Cruzando barreras

• Fantasmas •

—Edward—

Como si el tiempo se detuviera y no existiera nada más dentro de su campo de visión, Edward contuvo el aliento cuando miró como toda aquella sangre era salpicada por todos lados. El chico no podía creer lo que sus ojos estaban viendo, Sebastián tenía varias gotitas rojas por toda su cara y en su ropa mientras sonreía. Era una situación difícil, imposible de creer. Leonard estaba en el suelo boca abajo, inmóvil, sin ninguna señal de vida. 

Inmediatamente Edward pensó en lo peor. Leonard no podía morir, sin embargo, una parte de él lo deseaba con fervor, quería que él muriera, que desapareciera de la faz de la Tierra, se lo merecía. Leonard siempre lo había tenido todo y él nada. Por unos momentos sonrió, aunque no fue una sonrisa que le causara placer, era algo extraño que en vez de hacerle fruncir los labios como quería, le provocaba sentirse enfermo, triste, algo raro se estaba moviendo dentro de su pecho. 

Apretó los ojos y de repente gritó desde su interior mientras cerraba con todas sus fuerzas sus puños: 

—¡¡Maldita sea!! 

Era difícil no poder sentirse frustrado, abrumado por la presión y los recuerdos. Una lágrima se acumuló en sus ojos. Edward no podía, no debía. Sus memorias lo lastimaron e hirieron en más de una forma su corazón. ¿Cómo iba a sobrevivir después de esto? ¿Cómo iba a aceptarlo, a asimilarlo? Él y Leonard, Leonard y él jugando de niños, compartiendo historias, creciendo y amándose juntos como los perfectos y buenos hermanos que eran hasta que su padre los separó.   

Solo entonces y después de soltar una lágrima y abrir de nuevo sus puños, Edward dejó escapar un largo suspiro, y por fin, después de tantos años lo comprendió. 

Leonard jamás había tenido la culpa de que Edward tuviera un profundo resentimiento hacia él, toda la culpa la había tenido su padre. Ayrton, era el culpable de todo, él los había separado, los había obligado a verse como enemigos desde pequeños. Su padre, aquel maldito hombre… aún después de muerto todavía seguía influyendo en sus vidas, pero... Edward ya no lo permitiría; rompería con esa maldición y lo superaría, se sobrepondría a su odio irracional por su hermano y le demostraría al fantasma de su padre que era y sería una mejor persona para el resto de su vida. 

Con esos pensamientos en su cabeza dio un paso hacia el frente, luego otro y otro hasta que sus zancadas se hicieron más rápidas y largas. 

Edward no estaba pensando en nada más que en vengar el sufrimiento de su hermano y en recuperar lo que ya no podía ser repuesto. Apretó una vez más su puño, tensó todo su cuerpo y de un solo movimiento tacleo por un costado a Sebastián.

Inmediatamente ambos cayeron al suelo, rodando por la arena suelta, chocando contra las ramas, ensuciando sus ropas y rasgando en más de una forma su piel. Varias rocas también lesionaron sus cuerpos causando innumerables estragos, sin embargo, lo soportaron bastante bien.

De pronto, una tos escandalosa se escuchó cuando lograron detenerse. Edward estaba montado sobre el cuerpo ajetreado de Sebastián mientras este lo miraba a los ojos y lo sostenía fuertemente por los brazos.

—¿Qué demonios? ¡¿Qué diablos le hiciste a mi hermano?! ¡¡A Lara!! ¡¡Tú, maldito bastardo!!

Edward no podía contenerse, estaba apretando con bastante fuerza el blanquecino cuello de aquel hombre que ya no podía respirar, tenía los ojos inyectados en sangre y saltados; y su piel clara se estaba poniendo tan morada que el color de su tez podría confundirse con lo oscuro de sus ropas. 

Los golpes y las contorsiones de Sebastián cada vez se hacían más espantosas, fue entonces cuando Edward reaccionó y lo soltó que ambos hombres pudieron respirar. De repente, una saliva espesa mezclada con sangre salpicó por todo su rostro y como si aquello hubiera sido solo una clase broma, Sebastián se echó a reír entre varios fuertes espasmos mientras doblaba su cuerpo debajo de Edward para intentar hacerse un ovillo y soportar, pero este lo volteo.  No iba a darle ni un solo minuto de paz. 

Edward quería provocarte todo el dolor que le fuera posible. Quería verlo sufrir, suplicar, llorar e implorar por su muerte.  

Sebastián giró una vez más y de nuevo quedo mirando hacia arriba, fue entonces cuando una nueva ráfaga de furiosos golpes chocaron contra su rostro al mismo tiempo en que las olas marinas a sus costados provocaron un estrepitoso sonido por la elevación de la marea.

El ambiente rocoso, el cielo nublado y lo salado del viento junto a las pequeñas gotas de lluvia rodearon sus cuerpos.  

—Carajo… Sebastián.  ¿Por qué lo hiciste? ¡Pensé que eras mi amigo!

El chico que bajo sus puños no hizo otra cosa más que poner sus brazos frente a su cara para tratar de defenderse. Sebastián ya no sentía dolor alguno, aunque estaba seguro de que Edward lo seguía golpeando pese a que sus movimientos cada vez se hacían menos intensos. El cansado hombre estaba reduciendo la velocidad y potencia en cada uno de sus golpes hasta que ya no pudo más. 

Con una respiración exhausta y con un rostro terriblemente desolado, apoyó sus dos manos sobre el pecho de Sebastián, sus nudillos estaban ensangrentados, rasgados, arruinados por completo. Fue entonces, cuando Sebastián retiró sus manos de su rostro y aprovechó para hablar:




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.