Cruzaría mil montañas solo para amarla

Cruzaría mil montañas solo para amarla

De vuelta en la fiesta, Álvaro y Olivia contaron la buena nueva a la familia y amigos. Algunos estaban contentos de ver a la pareja recién formada, en especial la Tía Constanza. Rocío y Agustín por el contrario, sonreían forzosamente porque sabían que Olivia había aceptado dicha unión solo para terminar de una vez por todas su amor por Santiago.

Mientras todos felicitaban a la pareja, Olivia barría con la mirada el lugar en búsqueda de Santiago e Isabel y se percató que ninguno de los dos estaban presentes. Bajó la mirada sonriendo con sarcasmo y asumió que ambos se habían marchado juntos. Eso solo la ayudó a corroborar que había tomado la mejor decisión y que podía terminar las cosas con Santiago sin arrepentimientos.

 

Apenas llegó a su casa, Santiago subió a su habitación frustrado por todo lo que había pasado en la fiesta. Se sentó al costado de su cama y lloró desconsoladamente al recordar cómo Olivia se besaba con Álvaro. Hubiese dado todo por haber sido él quien tuviera el privilegio de rozar los labios de Olivia y empaparse del cálido aliento de ella. Luego su tristeza dio paso a la ira, ira consigo mismo porque estaba consciente de que no tenía derecho a ninguna recriminación cuando fue él el primero en aceptar el beso de Isabel.  "¿Por qué, ¡maldita sea mi estampa!, tenía que ser mi hermana? ¿Por qué?", se lamentaba. No podía superar ese hecho, como tampoco el que fuese Álvaro quien finalmente tuviera con ella lo que el destino le había negado brutalmente a él.

 

Después de pensarlo por un buen rato, tomó su móvil, llamó a su superior y pidió reincorporarse a su trabajo de inmediato. No tenía motivos para quedarse, pero sí muchos para irse. 

Bastante difícil le había resultado convivir con Olivia después de enterarse del lazo que los unía. Un lazo que no había buscado ni mucho menos quería. Lo único que le quedaba por hacer era alejarse de la fuente de todas sus amarguras, la mujer que lo desestabilizaba y perturbaba en todos sus sentidos. Esa mujer había provocado en él miles de sensaciones. Lo había elevado hasta las nubes y lo había dejado caer hasta la parte más profunda de la tierra.

Por ella perdió todo rastro de autocontrol. Por ella actuó como un niño malcriado. Por ella se dejó llevar por los celos. Por ella……. perdió la cordura. 

Salió de la casa sabiendo que antes de irse debía hacer una última parada, una que no deseaba hacer, pero el honor le obligaba a ello.

 

Llamó a la puerta y solicitó hablar con Isabel.

Isabel aún estaba dormida debido a los efectos del alcohol, pero cuando supo que Santiago había ido a buscarla, se arregló rápidamente y fue a su encuentro.

Él estaba de pie en la sala de estar esperando a que ella apareciera. Sabía que debía ser paciente en vista de la hora. Su reloj marcaba las 4 de la mañana y suponía que ella debía estar durmiendo cuando él llegó. Sabía que no eran horas para una visita, pero dadas las circunstacias, no tenía otra opción ni otro momento. No pasó mucho rato cuando entonces la vio venir.

“Santi, ¿acaso no pudiste esperar unas horas más para verme que vienes a estas horas de la madrugada? Aunque debo decir que tal sacrificio me halaga”, dijo Isabel con una cuota de coquetería.

“Isabel debo hablar contigo de algo importante”. No podía dilatar más lo inevitable ni se andaría con rodeos. Lo mejor era ir al grano y partir cuanto antes.

“Dime, soy toda oídos”. Isabel se sentó e invitó a Santiago a hacer lo mismo. Cuando él se negó, intuyó que algo no andaba bien y su rostro comenzó a cambiar, tornándose serio y frunciendo el ceño.

“Sé que desde hace un tiempo tienes sentimientos por mí. Has sido paciente conmigo al esperar a que yo te corresponda y te lo agradezco de todo corazón. Créeme – dijo Santiago cruzando sus manos en señal de disculpa – que hice mi mayor esfuerzo para enamorarme de ti, pero

“No me vas a salir con la estupidez de ‘no eres tú, soy yo’, ¿verdad?  De pronto se vio interrumpido por ella.

Santiago bajó la mirada y no dijo nada.

“¿Es por ella?”. Lo interrogó con rabia.

“¿Por quién?”. Santiago se hizo el desentendido.

“¿Crees que soy estúpida?, preguntas por quién cuando sabes mejor que nadie que tu hermana es la que te tiene así. Nunca tuviste la intención de enamorarte de mí. Estabas conmigo solo para sacarla de tu mente y hacer que ella sintiera celos. No sé qué clase de relación tuviste con ella, ni me interesa. Tal vez es solo un amor unilateral producto de convivir con ella de un día para otro sin haberla conocido hasta ahora y quizás te fue difícil verla como lo que realmente es... tu hermana. No sé nada de lo que hay en tu cabeza o en tu corazón.... Pero lo que sí sé, es que ella ahora está con mi hermano y ese amor enfermizo que tienes por ella nunca podrás materializarlo”. Santiago no podía creer lo perspicaz que había sido Isabel. Casi como que adivinó lo que sucedía con él. O pudo ser simplemente que él fue demasiado obvio.

“Lo siento mucho, Isabel. Nunca quise hacerte daño. Lamento que lo nuestro no haya funcionado. Lo mejor que puedo hacer ahora es marcharme. En unas horas parto a una nueva misión y no sé por cuanto tiempo esté lejos. Solo espero que cuando vuelva, haya pasado el tiempo suficiente para que te hayas olvidado de mi”. Fue todo lo que le dijo. No le daría en el gusto de afirmar ni negar nada de las acusaciones que ella le había lanzado. No tenía por qué hacerlo. El tema "Olivia", con todo lo que ello implicaba, solo era de su incumbencia y de nadie más.




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