpo de león con alas de un ave fénix a sus extremos y un rostro de gato con pico de cuervo.

Se le conocía por el nombre de Lephraki y era más antiguo que los cimientos en los que habían creado el gran castillo del reino caído, más viejo que la tierra misma bajo mis botas. Se decía que se aparecía en momento donde más se necesitaba confort y en otros donde era justa su presencia.

Para cuando note, había llegado a la orilla de la pendiente y el puente se encontraba frente a mis ojos. Con el miedo en mi interior, observe lo que se encontraba debajo del puente, nada. No había nada. Era un vacío, como si la tierra se hubiera partido en dos y dejado a su suerte aquel abismo. El aire era rápido y el puente se movía con él.

Había algo que Oriol jamás había logrado y eso era quitarme el miedo a las alturas, en los diecinueve años que tenía con vida, la mayor parte me la había pasado alejada de lugares altos. Pero eso tendría que cambiar en aquel momento.

Di un paso hacia adelante, hacia el puente. La madera crujió bajo mi pie y el puente se movió. Me sostuve sobre las sogas que mantenían todo el peso, de ellas dependían mi vida en aquel momento.

No media más de treinta metros, podía hacerlo. Debía hacerlo. Tenía que sobrevivir a aquel miedo interior.

Seguí caminando sobre cada cuadro de madera que estaba atado entre las dos sogas que conformaban aquel puente. Llevaba cinco metros cuando di un paso al frente y la madera se rompió dejando mi pie en el aire mientras me sostenía de la soga.

«¿Pasare los diez metros?»

Mi cuerpo estaba temblando bajo la capa que me mantenía un tanto cubierta, el aire frio no ayudaba. Como pude, me volví a levantar, esta vez sin mirar hacia abajo cuando una aireada lo movió todo. Aquel clima estaba horriblemente en mi contra. Mi cuerpo se encontraba temblando por el frio y el miedo que no me ayudaban del todo. Me encontraba tan lejos de donde había salido que no sería capaz de volver, tenía que seguir.

Di unos cuantos pasos, había pasado más de la mitad. Estaba en la última parte para alcanzar al otro extremo y así llegar al pueblo. Mis piernas estaban cansadas por el esfuerzo que hacia al caminar en un puente tan desequilibrado.

Solté un grito desprevenido cuando mi cuerpo volvió a estar colgando del puente casi a un metro de llegar, mi corazón se aceleró. Quede colgada sombre la mitad de mi cuerpo dentro del puente, con ayuda de una pierna me abalance para alcanzar subir mis piernas que colgaban hacia el vacío.

Toque tierra después de treinta metros al vacío. Di un vistazo rápidamente hacia este cuando al otro lado visualicé una figura. No era humana. Era diferente, nunca la había visto en mi vida, en mi corta vida. Mi mente no podía creer lo que estaba viendo a lo lejos.

Se trataba del Lephraki a treinta metros de mí. Sus ojos color dorado me estaban observando pacíficamente mientras se mantenía postrado en el medio del camino y después, como si nada, desapareció con una aireada. Aun consternada por aquella aparición enfrente a mí, tome la capucha para volverla a poner sobre mi cabeza y seguir mi camino. No medí el tiempo que me tomo llegar al pueblo. Estaba desierto, sin ninguna alma penando por sus calles.

Tenía la posibilidad de que alguien me ayudara, era persona era Maurie. Era la casa que me quedaba más cerca y demás, la era cercana a la plaza. Desde aquel lugar me podría enterar de todo lo que hicieran los guardias grises.




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