Cruzaría mil montañas solo para amarla

¿La aceptaría como parte de la familia?

La pequeña Olivia creció en medio de dos ambientes muy diferentes.

Por un lado, estaba la vida con su madre, que lejos de ser un remanso de paz y amor, era una tortura diaria. No había día en que ella no restregara en su cara la desgracia que había significado su existencia en la suya propia.

Cada segundo que recordaba al lado de su madre hacía aflorar en ella sentimientos de carencia. Carencia de amor, de armonía, de complicidad, aquella tan típica que existía entre una madre y una hija, aquella que en algunos casos creaba lazos inquenbrantables y eternos. Esa que nunca hubo entre ellas y que tanto anheló..... por un tiempo.

Se juró a sí misma que el día en que ella misma fuera madre, derramaría todo el amor que nunca tuvo en la pequeña criatura que trajera a la vida. Estaba exhausta de oír los lamentos de su madre día tras día culpando al hombre que algún día amó por haberla traicionado y abandonado por otra mujer, culpándola a ella también por el simple hecho de haber nacido mujer, o simplemente culpando al mundo entero por arruinarle la vida. El odio, la rabia, la pena y la desesperanza la consumieron a tal punto que sintió que el abismo de la deseperación que se revelaba delante de ella la llamaba a su encuentro, hasta que llegó el día en que decidió seguir su voz y lanzarse adentro.

Fue en una tibia mañana de verano, justo el día en que Olivia cumplía sus 25 años, cuando quiso darle a su hija un regalo que nunca olvidaría. Acabar con su vida el mismo día en que ella nació, no era más que otra forma de reafirmar cuanto odiaba todo lo que le recordaba a aquel hombre, incluida su hija.

Ni siquiera cuando estaba a punto de dar su último respiro sintió liberación alguna de su angustia y dolor. Murió llena de rencor y con la esperanza de que algún día ese hombre supiera que había sido responsable de su desesperación hasta la muerte.

 

Por otro lado estaban sus padrinos, Pedro y su esposa Rut, quienes la adoraban como la hija que nunca tuvieron.

Pedro supo, desde que se casó con Rut, que él nunca podría tener hijos. Ambos estaban resignados a ello y juraron que algún día adoptarían a un bebé a quien poder darle el amor que nunca podrían verter en un hijo propio. Sin embargo el tiempo pasó y el negocio creció y junto con ello las responsabilidades, la juventud fue quedando atrás también lo mismo que aquel sueño de ser padres, eso hasta que Olivia llegó a sus vidas. Entonces ese sueño cobró fuerzas otra vez y todo el amor que habían estado reservando por aquel hijo que nunca llegó, lo volcaron en esa pequeña niña necesitada de amor parental.

No fue fácil entregar ese cariño a Olivia ya que su madre se empeñaba en que los lazos de Pedro y Rut con la niña no echaran raíces. La pequeña no podía disfrutar de lo que ella nunca había experimentado, el amor de padres.... de una familia. A pesar de que eran sus padrinos, no la dejaba tener mucho contacto con ellos, algo que tanto Pedro y su esposa, como Olivia resentían.

De hecho, con ese fin, la obligó desde muy niña a buscar sustento para ellas dos. "Si no trabajas, no comes y si no comes, te mueres. Tú eliges", le decía siempre. Si bien, hubo un tiempo en que su madre también trabajaba, la depresión en la que estaba sumida la hizo perder su empleo y la confinó en aquella pequeña pieza donde había estado viviendo desde el día en que llegó a Talcahuano.

Tampoco dejaba que Pedro y Rut las ayudaran económicamente. Estaba decidida a hacerle vivir a su hija el mismo infierno en el que ella estaba sumida.

Pedro sintió muchas veces el deseo de contarle a Emilio que tenía una hija que necesitaba de él, que había estado sufriendo toda una vida de privaciones, materiales y emocionales que dejarían a cualquiera con traumas de por vida, sin embargo, le había prometido, a la entonces joven Sofía, que mientras ella estuviera con vida, Emilio nunca debía enterarse de la existencia de Olivia.

Por otro lado, tampoco estaba seguro si Emilio recibiría de buena gana la noticia de esta hija desconocida.

Ahora que Sofía ya no estaba, no solo estaba dispuesto a romper esa promesa que le había hecho a ella y contarle a Olivia la verdad acerca de su padre, sino también, estaba dispuesto a enfrentar a Emilio y pedirle que le diera a su hija el amor que siempre le fue negado y una vida mejor ahora que estaba sola. Esto, no porque él no quisiera darle todas esas cosas a Olivia, porque podía y en abundancia, sino más bien, porque sabía que esa frágil mujer necesitaba con urgencia sentir que al menos uno de sus padres la quería y la necesitaba en su vida.

Olivia creció sintiendo rencor por su madre y por su padre. Sabía que el odio de su madre hacia ella era producto de la traición de su padre, por lo mismo, ella no quería saber nada de él, o al menos eso era lo que ella creía.

 

Pedro hizo los arreglos para que Olivia ya no estuviera sola y se la llevó a vivir con él y Rut mientras preparaban todo para el futuro reencuentro de padre e hija. Había que trabajar en las emociones de Olivia, que tan trastocadas estaban, y para ello necesitaban partir contándole la verdad.

Le dijeron que, si bien Emilio era un mujeriego que jugó con los sentimientos de su madre, lo cierto era que él tampoco supo nunca de la existencia de Olivia.

Esto era algo que ella no sabía. Siempre creyó que su padre se había negado a responsabilizarse por ella, que no la había querido en su vida y en su mundo, que tenía otra familia y otros hijos y que jamás la aceptaría por haber nacido mujer. Al menos eso era lo que su madre le había hecho creer.




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