—Lara—
A Lara le tomó más de medio minuto el reaccionar cuando encontró a Edward sentado a los pies de la cama con su teléfono celular en las manos. El aire no parecía circular dentro de sus pulmones. La chica se preguntaba en qué momento lo había tomado. Tragó duro. Literalmente, todas sus emociones, esas que le habían dado un momento feliz hace unos instantes, se habían atorado en lo profundo de garganta.
Quería decir algo, gritar, reclamar, confesar pero no podía. ¿Por qué diablos no podía?
Su rostro se había vuelto pálido en cuestión de segundos.
—¿Y bien? —Le preguntaron al ponerse de pie, pero igual que antes, no hubo respuesta.
Edward suspiró decepcionado. Esperaba a que ella le dijera quien la había estado llamando, sin embargo, Lara solo estaba ahí, frente a él, con una cara llena de pánico. ¿Qué más necesitaba hacer él para que su prometida rompiera ese silencio y le dedicara tan solo un minuto de confianza? ¿Por qué Lara tenía que ser tan complicada? Miró hacia arriba. Tal vez y solo tal vez, por un minuto, Edward prefería regresar el tiempo y estar con la mujer que había conocido en el pasado, sí, con aquella chica sencilla, cariñosa y sumisa, no con la que estaba ahora, que parecía haber cambiado tanto.
El hombre estaba tan triste que no se pusó a pensar en sus emociones, ni en el resto de las notificaciones. Bajó la vista al celular y fue entonces que su rostro se desfiguro.
El nombre de Leonard apareció en la pantalla.
—Como sea… —dijo Edward mientras soltaba su clásico monosílabo—. Saldré un minuto para que puedas contestar.
Le pasó el teléfono y eso fue todo.
Lara miró su espalda hasta que ya no pudo verla más. La tristeza también la invadió. Demonios. ¿Por qué era tan difícil decir algo? Apretó el teléfono entre sus manos y recuperando el color en su rostro contestó, siendo de lo más grosera al hacerlo. Lara ni siquiera se tomó la molestia en bajar la voz, simplemente habló como si se tratara de un asunto común.
—¿Qué sucede? ¿Para qué me llamas?
Leonard quien estaba al otro lado de la línea soltó un ansioso suspiro.
—Por favor, necesito verte. Tenemos que hablar, ahora.
Su voz sonaba casi desesperada.
—No. ¿Por qué lo haría? Además, ¿ya te diste cuenta de la hora qué es? Hablaremos cuando llegue a la oficina.
—Por favor...
—No, Leonard. Por favor, tú... No hagas esto, ¿sí? Si son asuntos relacionados con el trabajo, creo que pueden esperar hasta…
—No. —La interrumpió—. Necesitamos hablar, ahora, en persona.
—Leonard…
—Por favor… —suplicó.
Aquel hombre no era de las personas que imploraban, mucho menos de aquellas que se atrevían a doblegar su orgullo, sin embargo, Leonard se vio obligado a hacerlo. Temía perderla y no quería que eso pasara. Necesitaba comprobar que lo que le había enseñado Samuel horas antes fuera completamente cierto, Leonard necesitaba asegurarse de que Lara no estuviera cometiendo el mismo error del pasado.
Ella no amaba a Edward y solo se estaba engañando.
—Está bien —contestaron segundos luego de que aquella súplica terminará con un tono entrecortado.
—Estoy en mi oficina. ¿Crees que puedas venir o prefieres que nos veamos en otro lado? Mi departamento está cer…
—Está bien tu oficina —cortó antes de que Leonard pudiera terminar.
Lara ya imaginaba el motivo por el cual él quería verla. Fue entonces que, su pecho dolió. Ver a Leonard en esos momentos no era algo muy agradable, mucho menos después de haber intimado con Edward y haber aceptado un nuevo anillo. Así que, la oficina se escuchaba un buen lugar, eran cerca de las doce y aún podría haber una que otra gente trabajando, por lo que no se preocupó mucho por estar completamente sola con un hombre que, posiblemente la confundía.
Lara iría a verlo y aclararía por completo sus sentimientos, sería franca al respecto. Le diría lo que sentía, la forma en que lo veía y en lo que eso significaba.
—Llegaré en unos veinte minutos. —Le dijo y sin esperar respuesta colgó, aunque no guardo el teléfono enseguida, el color verde de sus ojos se clavó en el incontable número de mensajes y llamadas perdidas, todas, de un número desconocido, igual que siempre.
De pronto, su boca se secó. Era la primera vez que no contestaba.
—Maldición. —Se quejó por lo alto.
Temía abrir si quiera uno de sus mensajes. No quería saber nada más. Estaba harta de sentirse como una tonta.
Se forzó. Trago duro, luego apretó el teléfono entre sus manos y eliminó todo el contenido de su bandeja, notando que el último de ellos había llegado apenas hace unos cinco minutos, mientras realizaba su llamada.
No fue necesario el abrirlo. En la pantalla principal, se dejó ver su contenido.
“Hoy es el día”.
Había sido un mensaje simple y conciso, pero que de alguna forma sono escalofriante.
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Editado: 08.08.2020