Cruzando barreras

• Revelación •

—Persecutor—

El corte que hizo en el T-bone fue especialmente lento, el aroma y las esencias que desprendían los condimentos cada vez que se desplazaba el cuchillo por la carne eran tan sofisticados cuando llegaban a la punta de su nariz. Realmente lo estaba disfrutando, era un sabor exquisito, tan deleitable como el mismo vino que acompañaba su lujoso platillo.

Tomó la copa y sorbió solo un poco después de su último bocado.

Luego, se puso de pie y se acercó a la mujer que estaba a su frente. Lara se encontraba sentada en el suelo en una posición que parecía ser muy incómoda; sus piernas estaban amarradas con un trapo sucio y sus brazos estaban atados por detrás de su espalda, sujetos al travesaño de madera, su cabeza caía por sobre su pecho mientras trataba de mantener la cordura, tenía los ojos tapados con un trozo de tela oscuro y su boca seguía amordazada con lo que parecía ser una cinta adhesiva. Lara estaba despierta, siempre lo estuvo, desde el momento en que abrió los ojos y se dio cuenta de que estaba en problemas.

¡Maldita sea!

¿Qué había hecho mal? ¿Por qué le pasaban este tipo de cosas?

Si ella era tan buena.  

Desesperada, lloró en su interior y volvió a maldecirse una y mil veces en silencio porque todo en su vida se había convertido en una completa mierda. No podía ver, hablar o moverse, literalmente estaba incapacitada para hacer algo. Lo único que podía hacer en esos momentos era escuchar como alguien removía a su frente lo que parecían ser una especie de cubiertos. El suave aroma de la carne cocida en su punto más favorable y delicado olor del vino tinto con una calidad y cuerpo perfectos, pronto llegaron a su nariz.  

Su estómago se revolvió.

A pesar de sentir tanta hambre, Lara no tenía deseos de comer e incluso de beber. Todo a su alrededor se sentía tan repulsivo. Sus náuseas incrementaron y un nudo en la boca de su estómago comenzó a aparecer. Trato de controlarlo, apretando lo más fuerte que pudo los dientes. Lara no podía darse el lujo de vomitar mientras tuviera cerrada la boca.

En primera, ¿qué es lo que iba a vomitar? ¿Agua, saliva, sus propios líquidos estomacales, nada?

Habían pasado días desde su último alimento que, ya no lo recordaba bien. ¿Había sido un café, una ensalada o un trozo de carne? Incluso pensó en que si su última comida había sido esa galleta que su hija le había dado cuando se despidió en la casa de sus padres.

Oh, Gianna…

Su pobre hija, su luz, su sol.

¿Estaría sufriendo? ¿Llorando? ¿La estaría extrañando?

Una lágrima que rodó al pensar en ella, fue absorbida inmediatamente por la tela que cubría sus ojos. Lara nunca había pasado tanto tiempo lejos de su hija. Sus labios temblaron, al igual que su cuerpo, también tenía frío. La ropa que llevaba puesta no la cubría mucho. Su blusa delgada se sentía tiesa a causa de la sangre seca y sus pantalones mojados por su propia orina la estaban enfriando.

Era un completo desastre.

Pero ya que más daba.

Como pudo, controlo sus ansias, sin embargo, cuando le quitaron la cinta de la boca y

pusieron cerca de sus labios alguna especie de comida no pudo evitar el arrogar una masa de un líquido viscoso. 

Inmediatamente el sujeto que estaba a su frente, en cuclillas, se limpió el rostro y luego, un fuerte golpe sobre su cara fue lo que se escuchó a través de toda la habitación. Pronto, Lara sonrió. Se sentía tan débil que un golpe como esos prácticamente fue indoloro para ella.

—Estúpida. —Escuchó—. ¿Cómo te atreves?

La chica regresó la cabeza hacia el frente, justo en dirección hacia donde había escuchado su enojada voz.

—¿Qué cómo me atrevo, maldito? Más bien, como te atreves tú…

El hombre delante de ella se sorprendió. La resistencia y fuerza de Lara no era la que él había pensado. Antes, cuando recién la conoció pensó que no era más que una mujer mimada, sin fuerza o carácter, pero ahora, que la estaba escuchando…

—¿Qué…? ¿Creías que por tenerme vendada no iba a darme cuenta de quién demonios eres? Estúpido, infeliz… ¡Se muy bien quién eres…! No es tan difícil de adivinar. Tu asquerosa voz, tu perfume, el sonido repulsivo de tus zapatos de segunda mano al caminar… Te conozco… ¡¡Sé quién diablos eres!!

Pero el hombre sólo pudo carcajear, fascinado ante sus palabras.

—Está bien… Está bien… —murmuró sin parar de reír—. En ese caso creo que esto ya no es necesario.

Dicho esto, aquel hombre descubrió sus ojos y de inmediato unos ojos tan fríos como el mismo hielo lo miraron, fijos, seguros… llenos de odio.

El hombre le sonrió.

—Vaya… Pero que hilarante resultaste ser… —Le dijo sin dejar de mirarla—. Sin embargo, no creas que me causa gracia el que desperdicies la comida —murmuró volteando a mirar el plato le había llevado. La carne estaba fría y la guarnición se veía cebosa. —Mira, he sido indulgente solo porque aún no decido que hacer contigo, pero ya me cansé.

El hombre tomó un pedazo de carne con sus dedos y lo introdujo en la boca de Lara sin ninguna consideración, al instante en que ella sintió la comida, apretó la mandíbula, pero los fuertes dedos del hombre apresaron su rostro y le obligaron a tragarlo. 




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