Cruz se deja caer en la cama, su rostro brilla de felicidad, se sentía atraída por Carlos, él era un hombre como el que nunca se imaginó que existiera en el mundo, alto, guapo, elegante y sobre todo amable. Se pone de costado en su cama, la sonrisa era amplia, sus ojos se habían iluminado.
—Cruz ¿vas a almorzar? —Magdalena entra a la habitación, se acerca a la cama, se da cuenta que ella no le ha prestado atención por estar en otro mundo —¡Cruz! —eleva un poco la voz, la joven parpadea.
—Lo siento abuela —se pone de pie, rápidamente pasa su brazo alrededor de ella —No te escuché.
—Ve a lavarte, te serviré el almuerzo.
—No tengo hambre, me han invitado a una cafetería y he comido unas deliciosas galletas con café.
Magdalena se detiene.
—¿Quién te invito? —Magdalena era una mujer ya de cabello cano, se ataba su cabello lacio en una moña, usaba los mismos pendientes desde que tenía trece años, unas pequeñas arracadas, sus vestidos ella los había cocido a mano, eran rectos que le llegaban arriba de los tobillos, colores sobrios, su atuendo lo acompañaba con un sueter negro con botones al frente, luego pasaba un chal negro sobre sus hombros.
—¿Te acuerdas de Carlos? —la mujer mayor asiente con la cabeza, recordaba al hombre guapo, alto y sobre todo amable que los había ayudado.
—¿Qué pasa con él? —pregunta.
—Trabaja en la universidad —extiende su sonrisa —Me lo he encontrado y me ha invitado a un café.
—¿Te gusta ese hombre? —el rostro serio de Magdalena hace que Cruz retroceda en su interior, realmente no sabía cómo reaccionaria su abuela al saber que le interesa un hombre, ya que hasta el día de hoy, no se había sentido interesada por los hombres que había conocido en el páramo.
—Abuela —Cruz desvía su mirada.
—Es un hombre muy guapo —la joven sonrie al escuchar a su abuela.
Los días van pasando, cada día para Cruz es una ilusión nueva, pero para Carlos era una tortura, la detestaba mucho.
En la universidad la observaba de lejos, siempre estaba sola, nadie se le acercaba, Carlos sonríe ante ese hecho, ella se lo merecía.
Cada día Cruz iba conociendo mejor su entorno, las horas que no tenía clases se dirigía a la biblioteca, le gustaban los libros, se concentraba en la lectura, volviéndose ajena a lo que la rodeaba, no se había percatado de la mirada azul que se posa en ella cada día.
El joven dejaba los libros, se recostaba en el respaldo de su silla para observarla en silencio, odiaba estudiar, no acostumbraba a hacer tareas, pero el día uno que llegó Cruz, sintió que se había enamorado al fin, era el joven popular de la universidad, el que podía elegir a cualquier chica si él lo desea, pero sólo se divertía, hasta que llegó la joven de la que todos se reían por su marcado acento del interior del país, pero a él le había llamado la atención la inocencia de su mirada, el que no reía con los chistes de doble sentido, ella era una flor exótica en medio de ese lugar, la miraba cada día esperando que ella lo notará, pero no había pasado, eso le molestaba, pero al mismo tiempo le gustaba el reto de conquistar a una mujer.
—¡Mateo estas aquí! —él levanta la mirada, la hermosa joven se acerca a su mesa, Lara era la chica más bonita de la universidad, era caprichosa, han sido novios desde la secundaria, vuelven, terminan y siempre es el mismo ciclo, salvo que él nunca se había enamorado, pero la situación era diferente, ella ya debía de haberse aburrido del joven que andaba besando el piso en el que ella camina, ha decidido que quiere a Mateo de nuevo, antes a él no le importaba, tenía sexo a su disposición, pero estaba la chica nueva, era su anhelo besar esos labios rojos, le gustaba que eran naturales, nada de maquillaje.
—¿Qué deseas Lara? —pregunta aburrido.
—A ti —ella pasa su lengua por sus labios, Mateo desvía la mirada hacia ella, ajena de él, de lo que pasaba a su alrededor.
—No pierdas tu tiempo —responde secamente —Me canse de tu juego, búscate otro —guarda sus cuadernos en su mochila y se pone de pie.
Sus ojos azules estan puestos en ella, deseaba que levantará el rostro y que lo mirara con sus enormes ojos, dandose cuenta que él existia.
—¿Estás celoso? —Lara pregunta cerrándole un ojo, la mirada de Mateo seguía en Cruz.
La aparta de ella para mirar a Lara.
—¿De ti? —sonríe llenó de burla —Por supuesto que no —toma sus cosas, decide rodear el escritorio para pasar junto a ella, pero como todos los días, Cruz no levanta la cabeza sigue sumida en la lectura.
Él sonríe, le gustaba la sensación de estar cazando y no que lo estuvieran cazando.
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Carlos levanta la mirada de su Rolex, ya debía marcharse, apaga el computador después de subir la clase del día siguiente, toma su móvil y sus llaves.
—¿Te vas? —Glenda es la profesora de literatura, una mujer de unos treinta años, viste a la moda, con un cuerpo curvilíneo gracias a pasar horas haciendo ejercicios, y dietas, le gustaba ser el centro de atención, usaba ropa que resaltaba su cuerpo, escuchaba los piropos de los alumnos a sus espaldas, eso le gustaba.
Carlos asiente sin detenerse.
—Queria invitarte a un café—él la mira sobre su hombro.
—Disculpa tengo un compromiso —apresura el paso, tenía una reunión importante.
Recorre los largos pasillos, los jóvenes vienen y van, él no mira hacia ningún lado, siempre ha sido así. Al llegar al estacionamiento, presiona el mando de su auto, abre la puerta y sube al auto, al llegar al enorme portón de rejas de la universidad el portero le abre, Carlos conduce despacio para salir, mira hacia su izquierda para entrar a la calle y la ve... Cruz esta ahí de pie, estirando el cuello al ver un taxi, vienen ocupados, Carlos mira al frente, va a arrancar, su pie va a pisar el acelerador, pero se detiene, debía ganar puntos con la mujer que más odiaba, se mira en el retrovisor, debe relajarse, después de respirar profundo varias veces, baja la ventanilla, dibuja una sonrisa falsa.
Editado: 15.07.2024