Cruzaría mil montañas solo para amarla

¿Quieres conocerla?

Pedro fue al aeropuerto a buscar a su amigo. Llegaba esa tarde a eso de las 19 hrs. a Concepción, cerca de Talcahuano.

Apenas lo vio, sintió cómo su pecho se apretaba de angustia. Aunque era un hombre joven aún a sus 52 años, su aspecto se había avejentado. Y es que las últimas semanas habían causado estragos en la vida de Emilio. Envejeció de repente 10 años. Ya lucía como Pedro, de 62, pues esa era la diferencia de años entre esos dos.

Se abrazaron y lloraron lamentándose del tiempo que había pasado sin contactarse. Se dirigieron al hotel en donde se hospedaría Emilio. Pedro le había dicho que no podía recibirlo en su casa como antes ya que su ahijada vivía ahí con ellos y ocupaba la habitación que él mismo ocupó muchas veces en el pasado.

“No te preocupes Pedro, estaré bien aquí. Me alegra estar de vuelta”, le comentó Emilio con un dejo de nostalgia.

“Descansa lo que queda del día. Ha sido un viaje agotador y necesitas dormir. Mañana paso por ti para tomar desayuno. Ahí charlamos y nos ponemos al corriente”. Los amigos se despidieron con la promesa de un nuevo reencuentro en unas cuantas horas. Emilio subió a su habitación, la miró con desasosiego y decidió que lo mejor sería darse un largo baño. Luego se secó, se puso su pijama, ordenó su ropa y se fue a acostar. Era la primera vez que viajaba sin Antonia después de casarse.

Fue difícil asimilar que ella ya no estaba a su lado. Miró el costado de la cama y solo había un espacio vacío y frío. Puso la cabeza en la almohada y se durmió lenta, pero profundamente. Y es que Talcahuano siempre calmaba su espíritu. Amaba ese lugar a pesar de que no era una ciudad en donde la gente deseara vivir. Lo que lo ataba a ese lugar eran cuestiones emocionales. La paz que sentía cuando iba a la playa Ramuntcho a disfrutar del sol y la arena, los ricos mariscos que comía cada vez que iba al terminal pesquero, el típico paseo para visitar el Monitor Huáscar y por sobre todo, su amigo Pedro, su esposa Rut y el bar que tantas oportunidades le dio de conocer mujeres en su época de juventud. En todas esas cosas pensaba mientras venía en el avión. Nunca supo por qué dejó de visitar aquel lugar que tan buenos recuerdos le traía.

A la mañana siguiente despertó de un salto y recordó entre todos esos recuerdos la imagen de una chica que una vez conoció. Aún recordaba su nombre....Sofía. ¿Qué sería de ella? No había mucho en su memoria. Después de todo cada vez que conseguía una conquista lo primero que hacía era olvidar con quien había estado. Ni sus nombres recordaba. Sin embargo, ese nombre, Sofía, por alguna razón no lo olvidó. De hecho, pronunciarlo después de tantos años, le provocaba cierta presión en el pecho sin saber por qué.

Después de mucho pensar, comenzó a recordarla. A su mente vino lo canalla que había sido su actuar con ella en ese entonces. De repente empezó a sentir la necesidad de encontrarla y disculparse con ella. Ahora podía entender el dolor de la traición.

No sabía qué esperar. La verdad es que las opciones no eran muchas. O no le había dado mayor importancia y siguió con su vida o bien, aún le guardaba rencor. "Las mujeres suelen ser rencorosas en cuestiones del corazón", pensó para sí. Cuando Pedro llegara por él, le preguntaría qué fue de ella y trataría de ubicarla para disculparse. Quizás sentir la necesidad de ser perdonado le ayudaría a su vez a aceptar las disculpas de Antonia.

 

Pedro lo buscó en el hotel y aprovecharon de tomar desayuno en restaurant del mismo. No sabía cómo sacar el tema. Había corrido mucha agua debajo del puente y su amistad recién estaba volviendo a reconstruirse. No quería echarlo a perder. Eso equivaldría a arruinar la posibilidad de Olivia de acercarse a él.

Luego del desayuno, fueron a caminar por la costanera. Se sentaron en una banca mirando el mar. Conversaron de muchas cosas. La familia, los negocios, el trabajo, etc. Hasta que de la nada, Emilio preguntó por Sofía.

“¿Qué es de Sofía? Recuerdo haberme comportado como un miserable rastrero con ella. Seguro a esta altura de la vida debe estar casada y con hijos de la edad de los míos”, dijo Emilio casi seguro de que aquel había sido su fin.

“Sofía está muerta. Se suicidó”, fue la parca y sentida respuesta de Pedro. Emilio palideció. 

“¿En verdad quieres saber? Si realmente estás interesado, te lo puedo contar con lujo de detalle”. Pedro reconoció que fue su rabia la que en ese momento hablaba por él. Pero es que aún no lograba disculpar la conducta de Emilio para con Sofía y todo lo que conllevó aquella jugarreta de su amigo.

Emilio no lo dudó y asintió. Había alojado en su mente la necesidad de pedirle perdón a Sofía para poder perdonar a Antonia y así liberarse de todo el dolor que persistía en su corazón. Escuchar de su muerte fue inesperado, pero pensó por un minuto que quizás pidiendo perdón a uno de sus hijos tendría el mismo efecto. No estaba preparado para lo que pronto iba a escuchar.

 

Pedro tomó aire y le contó a Emilio todo lo que había pasado con Sofía, desde su partida desde Talcahuano, hasta la angustia ante su ausencia, el embarazo de ella, el odio que creció en su corazón y que terminó por envenenar su alma hasta el punto de llegar a odiar a su propia hija. Le contó lo necesitada de amor que estuvo esa pobre criatura mientras crecía, las penurias que tuvo que pasar trabajando desde tan pequeña para mantener a su madre que cada día se sumía en una terrible depresión que al final la condujo hasta el suicidio el día del cumpleaños de la pobre niña, ahora ya toda una mujer.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.