Cruzando barreras

• Fervor •

—Lara—

—… Estúpida. ¿Hasta cuándo aprenderás…? —Se dijo así misma mientras descendía por el elevador y miraba en su dedo anular las huellas de un anillo que había sido puesto y quitado el mimo día.

Cerró los ojos con dolor y dejo que las pocas lágrimas que estaba aguantando descendieran con todo el sentimiento que llevaba dentro de su garganta. Lo había estado soportando desde que recobró la consciencia; desde que se dio cuenta de que lo que estaba haciendo con Leonard estaba mal y, aunque una parte de ella quería seguir, otra muy en el fondo le gritaba que se detuviera. Que lo que sentía por Leonard no era más que una simple atracción, una forma de responder a su penetrante forma de seducirla. El hombre era un experto en ello y solo la había confundido. Le había hablado “bonito” al oído y ella estúpidamente se había dejado llevar.

—Maldición. —Se quejó.

Leonard era un maldito manipulador y tan mal ser humano como Edward.

Se llevó las manos a su cabello y lo peino, deteniendo sus manos sobre su nuca. Lara había intentado rechazarlo y lo habría hecho de no haber sido porque en esos precisos momentos Edward los interrumpió.

Lara estaba a punto de golpear a Leonard con todas sus fuerzas y alejarlo entre maldiciones cuando inesperadamente la mano de su “prometido” se le atravesó. La chica miró como el hombre que tenía a su frente perdió el equilibrio, trastabilló algunos cuantos pasos hacia atrás y nuevamente volvió a ser golpeado hasta ser acorralado. Una ola de intensos golpes comenzó a oírse a través de toda la oficina al mismo tiempo en que una lluvia de obscenas y peculiares palabras salían de la boca de un sujeto enardecido, pero ella solo podía escuchar el latido desesperado de su corazón mientras miraba a Edward desatar toda su furia sobre su hermano.

—Detente… —pronunció.

Su voz apenas era audible.

—Por favor, Edward… Detente…

El nerviosismo, la tensión, el miedo o algún otro tipo de sentimiento hizo que Lara se quedara parada en su lugar. Eso no estaba pasando. No le estaba pasando. Parecía una patética novela al estar mirando a dos hombres peleando por algo que estúpidamente llamaban: “amor”.

Eso no era amor.

Era una idiotez.

Hizo sus manos puño y por fin reaccionó.

Lara tenía que recobrar la compostura y demostrar que ella no era una clase de premio por la que dos salvajes se estuvieran peleando. Respiró hondo y se acercó sin sentir que sus lágrimas aún estaban bajando.

Tomó la chaqueta de Edward y suplicó hasta que en cierto momento él se giró, sin embargo, su reacción, no fue la que ella esperaba; en sus ojos había una especie de celo y odio, un resentimiento profundo que le hizo estremecer. Lo soltó y retrocedió, sin aliento. Todos sus sentidos se habían congelado al estarlo mirando, al estar observando en sus penetrantes ojos oscuros la figura de ese Edward, que había conocido en el pasado.

Se asustó, tragó duro y luego se lo quedó mirando un poco más mientras sentía como el tiempo avanzaba lento. 

Enseguida entreabrió y cerró los labios esperanzada por detenerlo, quería gritar que se detuviera, que no lo hiciera; pero ningún sonido salió de su boca y entonces, como si su cerebro hubiera encendido el interruptor al haber buscado en lo más profundo de su hipotálamo, recordó el peso y el ardor de su mano.

Pronto, sus sentidos se endurecieron y para cuando Edward la golpeó, Lara no sintió nada más que un pequeño cosquilleo en su mejilla derecha. La fuerza con la que él la había abofeteado no había sido suficiente para moverla, aunque sí, había sido lo bastante precisa como para que Leonard abriera sus ojos con gran sorpresa. La chica inmediatamente lo miró y lo contuvo cuando lo vio de una manera tajante, regresó a Edward y lo miró casi de la misma manera, aunque en sus ojos había una profunda decepción.

Se limpió la sangre de la boca y sonrió con arrogancia, luego gimió de la misma forma en la que Edward le había enseñado hace mucho tiempo. La mujer no creía que volvería a ocupar la misma expresión, tampoco pensaba que volvería a pasar por lo mismo, pero ahí estaba, una vez más, mirándose de frente, de una manera desafiante, frente a un hombre al que le “encantaba” herirla.

Ninguno de los dos se atrevía a alejar la mirada del otro.

Su relación en vez de avanzar hacia algo romántico y armonioso como debía de ser, se había vuelto a hacer tóxica y destructiva, otra vez.

Ambos se divisaban profundamente, clavando sus miradas en sus enormes pupilas, hasta que ella, en silencio, amplió un poco más su gesto, bajó la mirada a su dedo y giró su anillo. El corazón de Edward por unos momentos se detuvo al verla como se lo quitaba y lo ponía frente a su rostro de una manera que le pareció insolente. El chico comprimió sus labios, mostrando casi sus dientes por el enojo al seguir el anillo que rodó a través del piso hasta perderse por completo de su vista.

Apretó los puños y regresó a ella, irritado.

¿Cómo se atrevía Lara a quitárselo? ¿Tantas ganas tenía de follarse a su hermano?

Gruñó en su interior y sin volver a pensarlo intentó levantarle por segunda vez la mano, pero cuando regresó a ella el fuerte golpe que Lara le dio, lo confundió. El chico se la quedó mirando, su risa, su arrogancia, su decepción por él. La incredulidad de haber hecho lo que por primera vez hizo con tanto fervor lo hizo enojar más, al grado de querer volver a golpearla.




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