Crueldad Divina

Sin moral

Después de una larga noche de fiesta y revelaciones, Valeria y Estefani se sintieron exhaustas. Decidieron no ir a la universidad y quedarse en casa de Valeria, donde podrían hablar tranquilamente sobre lo que había sucedido.

Estefani, aún tratando de procesar la nueva realidad de su amiga, comenzó a hacerle preguntas.

—¿Qué más puedes hacer siendo vampira? —preguntó, curiosidad brillando en sus ojos.

Valeria sonrió levemente, contenta de poder compartir su mundo con Estefani.

—Bueno, hay muchas cosas. Por ejemplo, tengo control mental. Puedo influir en las decisiones de las personas si las miro a los ojos. También tengo una velocidad y fuerza sobrehumanas. Puedo moverme más rápido de lo que puedes imaginar —explicó Valeria, haciendo un gesto para ilustrar su rapidez.

—Eso suena increíble —dijo Estefani, asombrada—. ¿Y cómo es convertirse en vampiro?

Valeria tomó un respiro profundo antes de responder. Sabía que esta parte podría asustar a su amiga.

—Para convertirte en vampiro, necesitas beber mi sangre. Es un proceso complicado: primero, te mueres y luego... renaces como vampira. Es algo que cambia tu vida para siempre —dijo Valeria, intentando sonar lo menos alarmante posible.

Estefani se quedó en silencio por un momento, considerando lo que Valeria había dicho. Finalmente, preguntó:

—¿Y no hay otra forma? ¿No hay forma de hacerlo sin tener que morir?

Valeria sacudió la cabeza.

—No, es así como funciona. No hay vuelta atrás una vez que te conviertes. Tienes que estar segura de que es lo que quieres —advirtió Valeria.

La conversación continuó por un tiempo más, Estefani haciendo preguntas sobre la vida nocturna, las habilidades y los desafíos de ser vampira. Cuando finalmente se dieron cuenta de que el tiempo había pasado volando, Estefani decidió que era hora de regresar a casa.

—Te veo luego, Valeria. Gracias por compartir todo esto conmigo —dijo Estefani mientras se dirigía hacia la puerta.

—Cuídate —respondió Valeria, sintiéndose un poco triste al ver a su amiga irse. La soledad comenzaba a instalarse nuevamente en su corazón.

Una vez sola, Valeria se sentó en el sofá y tomó su teléfono. Justo en ese momento, recibió una llamada de Leo. Su corazón dio un vuelco al escuchar su voz al otro lado de la línea.

—Hola, Valeria. ¿Podemos vernos? —preguntó Leo con un tono suave.

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Valeria se sentó en el sofá, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo después de la llamada de Leo. Cuando el timbre sonó, su corazón se aceleró. Se levantó rápidamente y fue a abrir la puerta. Allí estaba Leo, con su sonrisa encantadora y esa mirada intensa que siempre la dejaba sin palabras.

—Hola, Valeria —dijo él, pero antes de que pudiera decir más, ella notó algo extraño. Leo no cruzó el umbral.

—¿Por qué no entras? —preguntó Valeria, confundida.

Leo miró hacia el suelo, como si estuviera buscando las palabras adecuadas.

—No puedo entrar a menos que me des permiso —respondió, su tono era serio pero suave.

Valeria se quedó paralizada por un momento. Recordó lo que había aprendido sobre los vampiros y cómo necesitaban permiso para entrar a un hogar. Su corazón dio un vuelco al darse cuenta de la implicación.

—Espera un segundo... ¿Eres un vampiro? —preguntó, su voz un poco más alta de lo que pretendía.

Leo asintió lentamente, su expresión se tornó seria.

—Sí, lo soy. Pero no quiero que te asustes —dijo él, intentando calmarla.

Valeria sintió una oleada de emociones: miedo, curiosidad, y una chispa de emoción. Sin embargo, no quería mostrarle nada que pudiera malinterpretar. Así que decidió adoptar una actitud sarcástica.

—Oh, genial. Justo lo que necesitaba en mi vida: un vampiro en mi porche —dijo con una sonrisa fría, cruzando los brazos.

Leo frunció el ceño, notando el cambio en su tono.

—Valeria, no tienes que actuar así. Solo quiero hablar contigo —dijo él, intentando sonar amable.

Valeria dio un paso atrás y se apoyó contra el marco de la puerta.

—¿Y por qué no me invitaste a entrar? Sabes que estoy al tanto de todo lo que se mueve en este mundo —respondió, su voz cargada de ironía.

Leo sonrió levemente, comprendiendo que ella estaba tratando de protegerse.

—Porque quería respetar tus límites. Pero ahora que estoy aquí, ¿te gustaría salir a dar una vuelta? Tal vez podríamos ir a algún lugar donde podamos hablar sin restricciones —sugirió.

Valeria lo miró fijamente, evaluando la situación. A pesar de su actitud fría, había algo en Leo que la atraía. Finalmente, decidió dejarse llevar un poco.

—Está bien, vamos. Pero no esperes que te invite a entrar en mi casa pronto —dijo ella con una mezcla de desafío y diversión.

Leo sonrió aliviado y juntos comenzaron a caminar por el camino de entrada, dejando atrás la puerta cerrada y adentrándose en la noche llena de posibilidades.

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Mientras caminaban por la calle iluminada por la luna, Valeria no pudo evitar sentir curiosidad por Leo. Su mente estaba llena de preguntas, y la más urgente salió de sus labios.

—Oye, ¿cuántos años tienes? —preguntó, mirándolo de reojo.

Leo se detuvo un momento, como si estuviera sopesando su respuesta.

—Tengo 19 años —dijo finalmente, con un tono de voz que parecía un poco avergonzado.

Valeria se detuvo en seco, sorprendida.

—¿19? ¿Y cómo es eso posible? —inquirió, sin poder contener la risa—. ¿Moriste a los 18?

Leo asintió, y su expresión se tornó seria.

—Sí... Fue un accidente —respondió, mirando hacia el suelo.

Valeria no pudo evitar reírse de nuevo, esta vez con más fuerza. La idea de que un vampiro tan joven estuviera tratando de impresionar a alguien como ella le parecía ridícula.

—¿De verdad crees que con solo un año como vampiro puedes competir conmigo? —dijo entre risas—. ¡Eres prácticamente un recién llegado!

Leo frunció el ceño, sintiéndose un poco herido por su risa.




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