Cruzaría mil montañas solo para amarla

La amó con un amor inmenso

Pedro entró primero al bar. Detrás lo siguó Emilio.

Pedro fue detrás de la barra y le preparó un trago. “Lo necesitarás”, Emilio asintió y lo bebió cargado de emociones y notorio nerviosismo. A esa hora, el bar aún estaba cerrado, así que estaban solo ellos dos.

“Espera un poco, iré a buscarla”, le dijo Pedro. Mientras tanto, Emilio recorrió con su vista todo el lugar rememorando las veces que estuvo allí y la cantidad de gente que conoció entre aquellas mesas y sillas.... una de ellas, Sofía. Era tan hermosa y tan tierna. Su inocencia lo cautivó. Aún no podía entender lo mezquino de su actuar y lo que ello significó para aquella joven mujer. Si tan solo pudiera echar el tiempo atrás, quizás ella le hubiera dado el amor que siempre buscó en Antonia y que ella nunca le pudo corresponder.

En todas esas cosas estaba pensando cuando de repente vió Olivia. Un silencio sepulcral se apoderó del ambiente. La visión de ambos empezó a ponerse borrosa por las lágrimas contenidas. Emilio se levantó de su asiento, caminó hacia su hija y sin decir palabra alguna la abrazó con todas sus fuerzas llorando en un confusión de sentimientos. Pasaba de la pena a la alegría intermitentemente. No sabía qué decir. Ella era su hija y apenas supo de su existencia la amó con un amor inmenso.

Olivia también estaba desbordada por sentimientos ambiguos. Por un lado le costaba poner aparte el dolor vivido por su madre, pero por otro, sentir que al menos uno de sus padres la amaba, la llenaba de una emoción indescriptible. Lo abrazó como nunca abrazó a su madre. Lo olió queriendo saber cuál era el aroma que decía “este es mi papá”. Lo miró fijamente para saber si se parecían.

Pasó un buen rato donde ninguno de los dos dijo nada. Solo se miraban tomados de las manos. Fue entonces cuando Emilio le dijo: “Eres la viva imagen de tu madre. Tienes el pelo rojizo igual que ella. Sus facciones, su porte, hasta su tono de voz. De mí solo heredaste los ojos verdes, tan propios como “casi” todos los descendientes de la familia Müller”.

Pedro y Rut miraron la escena desde lejos. Estaban visiblemente emocionados. Sabían que a partir de ese momento, la luz de sus vidas dejaría de brillar a su lado y surcaría otros cielos, los cielos a los cuales pertenecía por derecho. Dolía, pero era lo correcto. Así era la vida.

Como el bar estaba por abrir, Pedro les sugirió que subieran al segundo piso, que era donde vivían para que siguieran allí su plática. Ambos subieron en silencio pero tomados de las manos en completa complicidad. Olivia le ofreció un café a Emilio y se sirvió uno ella también.

“Olivia. No quiero empezar nuestra relación de padre e hija ocultándote nada de mí. Lo primero que quiero hacer es pedirte perdón. Me hubiera gustado disculparme con tu madre también, pero eso es imposible”. Su voz se quebró y comenzó a llorar desconsoladamente. “Yo le hice mucho daño a Sofía. Era inmaduro, mujeriego. Creía que por tener cierto rango dentro de la marina y una buena apariencia, tenía el derecho de hacer lo que quisiera y con quien yo quisiera sin medir las consecuencias de mis actos. Pero créeme..... si hubiera sabido de ti, nunca te hubiera abandonando. Yo no amaba a tu madre, pero hubiera puesto todo de mi parte para llegar a ser una familia. Si no lo hacía, tu abuelo seguro me hubiera tirado por la borda antes de permitir dejarte sola a ti y a Sofía. Hoy analizo mi vida y tengo miles de arrepentimientos. No sé muy bien lo que voy a hacer de aquí en adelante. Mi matrimonio está acabado y aún sigo amando a mi ex esposa....... Debe ser mi justo castigo por todo lo malo que he hecho.....”. La resignación se había apoderado de sus palabras.

“Papá....”, Olivia bajó la mirada a sus manos entrelazadas con las de su padre. “¿Puedo llamarte así?”, le preguntó con duda.

“Claro que sí hija”, le respondió Emilio, emocionado hasta las lágrimas, “ahora eres mi princesa”. Olivia abrazó a su padre tiernamente y acarició su nuca como si éste fuese un pequeño niño en busca de consuelo.

“Sé que eres sincero y agradezco a Dios el haberme dado la oportunidad de conocerte y que supieras de mí. Sin Pedro y Rut, nada de esto podría estar pasando. En el pasado tenía una vida infeliz al lado de mi madre. Fuiste el objeto de su odio, por ello odiaba a todo el mundo y eso que me incluía. A menudo estaba triste y soñaba con salir corriendo de su lado, pero sabía que hubiera sido demasiado cruel de mi parte haberla hecho pasar dos veces una misma situación. Después de todo era mi madre y a mi manera, la quería. Lamenté todo lo que vivió y te odié toda una vida pensando en que nos abandonaste, hasta que supe la verdad después de su muerte. Pedro y Rut hicieron lo que estaba a su alcance para darme lo que me faltaba, incluso pagaron mi universidad y nos mantenían económicamente en secreto mientras yo estudiaba a escondidas de mi madre. Ella no dejaba que tuviera mucho contacto con ellos por miedo a que no cumplieran la promesa y terminaran diciéndome la verdad acerca de ti. Valoro enormemente su lealtad a ella. Sé que lo hicieron porque la querían y a mí también. Ya no te culpes más por el pasado. Ya está..... nada ni nadie puede cambiarlo. Lo que hagamos de aquí en adelante es lo que cuenta. Ya estás sufriendo mucho con todo lo que te ha pasado este último tiempo como para que yo agregue más peso a ese cargado corazón. No tengo nada que perdonarte. Solo quiero recuperar el tiempo perdido”, fueron las sinceras y sentidas palabras de Olivia hacia aquel hombre que parecía cargar el peso del mundo en sus hombros.




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