—Edward—
La hermosa cena que Edward había preparado para esa noche indicaba lo mucho que se había esforzado, había estado planeándolo por varias semanas, yendo y viniendo de un lugar a otro, comprando y desechando ideas de los mejores profesionales que había contratado, sin embargo, al ver el resultado se decepciono.
Estaba seguro de que a ella no le gustaría ver una mesa elegante, con velas aromáticas y rosas en su centro mientras se escuchaba de fondo una tenue melodía que, para su sorpresa le recordaba su fracasada "luna de miel".
—Maldición. —Se quejó entre dientes mientras aumentaba la claridad de las luces.
¿Qué le había hecho pensar que era una gran idea?
Él jamás había sido romántico en toda su vida, él no conocía el sentimiento de enamorar a alguien de esa manera, él siempre se había considerado como un hombre frío y egocéntrico, capaz de atraer a cualquier mujer sin tener la necesidad de hacer ese tipo de cursilerías; cursilerías que Lara en algún momento hubiese encontrado romántico, pero ahora ella había cambiado. Ya no era la misma clase de mujer, pequeña, tonta e indefensa que se dejaba convencer con cosas tan triviales así que, era posible que, al ver las velas y las flores, estas, le trajeran a su memoria malos recuerdos como se los habían traído a él.
Chasqueó los dientes y se maldijo al tiempo en que empezaba a levantar la vajilla de porcelana que cuidadosamente había colocado, un cubierto de plata cayó de sus manos cuando el timbre de su puerta sonó.
Nervioso, miró la entrada y pensó en Lara, luego miró su perfecto Rolex que descansaba en su muñeca, aún era demasiado temprano para que ella llegara. Se apresuró a levantar y fue hacia la puerta, ansioso por verla. Está sería la primera vez en dos largos meses en que estarían juntos desde de su última “cita”. Lara últimamente estaba ocupada, casi no tenía tiempo para salidas o visitas, la mujer se encontraba de viaje en el extranjero, con Leonard, haciendo y deshaciendo negocios que resultaban ser una maravilla.
La empresa de su padre y la de Leonard se había convertido es una de las más grandes cadenas en varios continentes, por lo que muy pocas veces Edward podía tener contacto con ella.
Al estar frente a la puerta respiro hondo. Sus dedos húmedos sostuvieron la perilla y con una palabra de aliento, abrió, pero ahí no había nadie. El pasillo estaba vacío. Se estiró y miró hacia ambos lados del corredor. No era la primera vez que le pasaba, en ocasiones anteriores está situación ya había ocurrido, por lo que otra vez, trato de restarle importancia.
Edward no quería pensar en otra cosa que no fuera una maldita broma, pero lo hizo, porque, quién sería tan estúpido como para querer molestarlo.
Pasó las yemas de sus dedos por su frente y sin volver a mirar cerró de solo un golpe. Ya no sabía qué pensar. Tal vez el estrés y el nerviosismo de proponerle a Lara lo que había estado pensando durante una semana de una forma apropiada lo tenía preocupado. Una propuesta de matrimonio no era cualquier cosa, mucho menos una segunda. Le inquietaba lo que ella pudiera pensar y la manera en la que pudiera reaccionar, y aunque Matthew le aseguraba que ella lo amaba más que a nada en el mundo, él no estaba realmente seguro, ya que desde la última vez que la vio, Lara se había estado comportando de una forma muy extraña.
Era cierto que estaba más ocupada y que muy pocas veces tenía el tiempo suficiente para salir con él, las reuniones y las nuevas tendencias sobre mercadotecnia le reclamaban mucho de su tiempo, por lo que prácticamente era muy difícil el que él y ella se encontraran, sus horarios de trabajo muy pocas veces coincidían y cuando lo hacían solo era para hablar de trabajo; había ocasiones en las que lograban compartir un café por las mañanas pero eso era todo a lo que él podía aspirar.
Edward ya no podía estar con Lara igual que antes y eso era frustrante.
Su relación en vez de acercarse como lo había planeado, se estaba distanciando cada vez más y eso era algo que no se podía permitir, no después de haber tardado tanto tiempo en volver a recuperarla.
Edward no estaba dispuesto a volver al pasado y aunque todavía le costará un poco de trabajo conseguiría que ella estuviera para siempre con él; y la única forma de hacerlo era proponiéndole matrimonio; no por ambición u obsesión sino porque así, por lo menos ella pasaría algunas noches con él, durmiendo a su lado, aun cuando no pudieran estar juntos por semanas o verse durante el día.
Una propuesta sutil.
Con esa idea en mente termino de recoger lo que le faltaba, acomodó las cosas en su lugar y colocó los pétalos de rosa en el cesto de basura, algo más simple sería lo más conveniente.
Veinte minutos más tarde, Lara se presentó en su departamento.
Como siempre, se veía radiante, luciendo un tenue maquillaje junto a su ahora corto cabello.
Edward sonrió levemente al mirarla.
—¿Qué tal tu vuelo? —Le preguntó una vez que llegaron al recibidor.
Lara, quien había llegado de Londres en esos momentos contestó con un suspiro mientras se dejaba caer en el sofá. No tenía deseos de hablar, pasar más de doce horas sentada junto a un hombre obeso y parlanchín en un avión comercial había sido lo más tedioso durante todo su viaje, pero… ¿qué más podía hacer? A pesar de tener todo el dinero del mundo, era una mujer sencilla, de gustos simples. Odiaba parecer una persona egocéntrica y de la clase alta, aunque claro, cuando era necesario, lo era.
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Editado: 08.08.2020