Cruzaría mil montañas solo para amarla

Esperaba con ansias el momento en que salieras

Habían pasado 25 años y no quedaba rastro del Emilio lleno de vida y vigor juvenil que alguna vez fue. En ese momento, con 52 años, si bien aún era joven y se mantenía en excelente estado físico, su estado emocional llevaba varios años sufriendo las penas del infierno por culpa de una maldita mujer. Quién iba a pensar que todo el daño que en el pasado causó a los muchos corazones con los que jugó, en el presente se revertiría sobre él y le haría pagar por cada una de sus aventuras.

La mujer de la que se enamoró a sus 27 años, la que lo hizo sentar cabeza y desear por primera vez una familia, no había hecho más que mentirle durante todo su matrimonio y de una manera muy cruel.

Esa mujer, Antonia, había sido su perdición. Si no hubiera sido porque aún la amaba con locura, nunca le habría perdonado todo el dolor que le hizo sufrir cuando descubrió la verdad.

Resultó que Antonia, la hija del Capitán de Navío Sarracedo, se enamoró perdidamente de un cabo 2° de la armada. Lo conoció en una de las tantas veces que fue junto a su madre a despedir al Capitán al puerto de Valparaíso. Fue amor a primera vista por parte de ambos, sin embargo, nunca cruzaron ninguna palabra, solo se robaron unas cuantas miradas mientras los marinos iban embarcándose.

No fue sino hasta unos meses después, cuando el buque de su padre desembarcara nuevamente en la ciudad, que Antonia lo volvería a ver. Todo ese tiempo, ella solo podía hacer uso de su memoria para traerlo a su mente a cada minuto de su día. No había una fotografía que mirar, ni una carta que leer, solo el recuerdo plasmado en su corazón y la esperanza de un breve reencuentro. Esperaba encontrarse con él de nuevo y esta vez, al menos enterarse de su nombre.

Apenas vio a su padre descender por la pasarela, rodeado de subordinados, fue corriendo a su encuentro y lo abrazó tiernamente.

Antonia era una mujer hermosa, de cabellos dorados y ojos grises. Una rareza única. No solo era hermosa a sus 24 años, sino también muy inteligente. Se había graduado con honores como Abogada Especialista en Derecho Marítimo y Transportes. Su padre estaba orgulloso de ella y la presumía delante de todos sus camaradas, entre ellos, su mejor amigo y superior, el Vicealmirante Müller, padre de Emilio.

Sin saberlo, su padre, el Capitán Sarracedo, junto al padre de Emilio, habían arreglado casar a sus hijos para que de esa forma la veta castrense que corría por sus venas se prolongara con nietos que siguieran sus pasos.

Emilio era buen prospecto para el Capitán Sarracedo. Si bien era joven, sabía que era apto para seguir subiendo en el escalafón de la armada y por ende, estaba más que a la altura para casarse con su hija.

Antonia y Emilio no se conocían y la fiesta anual que se daría en el Club Naval esa noche, sería la ocasión perfecta para que estos padres llevaran a cabo su plan de casamenteros.

Sin embargo, Antonia tenía otros planes. Esa fiesta, era la ocasión perfecta para acercarse a ese marino del que había quedado flechada. No pudo verlo cuando fue a buscar a su padre, y sin un nombre, tampoco pudo preguntar por él. Por eso aquella fiesta era su última oportunidad para encontrarlo. Ella sabía que contaba solo con una semana para lograr su cometido antes de que la tripulación se embarcara de nuevo. No había tiempo que perder.

Se vistió con un vestido largo muy simple pero elegante. Solo una gargantilla adornaba su largo cuello y su cabello estaba atado con una trenza que colgaba en uno de sus hombros y que lo resaltaba aún más. Se colocó unos zapatos de tacón y su mano portaba un sobre acorde al atuendo. Se veía realmente hermosa. Sabía que su amado era solo un cabo y no quería hacerle sentir inferior por la forma en que vestía. Estaba ilusionada con verlo. Su corazón palpitaba a mil por hora por el solo hecho de pensar en él.

Ya estaba lista cuando sus padres la llamaron para partir a la fiesta de esa noche.

 

Por otro lado estaba el Vicealmirante Müller, que, sabiendo la reputación que precedía a su hijo, le rogaba que esa noche se comportara y que no lo avergonzara ni a él ni al resto de la familia.

A Emilio no podía importarle menos las recomendaciones de su padre. Esa noche era noche de fiesta y lo único en que pensaba era en una nueva conquista para pasar la semana. Ansiaba comenzar la búsqueda de su siguiente "presa".

 

Ya en la fiesta, Antonia se separó de su familia casi al instante de llegar y caminó por todo el lugar buscando a ese marino que alborotaba su corazón….. y su búsqueda no fue en vano.

Se detuvo un momento y fijó su vista en él, que estaba a unos cuantos metros de ella rodeado de otros marinos, con quienes entablaba una cordial y amena conversación llena de sutiles risas y bromas. En tan solo una fracción de segundo, y quizás porque se sintió observado, giró su cabeza y se encontró con la mirada de Antonia.

No lo dudó ni un instante y dejó a sus amigos, quienes lo observaron partir sin explicación alguna, para ir a buscarla. Ella acortó el camino yendo hacia él y se saludaron como si hubiesen sido dos viejos amigos y ese fuera tan solo un reencuentro más de tantos. Se presentaron afectuosamente.

“Mi nombre es Eduardo Almeida...”.

“Y el mío es Antonia Sarracedo”.

Con el grato impacto de aquel encuentro y debido a la radiante belleza de la mujer que estaba delante de él, Eduardo no asoció el nombre y solo la invitó a bailar. Era música suave, lo que les permitió juntar sus manos, y a él pasar su brazo por la cintura de ella. La exquisita melodía los envolvió en una nube de sensaciones nunca antes percibidas. No podían apartar la vista el uno del otro. Antonia estaba feliz y sintió que en la pista de baile solo estaban ellos dos con sus manos entrelazadas. Fueron tan solo unos minutos, pero que quedaron grabados en el corazón de ambos. Antonia juró que jamás olvidaría aquel encuentro ni el perfume amaderado de su piel. Roble y cardamomo logró distinguir. Quizás también unas gotas de nuez moscada. "Delicioso", pensó.




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