Cruzando barreras

• Contradicción •

—Leonard—

Cuando Leonard entró en su oficina lo hizo peor que nunca. Azotó la puerta y lanzó hacia algún punto de la habitación una pequeña estatuilla plateada que estaba cerca. Varios pedazos de cristal cayeron al suelo cuando el objeto chocó contra un cuadro que estaba pegado a la pared.

Maldición.

Si tan solo Lara no fuera una persona tan complicada, su vida sería más sencilla y no estaría atravesando por algo que le provocaba rabia y vergüenza. ¿En dónde había quedado el Leonard comprometido con el trabajo? El Leonard que era fuerte y decidido, el hombre frío y tajante, al que no le importaba nada más que los negocios. 

—Lara… —murmuró para sí mismo cuando notó la pérdida de su control.

Últimamente estaba demasiado estresado. Ella lo estresaba.

Pateó una de las sillas frente a su escritorio, luego, respiró profundo y se acomodó el saco y, como si nada hubiera pasado, camino de una forma elegante hacia su laptop; la encendió y miró por un largo rato los datos que, ahora le parecían confusos.

Leonard jamás había perdido la concentración, sin embargo, se le hacía difícil entender hasta lo más sencillo. 

Suspiro detrás de un duro rostro .

Su concentración por los negocios cada vez era menos evidente mientras trabajaba durante horas encerrado en su oficina, no podía pensar, se le dificultaba organizar sus ideas, hablar con los clientes, olvidaba sus reuniones y su agenda parecía haber sido bombardeada por su secretaria en los últimos días.

Tenía muchos pendientes, incluso más de los que había imaginado.

Leonard era miembro del CEO más importante en su actualidad, era considerado como el hombre más exitoso de todo su tiempo, incluso más que su padre. Él era responsable de casi todo lo que había generado junto a Lara, una mujer que, desde hace dos años le estaba complicado la vida.

No estaba inconforme con ella, era solo que… muchas de las veces... no la entendía. 

El primer día en que la vio, fue un lunes por la mañana. Leonard jamás olvidaría ese momento, el color de sus uñas, lo delgado de sus dedos y lo suave que parecía su piel. Su forma de hablar, de caminar, lo delicada que se veía. El dulce aroma de su perfume y su mirada profunda, todo en ella lo excitaba.

Lara había sido la primera mujer que lo había logrado sin tocarlo.

Demonios.

Si él no hubiera estado de viaje un mes antes, si tan solo él hubiera estado ahí cuando los Evans y los Palmer firmaron aquel tratado, él se hubiera comprometido con Lara, pero… para su desgracia, él no había estado ahí. Aquel “maldito” negocio por el que por tanto tiempo había trabajado, se había alargado. En esos momentos se maldijo. Si tan solo él hubiese estado ahí, ella hubiese sido suya, pero estaba lejos, resolviendo como siempre los problemas de su padre.

Su puño golpeó la mesa.

¿En qué diablos estaba pensando?

Él no era así.

Él no era la clase de hombre que se dejaba llevar por la ira o los celos. Él era recto, elegante, capaz de pensar más allá de lo simple. Era extraordinario. Leonard era un hombre frío y arrogante, igual que su padre. Podía aniquilar y doblegar a cualquiera con tan solo dar una orden. Tenía demasiado poder. No tenía límites ni escrúpulos, mucho menos una moral. Su carrera no solo lo había llevado a la cima de todo, su fama y reputación también lo habían hecho. Era un dictador insaciable al que todos le temían. No era nada prejuicioso. Pero, parecía que todo eso había cambiado, había dejado de ser ese hombre, ahora estaba cerca de los treinta y parecía ser más el padre de una niña que ni siquiera era su hija.

Leonard había cambiado en muy poco tiempo y lo había hecho por Lara.

En un principio, Lara no era una mujer que le interesara, solo la miraba como un simple negocio, pero… al ir pasando el tiempo, algo en su interior cambió. Jamás le habían importado las mujeres y las pocas con las que se relaciono, nunca las tomó en serio.

Echó la cabeza hacia atrás.

Todo lo que Leonard había construido se estaba cayendo a pedazos, pero... ¿qué otra cosa podía hacer si sentía que Lara lo estaba provocando?

Escuchar su voz, su risa, sentirla tan cerca, creer que podía tocarla como quería. Mojo sus labios. Cada vez que Leonard pensaba en Lara de esa manera no podía evitar lo que su cuerpo con tanta honestidad le pedía.

Sin pensar en nada más, se tocó. No podía soportarlo. Su mano iba de arriba abajo, a veces con mucha violencia y otras más con una infinita calma cuando sentía que iba a venirse. El calor en su mano y el temblor en sus dedos, todo se acumulaba al rededor de su puño. Leonard no lo resistió más, apretó su mandíbula y tras una fuerte sacudida, su mano se llenó de un líquido viscoso.

Sólo entonces, fue capaz de descansar.

Su frente empapada en sudor pegó contra la palma de su mano contraria.

Inesperadamente carcajeo.

¿Como se había atrevido a hacer eso en su oficina?

Era impúdico, asqueroso. Se sentía como un perfecto idiota.




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