Cruce de tormentas

Al fin compañía

El hogar los guarecía de la humedad y la noche fría del exterior. Comían y charlaban de cosas vanas intentando romper el hielo entre ambos. Shiman se sentía a gusto al tener una conversación después de tantos días de silencio. Aquel anciano que tenía en frente comiendo de la pieza que él mismo había cazado aquel día quizá no era la compañía que se esperaba, pero era mejor que estar solo. Rahidifax se había interesado mucho por la destreza que había demostrado tener con el arco, reconoció haberse sorprendido mucho de su puntería, pues el tiro había ido directo a su corazón y si no hubiera sido por su magia quizá lo habría abatido. Shiman le contó que desde muy pequeño su madre, Ilidiel, lo adiestró muy concienzudamente en el manejo del arco, lo hacía disparar una y otra vez las flechas a una diana fabricada con paja durante toda la mañana sin descanso. Diciéndole que algún día debería valerse por sí mismo y que el arco era un arma limpia, sin la necesidad de tener que mancharse las manos o el cuerpo de la sangre de su adversario.

—A decir verdad, nunca pensé que tuviera que usar el arco para defender mi vida –decía mientras recordaba las enseñanzas de su madre. —Usaba las habilidades que me enseñó para de vez en cuando cambiar nuestro menú del día.

Rhaidifax lo miraba muy serio mientras escuchaba, recopilando toda la información que el joven iba dando. Contó que los primeros días se hacía daño en las muñecas y dedos, solía golpearse con facilidad con la tensa cuerda cuando soltaba la flecha, y su madre siempre lo sanaba explicando con calma el modo correcto de soltar para que no se hiciera daño.

—Dime una cosa Shiman –interrumpió el viejo. —¿Has tenido que matar a alguien en los últimos días?

La pregunta lo cogió por sorpresa, la piel de su rostro se tensó por momentos y sus ojos quedaron perdidos en el recuerdo.

—Nunca he matado a nadie Rhaidifax –dijo con convencimiento y serenidad. —Aunque he de confesar que ganas no me han faltado en los últimos días.

El anciano suspiró lentamente mientras bajaba su mirada a la lumbre de la fogata.

—En el pueblo, y en casi toda la isla hay colgados varios carteles de “SE BUSCA” con tu retrato. Te acusan de haber matado a dos soldados del imperio, haber herido de gravedad a otro y te culpan de la pérdida de tu madre.

Se hizo un silencio incómodo. Pudo ver como el joven apretaba los puños con todas sus fuerzas y temblaba intentando controlar su ira y frustración, pero esperó pacientemente a que hablara.

—¿Esa es la verdadera razón por la que estás aquí? –su tono era bajo y enfadado. —¿Vienes por una recompensa? Desde que te vi sabía que algo olía mal. No eres más que alguien que busca facilitarse la vida a causa de la desgracia ajena.

—No te adelantes muchacho –interrumpió.

—¡Basta de mentiras! –gritó el muchacho mientras se ponía el pie, su sombra tapaba a Rhaidifax por completo.

El anciano lo miró fijamente sin pestañear si quiera.

—Lo que te he dicho desde nuestro infortunado encuentro es cierto. Estoy aquí a causa de una promesa que hice a tu madre tiempo atrás. Te comunico lo de los carteles por si lo ignorabas. Y además quiero saber si lo que cuentan de ti es cierto o no. ¿Mataste tú a esos hombres?

Shiman temblaba de pies a cabeza, aún cerraba los puños con fuerza. Tras unos segundos que parecieron horas para él se dejó caer nuevamente sentado en el suelo soltando un gran resoplido. Miró al viejo directamente a los ojos, el anciano pudo ver el dolor y la duda en los del chico.

—Si te digo la verdad… no lo sé.

—Cuéntame qué pasó. Hace siete días. Cuéntamelo y no olvides nada por favor.

Había llegado el momento que tanto estaba esquivando, enfrentarse al pasado. En esos días había intentado mantenerse ocupado para no tener que pensar en ello y ahora un extraño le pedía que volviera a revivir lo que posiblemente había sido la peor experiencia de toda su vida. Solo en las noches, cuando conseguía lidiar el sueño era capaz de acordarse de lo que había ocurrido, pues en sus pesadillas pasaba una y otra vez. Se había acostumbrado incluso a ellas, pero tener que contarlo en voz alta y mientras estaba consciente de todo, era distinto. Sabía que tendría que escarbar en el dolor que tanto quería borrar. Pero allí estaba Rhaidifax, esperando a que diera el paso, paciente por escuchar su historia, y por la expresión de su cara, no se movería del lugar hasta no conseguirlo. Si de verdad era quién decía ser, tenía todo el derecho de saber cómo había perdido a su madre, cómo se había obligado a huir de su hogar y vivir como un salvaje en las montañas.

A causa de los nervios que sentía se levantó y comenzó a andar de un lado para otro, siempre cerca del fuego y donde su invitado pudiera verlo. Respiraba con fuerza mientras se pasaba las manos una y otra vez por su cabellera negra intentando poner sus ideas en orden, quería contarlo, pero no quería hacerlo mal. “Llegó el momento” se dijo. “Hora de contar qué pasó”.

 

Siete días atrás, aquella misma mañana se había levantado como siempre para ayudar en los que aceres de la granja junto a su madre. Dáriel alumbraba con fuerza ese día y el sonido del agua de la fuente lo llamaba a refrescarse la nuca y bajar su temperatura corporal.

Ilidiel estaba como siempre en la cocina preparando un estofado de verduras para que ambos pudieran almorzar y seguir con el trabajo. Entonces escuchó unas voces a lo lejos, bajando por el camino que daba acceso a la casa, algo verdaderamente inusual, pues su granja estaba apartada de cualquier núcleo habitable.



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En el texto hay: magos, elfos, dragones

Editado: 20.09.2021

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