Cruzando barreras

• Ruptura •

Leonard

El fuerte golpe que recibió Leonard en la cara fue más que suficiente para hacerlo perder el equilibrio y reaccionar. El hombre ni siquiera supo en qué momento Edward llegó para lanzarle con todas sus fuerzas lo que bien merecido se tenía. Había perdido por completo la racionalidad, se había dejado llevar por sus más bajos instintos y el fuego que comenzaba a arder dentro de sus pantalones.

No había sido su intención caer tan bajo y obligar prácticamente a Lara a ir más allá de un beso, pero estaba desesperado. Leonard necesitaba tener al menos en su memoria un suave y gentil recuerdo de ella, uno que le hiciera recordar toda su vida lo que ambos habían tenido. 

Al darse cuenta de lo que había hecho, enderezó su cuerpo y de nuevo un fuerte golpe cayó sobre su rostro, su mandíbula recibió todo el impacto de los nudillos de Edward que, lo miraba con un profundo odio. Sus perfilados ojos oscuros brillaban con un sentimiento intenso, marcando las ganas que tenían de asesinarlo. Leonard miró su reflejo en ellos, no era la misma clase de hombre que siempre había sido. Su moral, su imagen, su reputación, su propia existencia estaban por los suelos.

¿Qué diablos le había sucedido?

Él no era así, él no era de ese tipo de hombres que caían ante la desesperación. Qué era lo que había aprendido de su padre y de la gente todos estos años. Él era pulcro, decidido, responsable. Un poderoso hombre al que todos temían y respetaban.

No la basura que estaba ahí y en esos momentos.

Leonard era un genio, siempre cálculo cada paso en su vida, pero ahora, por más que le daba vueltas al asunto en su cabeza, no entendía cómo había sido posible que hubiese caído tan profundo y lo peor, que hubiese sido por culpa de lo que sentía en su corazón.

Hizo sus manos puño y sin resistirse de nuevo dejo que Edward desatará toda su furia.

Leonard no se atrevería a tocarlo, mucho menos a golpearlo. Era su más preciado hermano y el favorito de su madre. Leonard le había prometido a Victoria, en su lecho de muerte y a sus veintiún años que, siempre cuidaría de él, lo protegería de cualquier cosa y que pasará lo que pasará lo amaría por siempre y lo defendería del odio irracional de su padre. No había sido la culpa de Edward que ella estuviera hospitalizada y a punto de morir, el chico aún era joven y no pensaba con claridad. Las malas decisiones en la vida se toman cuando uno no está pensando, cuando uno está ebrio y enojado.

Leonard apretó los dientes.

Su promesa lo obligaba a no tocarlo, jamás en su vida lo hizo y, aunque no hubiese existido dicha promesa, Leonard en el fondo era un muy buen hermano. Siempre lo había sido, pero ahora sentía que había fracasado, que había roto la promesa de su madre y que no era más que la misma escoria de humanidad a la que siempre trataba de evitar, pero en la que, irónicamente, se había convertido a través de los años y a través sus actos. Era una basura de ser humano y más se sintió de esa forma cuando en el cuello de Edward notó por primera vez las marcas rojas y enormes sobre su piel. No fue necesario preguntarle por ellas, era obvio que ambos habían hecho.

«¡Maldición!».

Se quejó por dentro, sintiendo como su corazón se resquebrajaba al ver en Lara también algunas cuantas marcas.

La había perdido y lo había hecho... para siempre.

Ella nunca había sido suya y jamás lo sería. ¿Qué le había hecho pensar eso? Aun cuando hubieran hecho “el amor” y Edward no hubiese llegado, el corazón de Lara no le pertenecía. Era un idiota. Su cuerpo se estremeció ante el dolor y un par de lágrimas se acumularon sobre sus ojos. Por segunda vez en su vida, Leonard tuvo ganas de llorar, sin embargo, las lágrimas no bajaron, solo se quedaron ahí, brillando en sus pupilas mientras se odiaba a sí mismo.    

De alguna forma, Leonard sabía que todos los golpes y las duras palabras de Edward hacia su persona eran justificadas, se había enredado con la mujer de su hermano, había cometido un error muy grave y, era irreparable. Su voluntad se quebró todavía un poco más. No había forma de que Edward y él volvieran a verse como la "linda" y "unida" familia que eran, y menos lo fue, cuando Lara, al salir de su estado de shock, reaccionó y se acercó.

—¡¡Basta ya!! ¡¡Detente!! ¡¡Edward!!

El hombre delante de ella se detuvo por unos momentos, pero no sé giro. Se había quedado estático, con la espalda firme y con su puño derecho a solo unos cuantos centímetros del rostro de su hermano que, a estas alturas estaba medio sentado sobre el escritorio, con sus antebrazos frente a su pecho y rostro mientras era "brutalmente" golpeado.

—Por favor… ¡Basta! —repitió ella, con un hilo de saliva entre sus labios—. Déjalo ya. No lo lastimes… Por favor… Edward.

La desgarradora voz de Lara, implorando con lágrimas en los ojos para que Edward no golpeará más a su hermano, hizo que la mente de aquel hombre que había perdido la razón por el enojo lo hiciera todavía más. Sé giro lento hacia ella y la miró, recorriendo su deshonrado cuerpo de arriba a abajo.

Lara soltó su chaqueta y lo miró directamente a los ojos, el poco maquillaje de sus largas pestañas estaba corrido bajo sus desconsolados ojos llorosos, marcando en su mirada una profunda y dolorosa decepción, Edward bajó aún más, el color carmín de sus labios estaba alrededor de su boca, lo que, solo le confirmaba que ella también lo había disfrutado.




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