—Lara—
Una vez más Lara se encontraba sentada en el café de siempre, había llegado demasiado temprano. Se acomodó en su mesa y aguardó por Cecil, ambas habían acordado de verse en ese lugar. Como casi siempre, la rubia llegó a la hora citada, sin embargo, tuvo que marcharse casi enseguida cuando Edward apareció.
A Cecil aún le incomodaba estar junto a un hombre que la había herido en el pasado y de alguna forma, Lara entendía eso, por lo que con una gran sonrisa la despidió, sonrisa que se hizo más grande cuando una pequeña niña de cabellos oscuros corrió hacia sus brazos.
Lara la abrazó y la besó como si no hubiera mañana.
Para ella, Gianna era lo mejor que le había podido pasar en la vida, pese a todas las circunstancias, sobre todo en la forma en que fue concebida, cosa que realmente ahora, ya no importaba. Eso era cosa del pasado. Lara se había propuesto olvidarlo, se había propuesto mirar hacia delante…
Quería convertirse en una mujer diferente y lo estaba logrando.
—Si continúas besándola de esa manera, me voy a poner celoso.
De pronto, la voz de Edward hizo que Lara desprendiera sus labios de aquellas pequeñas mejillas rosadas.
Levantó la vista y lo miró un tanto seria pero a la vez sorprendida. Edward se veía tan alto y atractivo como siempre, con el cabello algo desaliñado pero que se acentuaba perfectamente bien a su personalidad y figura, lucía un traje oscuro de sastrería, con solapa clásica de dos botones forrados, de ticket pocket con dos aberturas; tejido fil a fil de pura lana, con exclusivo corte italiano; coordinado con una camisa blanca y un chaleco a juego, con tejido príncipe de gales con cinco botones corozo, corbata de raso azul y pañuelo de bolsillo blanco de puro lino. Iba demasiado elegante como para ser —en teoría—, un día normal. Inconscientemente Lara lo recorrió. Sus verdes ojos no podían ocultar sus emociones. Edward seguía siendo el hombre de sus sueños.
Él se acercó y la besó, siendo apenas un contacto rápido pero que dejó en Lara una sensación de calor en sus labios.
—¿Qué sucede? —Le preguntó Edward al darse cuenta de su mirada, pero ella no contestó, estaba demasiado inmersa dentro de sus pensamientos, imaginando cómo sería su vida si Leonard no existiera y si Edward fuera igual que su hermano.
Sacudió su cabeza y reaccionó.
Tal vez Cecil tenía razón y solo estaba confundida. Era por eso que había visto por unos segundos a Leonard en Edward.
—Nada —contestó a prisa—. Es solo que... estoy feliz de que estés aquí —murmuró, pensando en todas las veces en las que él jamás había llegado antes.
Edward sonrió de una forma tan natural que parecía que el mal hombre que había conocido en el pasado ya no existía. Se acercó un poco más a ella y se sentó a su lado.
—Te dije que vendría, ¿no es así?
Lara asintió en silencio mientras trataba de ocultar sus emociones. Carraspeó su garganta y sin volver a mirarlo le agradeció.
El hombre a su lado elevó una de sus cejas sin comprender el motivo exacto de sus palabras.
—¿Por qué...? —inquirió a los pocos segundos.
Lara dejó de hacerle mimos a Gianna y se giró a verlo.
—Por esforzarte tanto. —Le dijo—. En el pasado... me hubieras mandado un mensaje diciendo que no llegarías, pero... aquí estás. A nuestro lado.
Al escucharla Edward sonrió todavía más, tomó su mano y gentilmente la besó.
—Lara. Mi amor. —La llamó—. Hace un tiempo te dije que mientras estuviera contigo y mi hija jamás te fallaría y lo he cumplido. Es más...
En esos momentos Edward buscó en uno de sus bolsillos, Lara, por segunda vez en el día se sorprendió. No podía creer que él estuviera a punto de hacer lo que ella misma estaba pensando, su corazón empezó a latir con fuerza y su respiración se hizo más lenta.
—Edward... —murmuró con voz temblorosa.
Él la miró y se detuvo, pensando en ella y su reacción.
—Si no estás segura... —citó de la misma forma en que ella le había hablado, pero en esos instantes Lara le interrumpió.
—No es eso... —dijo a prisa—. Bueno sí, pero... —. Sus labios temblaron—. Solo hazlo.
No sabía qué más decir, ni encontraba otra forma en la que pudiera reaccionar. Era como si todos sus sentidos estuvieran girando en torno a él. Lara solo estaba ahí, frente a sus ojos, con la mente en blanco y con el corazón emocionado.
Era un momento que había estado esperando por mucho tiempo, así que, se olvidó todo, se olvidó de su hija que la miraba, de la gente que los rodeaba y que los estaba grabando, de su trabajo, de sus problemas, del sujeto que la acosaba y de... Leonard.
El mundo solo giraba en torno a ella y al hombre que era el gran amor de su vida.
Lara lo miraba igual que la primera vez, e incluso más, en que lo vio.
—Entonces... Si estás de acuerdo... Voy a hacerlo —advirtió Edward al tiempo en que con un especial cuidado alejaba una de las sillas y se ponía de cuclillas frente a Lara y su hija.
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Editado: 08.08.2020