Cruzaría mil montañas solo para amarla

Ella no quería una niña

En la sala de parto estaba ella, casi muerta por el gran esfuerzo que estaba haciendo por dar a luz. Cada contracción y cada puja significaba un dolor extremo, pero sentía que valía la pena todo ese sufrimiento por tener a ese bebé entre sus brazos.

Deseaba profundamente que en ese momento, único en su vida, su amado estuviera a su lado tomando su mano, aferrándose a ella y sin embargo, quien estaba sosteniendo su mano, era la esposa de Pedro, que insistió en entrar con ella para que no se sintiera tan abandonada.

A ella no le quedaba más que resignarse a vivir ese momento en la más absoluta soledad. Si él no estaba a su lado, no importaba quien sostuviera su mano, simplemente se sentía sola.

Después de mucho dolor y sufrimiento, al fin un llanto se escuchó en la sala de parto. La matrona efectuó los procedimientos necesarios con el bebé antes de entregárselo a su madre y decirle que había dado a luz una hermosa niña.

Su mundo se vino abajo. Ella no quería a una niña. Ella quería un varón para que cumpliera todas las expectativas que había estado anhelando. Sin embargo no fue como ella esperaba. Aún así pensó que al ser de ambos, él se aferraría a ella y las protegería a las dos. Seguía con la ridícula idea en su cabeza de que él volvería para estar juntos y ser una familia.

 

Pedro esperaba afuera. Estaba ansioso y preocupado. No sabía qué hacer con la noticia que había sabido por boca de su propio amigo. Dudaba si decirle a la chica o no. Incluso su esposa no lo sabía.

Decidió seguir guardando el secreto hasta que llegara un momento oportuno de decirle a esa pequeña y joven mujer que se deshiciera de toda esperanza ya que su amigo nunca volvería por ella ni siquiera habiendo una niña de por medio. Bueno.... de esto último no estaba seguro. Quizás su amigo no era del todo irresponsable y se hiciera cargo de la criatura, al menos a la distancia. Pero.... ¿y si no resultaba ser así? ¿Y si aún sabiéndolo decidía desentenderse? Mejor sería dejar las cosas como estaban y evitar un dolor aún mayor a la chica. Seguiría manteniendo a su amigo en la ignorancia. Si en un futuro surgiera la oportunidad, sin duda hablaría.

 

Pasaron unos meses y Pedro volvió a recibir una llamada de su amigo, esta vez para contarle que había sido padre de un hermoso varón, a quien llamó Santiago. Estaba tan feliz y emocionado que no hallaba la hora de contarle a su amigo la buena nueva.

Pedro lo felicitó pero estaba devastado. Todo ese tiempo había escuchado los anhelos más profundos de la muchacha. Que su hijo fuera un varón, que siguiera los pasos de su padre, que soñaba con formar una familia, etc. Pero ahora nada de eso podría hacerse realidad porque la realidad de su amigo era otra completamente diferente y en ella, la muchacha y su hija no tenían cabida.

Ahora que escuchaba el entusiasmo de su amigo ante la noticia, decidió nuevamente callar. Sabía, por cómo era su amigo, que terminaría odiando no solo a la madre si no a la bebé también y no quería que la pobre muchacha sufriera aún más dolor de verse odiada por aquel a quien tanto amaba.

Sin embargo, sabía que la única forma de acabar esa situación era contándole a ella la verdad para que terminara de una vez esos sentimientos unilaterales que había estado atesorando por tanto tiempo. Al menos le debía a ella esa verdad.

Estaba dispuesto a ayudarla y apoyarla en lo que fuera necesario ya que en cierto modo se sentía responsable de haberlos juntado en el mismo espacio aquella noche cuando sin querer hizo que su amigo posara sus ojos en ella.

Primero le contó a su esposa todo lo que supo durante los últimos meses. Luego cobró valor y junto a ella, le contó a la chica todo lo que su amigo le confidenció.

Si la primera vez que Pedro le contó la verdad sobre él ya había causado una herida muy grande en su corazón, esta vez, el dolor de la traición fue insostenible. Su frágil inocencia se quebró en tan poco tiempo por culpa de un hombre que lo único que hizo fue jugar con ella.

Hasta ese momento había decidido esperar y confiar en él a pesar de las advertencias de Pedro. Sin embargo ahora, saber que se había casado con otra mujer al poco de haber estado con ella y que peor aún, había sido padre de un varón, colocó su mundo al revés.

Se sintió caer desde una altura extremadamente alta solo para azotarse contra el suelo en dolor y desconsuelo. Todas sus esperanzas se ahogaron en un segundo y sintió que ya nada más le quedaba por vivir. No podía creer que había sido tan tonta. Resultaba que ahora no solo estaba quebrada y usada como un par de zapatos viejos que nadie querría usar, sino también tenía que cargar con una niña que solo había añadido más peso a su existencia. La miraba y solo podía ver en ella el fruto de la traición y la desesperación.

Afloró en ella un odio insostenible hacia esa criatura que ninguna culpa tuvo para empezar. Ahora solo le quedaba hacerse cargo de ella sola.

Sola. Qué palabra tan corta pero a la vez tan triste. La existencia de esa bebé no fue suficiente para llenar el vacío que ese hombre maldito había dejado en su corazón.

Tenía que vengarse de alguna manera y en su mente nublada por la ira no encontró mejor solución que abandonarla en la casa de aquella mujer que alguna vez llamó madre. Ella fue la causante de que no tuviera una familia, la que le negó tener a su padre al lado. De no ser por eso, ella nunca hubiera tenido que ir en búsqueda de aquel hombre desconocido en primer lugar y nunca hubiera conocido a ese otro que robó su inocencia y la humilló enfrente de tantos. Ahora pudo entender la mirada lastimera de los subordinados de él cuando la miraban desde lo alto del buque. Lástima que ahora era demasiado tarde.




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