Cruzando barreras

• Reinicio •

—Edward—

Sentimentalismo, apatía, una sensación de asfixia. Eso fue lo que sintió Edward al momento de colgar el teléfono tras haber intentado llamar a su padre en varias ocasiones. 

Se preparó mentalmente durante varios minutos antes de salir de aquella habitación, no estaba seguro de lo que sucedería una vez que se levantara y cruzara por esa puerta. Había pasado ya mucho tiempo que le era un poco difícil entender porque seguía solo. Antes, cualquier cosa —buena o mala—, que le que pasara era asunto de vital importancia. En otros tiempos, ya estaría rodeado de reporteros y gente curiosa, incluso de los únicos dos que se habían quedado como sus “mejores amigos”. 

Aunque Edward todavía no entendía porque razón ni Sebastián ni Matthew estaban presentes, supuso que ninguno de los dos se había enterado así que, volvió a sacar su celular. Al primero que llamó fue al chico de ojos castaños, pero la máquina contestadora fue la única que le respondió. Bufó un poco molesto, luego llamó a Matthew y tras varios intentos renunció.

Giró sobre sus talones y volteo a mirar a Leonard, deseando por dentro y en todo momento que despertara. 

Edward entendía que su hermano no era y nunca fue una mala persona como para haber terminado de esa forma, y que todo lo malo que le había sucedido hasta ahora, había sido por culpa de sus pecados. Edward no culpaba a Leonard de haberse enamorado de la misma mujer, aunque de lo único que si lo culpaba era de haberse interpuesto entre ellos.

—Maldición… —soltó de repente con una voz realmente ronca al tiempo en que se revolvía el cabello y echaba la cabeza hacia atrás. Ya no tenía ni siquiera las fuerzas necesarias para maldecir con tanto vigor.

Miró el techo y se quedó pensando por un largo rato en lo complicado de las cosas.

Edward había actuado como un tono, un incompetente. Se había dejado llevar por el pánico, los celos y el horror. Él no era de las típicas personas que se congelaban ante una escena. ¿Qué había pasado con él? ¿Dónde había quedado su arrogancia, su misantropía, su ego? ¿En qué momento había dejado caer su máscara? ¡Demonios! ¿Dónde había quedado el antiguo Edward Palmer?

Miró su reflejo en el cristal de la ventana, luego bajó la cabeza y sonrió, siendo apenas un gesto marcado.

Él no podía permitirse verse de esa forma. Él era Edward Palmer, el segundo hijo de Victoria Le Blanc y Ayrton Palmer, un hombre que, de seguro no tardaría en aparecer.

Apretó ligeramente los puños, pensando en que tenía que volver a ser aquel hombre que pensaba con la cabeza fría, Edward necesitaba volver a ser ese sujeto arrogante, frío y calculador de hace unos años. No un maldito cobarde. Chasqueo los dientes y sacando uno de los cigarrillos del interior de su chaqueta camino hacia la salida. Buscó el encendedor y cuando levantó la vista para encenderlo pudo mirar en la distancia y frente al hospital a su padre. Ayrton Palmer estaba bajando de un Mercedes Benz, color gris. Su chofer le abrió la puerta y como si fuera toda una clase celebridad, se ajustó el caro traje oscuro que llevaba, levantó el rostro con prepotencia y miró hacia al frente.

Sus guaruras pronto se colocaron en posición e inmediatamente una ola de enérgicos periodistas comenzaron a fotografiarlo.

Ayrton camino con la espalda erguida y con toda la sutileza propia de su familia, en silencio, avanzó lento gracias al lujoso bastón con mango de plata del que se iba de vez en cuando apoyando. Llegó hasta la entrada y sin prestarle atención al hombre que tenía al frente paso por su lado.

Edward lo divisó con el ceño fruncido por encima de su hombro derecho sin poder creer que su padre lo ignorara por completo. El chico había imaginado muchos escenarios en los que Ayrton lo golpeaba, lo insultaba e incluso lo humillaba de la peor forma posible, generando todo un escándalo, sin embargo, nunca pensó que aquel hombre maduro de cabellera corta con algunas cuantas canas en la mayoría de su cabello, y piel caucásica, pasara de largo y sin hablarle. Esa había sido la peor de las ofensas, era como si su padre lo hubiera denigrado hasta el punto de ser alguien irreconocible para él.

Un fantasma, un donnadie, un marginado. 

La sangre le hirvió dentro de las venas. Aunque fuera su padre no le permitiría que lo hiciera aun lado.

Edward no se dejaría ignorar.

Sin prestarle atención a la audiencia que ya tenía alrededor se sacó el cigarrillo de los labios y caminó con toda la decisión posible hacia aquel hombre que le daba la espalda.

—¡Padre…! —vociferó con toda la fuerza que le fue posible sacar en esos momentos, pero el hombre ni siquiera se detuvo, solo continuó caminando, fingiendo no escuchar a su hijo que yacía a unos cuantos pasos detrás, con los ojos enrojecidos por la ira. Edward oprimió un poco más sus puños y volvió a gritar—: ¡Padre…!  —Pero aquella persona volvió a ignorarlo, entonces… hubo un momento de silencio. El chico bajó la vista y miró la suciedad de sus zapatos, si Edward no se atrevía ahora mismo a llamarlo por su nombre, jamás lo haría. Tomó una gran bocanada de aire, levantó la barbilla y con toda la decisión del mundo, pronunció—: Ayrton Palmer…

Su voz hizo que por fin aquel hombre se detuviera, pero éste no se giró, solo se quedó ahí, de pie, con el cuerpo rígido y los pensamientos confusos.




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