Cruzando barreras

• Consciencia •

Lara

Cuando Lara llegó a la “empresa” de Leonard, tuvo que esperar dentro del auto más de cinco minutos, estaba nerviosa, las manos le temblaban y parecía tenerlas sudorosas. No tenía idea de lo que le diría o lo que sucedería una vez que se bajara del auto, tomara el ascensor y llegara hasta su oficina. Estaba segura de que, una vez que lo viera, todo lo que había estado pensando durante el camino se desvanecería. Leonard era un buen hombre y no se merecía que le destrozaran el corazón. Pensó que, si él hubiera llegado a su vida antes que Edward, las cosas hubieran sido diferentes, pero el destino, resulta que es incierto y que nada nunca es lo que parece.

Su corazón no le pertenecía.

—Leonard… —Le dolía pronunciar siquiera su nombre.

Un fuerte dolor en su pecho se acentuó al recargar su frente en el volante y mirar en su mano izquierda aquel nuevo anillo, pero por más porque lo intentará, era inevitable sentir que su corazón no sufriera.

Sus ojos repentinamente se cristalizaron.

Si ella terminaba con esto, tendría que terminar con absolutamente todo. Tendría que renunciar a la empresa, a su cargo, a las acciones que ambas familias habían formado. Lara no permitiría que Leonard dejara por un segundo todo lo que ambos habían construido, él era por mucho más importante que ella en cuestión de negocios, él tenía más facilidad de palabra, más carácter, más imagen, aunque... por otro lado, si se quedaba, solo sería para hacerlo sufrir y esa idea no le gustó.

Respiró hondo y dejando de ver el resto de una gladiola blanca medio marchita en el piso del asiento contrario, bajó del auto.

Sus piernas estaban temblando mientras el elevador cada vez acortaba la distancia entre el primer piso y el último de ellos. Lara se estaba tronando los dedos de forma desesperada, sin embargo, cuando el ascensor se detuvo y las puertas se abrieron, su corazón dio un vuelco de golpe. Levantó la vista casi sin aliento y miró hacia afuera, observando en la distancia la puerta color caoba, de tras de ella, Leonard la estaba esperando.

Se mordió una vez más los labios y caminó hacia ella sin pensarlo.

Cuando llegó y abrió, no pudo evitar quedarse parada en la entrada, pedazos de vidrio roto y algunas otras cosas estaban tiradas cerca de una ventana en donde Leonard la estaba esperando. Su reflejo en el cristal le pareció algo melancólico, parecía haber llorado, aunque cuando se postró de tras de él y tocó su hombro, se sorprendió.

—Leonard…

El hombre apenas la miró por sobre su hombro, su rostro estaba marcado por el cansancio y las lágrimas que ya habían dejado de salir. Mirarlo de esa forma le rompió aún más el corazón, y le recordó sin previo aviso la noche de su boda, en la que Edward también estaba llorando. Su cuerpo se estremeció. Lara no esperaba ver a un hombre completamente roto y encima, que le hiciera recordar aquella situación.

¿Por qué demonios él y Edward tenían que parecerse tanto?

Ni siquiera se llevaban bien, no eran unos hermanos unidos y casi siempre, cuando algo les interesaba a los dos, eran muy competitivos.

Tragó duro e intentó sobreponerse ante sus recuerdos. Lara no debía mezclar el pasado con su presente. Ellos no eran iguales, no obstante, poco pudo hacer ante esa dolida apariencia; y más lo hizo cuando notó a su alrededor el fuerte olor a habanos y miró sobre el escritorio una botella de whisky escocés medio vacía.

Leonard, había estado bebiendo, y tal vez lo había hecho sin parar durante toda la tarde, sin embargo, el hombre se miraba completamente cuerdo, su hábito de la bebida no era tan malo. Leonard estaba acostumbrado al licor. Las reuniones sociales a las que había asistido la mayor parte de su vida, desde que cumplió los doce años le habían enseñado a prepararse para momentos como este, en donde tenía que ser el hombre más sensato del mundo, pese a los grados de alcohol que ya rondaban dentro de su cuerpo.

Su padre, le había enseñado todo lo que un empresario de su “clase”, debía de saber; aunque lo único que no le enseñó, fue cómo tratar con los asuntos del corazón. Esa parte le tocaba a su madre que, por desgracia, murió antes de que Leonard pudiera enamorarse.

—¡¿Qué crees que es lo que estás haciendo?! —Lara no pudo evitar levantar la voz al verlo de esa manera—. ¡¡¿Acaso quieres hundirte?!! ¡¡¿Echar todo a perder?!! ¿Quieres convertirte en un ebrio? En un…

—¡Amante…! —La interrumpió—. Quiero convertirme en uno bueno. Eso es lo que quiero ser para ti.

Lara se quedó en un amplio silencio mientras trataba de procesar aquellas palabras. En realidad, no esperaba aquel tipo de respuesta. Parpadeó un par de veces y se giró, volviendo a notar el vasto desorden de la oficina. Lara no entendía porque su corazón ya no le dolía, ahora, estaba latiendo desesperadamente, como si tratará de encontrar una salida.

Comenzó a respirar de una forma apresurada, y más lo hizo cuando notó la cercanía de Leonard de tras de su espalda, él se recargó en su cabeza, apoyando sus manos sobre sus hombros e inhalo profundo. 

Al sentirlo, Lara se relajó y cerró los ojos.

Su aliento alcoholizado chocaba contra su nunca, erizando su piel.




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