Olivia había vivido toda su vida junto a la mujer que decía ser su madre.
Esa mujer siempre fue un cascarón vacío, sin vida, carente de sentimientos maternales y llena de resentimiento por razones que no lograba entender del todo y que hacían difícil la relación entre ellas.
En efecto, durante sus 25 años de vida, no hubo en el corazón de esa madre más que odio por esa hija que en ese momento ni siquiera extrañaba su ausencia.
Ese odio injustificado, era la proyección de la traición de aquel hombre que una vez amó y que tomó lo único valioso que ella tenía, su corazón.
Cuando apenas tenía 17 años, esa mujer decidió no seguir viviendo con la “familia” disfuncional con la que había crecido y huyó, sin decirle a nadie, sin un plan definido y rogando que el dinero robado a su padrastro le permitiera llegar al Puerto de Talcahuano.
Ella oyó en algún momento de su miserable vida, de boca de su propia madre, que su padre era un marino mercante que tenía por ruta atracar su barco en ese puerto. Decidió entonces, después de tantos años y con el dolor del rechazo a cuestas, que era momento de encontrarlo como fuese.
Su objetivo era tener una mejor vida una vez que ella se presentara ante la presencia de ese desconocido hombre como su hija, una vida con mejores expectativas, un poco más de comodidades, y por qué no..... quizás, y solo quizás, un poco de amor paternal. En su mente juvenil, llena de ilusión y fantasía, creía firmemente en ese plan, solo que en ese plan no estaba contemplado que aquella mujer que decía ser su madre, le hubiese mentido cruelmente para zafarse del constante acoso interrogativo de su hija con el fin de conocer la identidad de su padre.
De hecho, su madre ni siquiera sabía quién era el verdadero padre de la chiquilla. Solo inventó un nombre al azar, al igual que un lugar y una profesión respetable para ese “supuesto” padre y así no dar a su hija la imagen de mujer fácil que alguna vez fue.
La joven partió rumbo a la ciudad de Talcahuano. Una vez allí, alquiló una pequeña habitación por poco dinero en una pensión de mala muerte pero que tenía la ventaja de estar ubicada a tan solo unas cuantas cuadras del puerto. "Si vivo cerca no tendré que tomar un taxi cada vez que quiera ir al puerto a buscarlo....", pensaba. Necesitaba ahorrar lo máximo posible mientras iniciaba la búsqueda del supuesto “padre” desaparecido. No sería fácil, pero estaba segura de que la búsqueda rendiría sus frutos....... al menos trataba de estarlo.
Con el correr del tiempo, su búsqueda no estaba teniendo los resultados esperados y el poco dinero del que disponía se le estaba yendo como agua entre los dedos. No le quedó otra opción más que tratar de conseguir un trabajo que le permitiera ganar algo mientras continuaba con esa inútil búsqueda.
El único que obtuvo fue el de mesera en un conocido bar del sector, aunque la disponibilidad solo era para el turno de noche. No era el mejor turno, pero para ella resultó ideal, ya que le permitía ocupar las horas que no dormía en la infructuosa labor de encontrar a su padre.
Cada vez que atracaba un barco en Talcahuano, ella corría frenéticamente al puerto y averiguaba con el personal de la nave si su padre estaba embarcado en él. La desilusión se reflejaba en su rostro y en su alma cuando oía la respuesta negativa que no tardaba en llegar.
Cierto día, ante la llegada de un nuevo barco, corrió como cada vez a su encuentro solo para terminar abatida una vez más. Sin embargo, en esta ocasión a diferencia de las otras veces, su visita al puerto la hizo toparse de frente con un teniente y su grupo de subordinados que venían descendiendo de su buque naval.
Sus miradas se cruzaron en tan solo una fracción de segundo, pero solo eso fue necesario para que la muchacha se enamorara a primera vista de ese alto e imponente hombre que aparecía frente a ella. Sintió su mundo tambalearse mientras que su joven corazón comenzó a palpitar a mil en un instante de una forma que nunca había experimentado antes.
Por un momento olvidó su propósito de estar allí.
Por su parte, el hombre también notó fugazmente a esta chica, pero el ver a una mujer que se derritiera por él en cada puerto, no era más que la rutina propia de cada ciudad en donde su buque atracaba. "Lo mismo de siempre", pensó con cierto aburrimiento a la par que anhelo ante lo que significaba cada descenso en tierra.
Estaba acostumbrado a ser el centro de atención en medio de sus subordinados. Era un hombre extrovertido y aunque era joven, contaba con el respeto de sus pares y de toda la tripulación.
Esa noche, era la primera de las siete que el buque permanecería en la ciudad. Como venía de un largo viaje de meses en altamar, era normal dar a la tripulación una semana de vacaciones para reponer las fuerzas y para que se divirtieran mientras se hallaban lejos de su hogar.
El lugar de reunión..... el bar de Pedro. Por muchos años habían sido amigos. Cada vez que llegaba a la ciudad, tenía la costumbre de visitarlo cada noche que permanecía allí. Ese lugar, no solo era el lugar donde confraternizaba con Pedro, sino también era el lugar que le permitía conocer mujeres que, sin dudarlo, caían rendidas a sus pies bajo el encanto de su atractivo, de su personalidad y del admirado unifome naval que portaba.
Editado: 03.05.2022