El hombre acelera en su auto, su mirada está en el camino, pero también en el retrovisor, ha perdido de vista el auto que los viene siguiendo.
—Fernando —la mujer lleva entre sus brazos a su pequeña hija, la niña tiene tres años de edad, está dormitando, ajena a la tensión que hay dentro del auto.
—No te preocupes querida —el hombre extiende su mano y aprieta la mano de su esposa, al llegar a una intercepción el hombre mira a la izquierda y a la derecha.
—A la izquierda está el páramo de Altazor, dicen que es un lugar siniestro, sigamos a la derecha, vamos a la ciudad.
Fernando aprieta con fuerza el volante, su frente está perlada de sudor, suspira y emprende el camino a la izquierda.
—¿Qué haces? —pregunta alarmada Perla.
—No nos buscarán en el páramo de Altazor, nos esconderemos.
La mujer aprieta contra su pecho a su hija, mientras el auto emprende la marcha, el lugar era oscuro, desolado.
Perla siente que la neblina baja, el páramo se ha transformado en un mundo etéreo, donde las formas se vuelven sombras y los sonidos se amortiguan.
—Es muy frío aquí —su corazón está acelerado, mira a su alrededor, no hay nada que ver.
Fernando ha bajado la marcha, no puede ir rápido, suspira al ver unas casas de madera, están alumbradas con lámparas de gas.
—No creo exista un hotel aquí —murmura Perla.
—Espérame aquí, no le abras la puerta a nadie.
Perla temerosa ve como su esposo, baja del auto, no sabe cuánto tiempo estuvo fuera, da un salto al ver su rostro en la ventanilla, ella la baja.
—He encontrado un lugar, guardaremos el auto en un viejo granero, baja.
Perla asiente, sus piernas tiemblan, se escuchan los perros aullar, el lugar es desolado, el viento sopla y ella podía jurar que le susurraba algo, pero no lograba entender.
Fernando la conduce a una humilde casa, la mujer mayor está en la puerta, lleva un viejo chal de color negro, su vestido gris le llega a los tobillos, está descalza, su cabello negro está atado en una severa moña.
—Señora, ellas son mi esposa y mi hija.
—Pasen, la noche está fría —se hace a un lado.
Perla acostumbrada a su elegante casa en Altazor, se siente abrumada, aquí los pueden encontrar rápidamente.
La mujer rápidamente cierra la puerta de madera.
—Sigame —Perla mira a Fernando, él asiente, la mujer toma una de las lámparas de gas, se dirige hacia la puerta del fondo, saliendo al patio de la casa, Perla no suelta a su hija, sus dientes castañean por el frío, la mujer saca una llave de entre sus senos y abre una puerta.
—Mi hijo iba a casarse, construyó este cuarto para su esposa y para él, nadie lo ha usado.
Entra a la pequeña habitación, era de madera, pero había una cama de madera, era para un matrimonio.
—Pueden quedarse aquí —dice la mujer.
—¿No llegará su hijo y se molesté? —pregunta Perla.
—Aunque la gente dice que en el páramo los muertos salen, le puedo asegurar que mi hijo no lo hace.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Perla, de niña escuchó muchas historias de miedo, de lo que pasaba en el páramo de Altazor, nunca imagino que un día buscaría refugio en este lugar.
—Les traeré agua para que se laven, y unas colchas para el frío, no teman, la habitación está limpia.
Perla camina hacia la cama, la mujer retira la colcha, sacude y con una sonrisa se hace a un lado,
—Cada tres días cambió las sábanas.
—¿Vive con alguien más? —pregunta Fernando.
—Sólo con mis animales que ahora duermen, le mostraré el viejo granero para que guarde el auto.
—Gracias señora...
—Magdalena, ese es mi nombre.
****
Fernando abre los ojos al escuchar los golpes en la puerta, se levanta de la cama, al abrir Magdalena está en la puerta.
—Un viejo amigo se encontró con unos hombres de camino al páramo, están buscando a una pareja y una niña... están armados.
Perla mira a Fernando.
—¡Debemos marcharnos!
—Mi viejo amigo los ha desviado por otro camino del páramo, tienen dos horas para marcharse.
—Despertaré a la niña.
—Pueden poner a la niña en peligro —susurra Magdalena.
Fernando baja la mirada.
—Perla, debemos protegerla.
—¡No! —los ojos de la mujer se llenan de lágrimas —¡No puedo separarme de ella!
—Señora Magdalena —Fernando la mira a los ojos, la mirada de la mujer se veía limpia, sincera —Le dejaré todo el dinero que traigo, por favor cuidela, volveremos por ella.
—¡No hagas esto Fernando!
—¿Qué prefieres? ¿Qué tu hija viva o muera?
—Fernando —la mujer llora desconsoladamente, camina hacia su hija que duerme profundamente, la toma en sus brazos, la niña abre sus ojos, sonríe al ver a su madre —Te amo mi pequeña.
—Mamá —pronuncia la niña adormilada, lleva su dedo gordo de su mano a su boca y lo empieza a chupar.
—Papá te ama mucho —Fernando la abraza mientras derrama lágrimas por ella.
Al separarse de ella se seca las lágrimas.
—En el auto tengo un maletín de dinero, se lo entregaré, cuidela por favor, volveremos por ella.
Magdalena niega.
—Necesitan el dinero, cuidare a su hija mientras vuelven, le doy mi palabra, no me iré de esta casa, se los prometo, deben marcharse.
Perla entrega la documentación de la niña, Magdalena la abre.
—Es muy bonito el nombre de la niña —sonríe —Pero para que no la encuentren le pondré otro nombre... —Perla se ha quitado su cadena de oro, el dije es una cruz sencilla.
—Póngasela a mi hija por favor —Magdalena asiente.
—Volveremos, espero volver en dos semanas.
Magdalena asiente, los padres de la niña toman sus cosas, tratando de no dejar nada que pruebe su estadía en la habitación.
Les da indicaciones por donde pueden irse y llegar rápidamente a la ciudad.
—Borraré las huellas de los neumáticos —Magdalena se gira hacia el hombre mayor.
—Gracias Bernardo, se ve que son buenas personas.
Editado: 15.07.2024