Cruzaría mil montañas solo para amarla

Te necesito en mi vida

De repente su rostro palideció y se sintió desvanecer. Sus rodillas cayeron al suelo y el teléfono que tenía en su mano se precipitó a su lado.

“¡¡¿Qué pasa, papá?!!”, gritó Olivia.

Santiago…… Santiago….., susurró Emilio.

“¡¡¿Qué le pasó a Santiago, papá?, habla!!”. La desesperación estaba haciendo mella en Olivia.

“Dicen que tomó su avión sin permiso para volar hacia acá lo antes posible, pero al cruzar la frontera, el enemigo lo detectó en el radar y derribó su avión. Está grave y no saben si se salvará o no", dijo Emilio casi inaudible y la mirada perdida.

“No. No puede ser. Esto no puede estar pasando. No es cierto. ¡¡¡Dime que no es cierto!!! Olivia cayó al suelo al lado de su padre, llorando, fuera de sí y golpeándose el pecho con fuerza.

“¡¡Es mi culpa, es mi culpa, es mi culpa!!”, repetía sin parar.

“¡¡Detente Olivia, no es tu culpa, debes calmarte!!”, le dijo su padre tratando de recuperar algo de serenidad en medio de aquel infierno.

“¡No me pidas que me calme, no puedo!! ¡¡No puedo perderlo, papá, yo…… yo lo amo!! Perdóname, papá. No era nuestra intención enamorarnos. Ni siquiera sabíamos que éramos hermanos. Yo… yo….”, Olivia no sabía qué más decir. Se sentía avergonzada y mortificada a partes iguales.

“Princesa….. mi amada princesa….. Ya lo sé. Sé todo lo que pasó entre ustedes. Sé también que hicieron a un lado sus sentimientos debido al lazo que los une, pero hay algo que debes saber…

….Santiago no es tu hermano”. Ya estaba. Ya lo había dicho por fin. Sabía que algún día tendría que decir la verdad y es era el momento exacto de hacerlo. No podía permitir que sus hijos sufrieran lo indecible por culpa de una verdad que (por mucho que hubiese querido que no lo fuera pero lo era) podía transformar su desdicha en felicidad.

“¿Có…cómo dices?”, preguntó una Olivia conmocionada por aquella nueva información que llegaba a sus oídos como bálsamo sanador.

“Santiago no es mi verdadero hijo. No lo supe hasta cuando Antonia me lo confesó justo antes de divorciarnos. No me pareció necesario decírselo a nadie de la familia, ni siquiera a Santiago mismo, porque para mí, él siempre ha sido y siempre será mi hijo. Si no te lo dije antes, fue porque pensé que ya lo habías superado. Nunca te vi demostrar ninguna emoción, a diferencia de Santiago, pero como veo que ambos no han dejado de amarse, no puedo hacer la vista gorda y dejar que mis hijos sufran por un error que no cometieron. Por ahora, solo podemos estar a su lado y rogar que se recupere. Él es fuerte y su amor por ti es el mejor incentivo para vivir. Confiemos en que todo estará bien, hija". Tenía que creer en eso. Su hijo estaba debatiéndose entre la vida y la muerte y su hija necesitaba contensión en ese momento. Él también, pero tenía que anteponer el bienestar mental y emocional de Olivia primero y darle la esperanza que ella necesitaba en ese momento. En realidad, la esperanza la necesitaban ambos con urgencia y no iba a dejar de pedírsela a Dios hasta que viera a su hijo fuera de peligro. "Ahora sé fuerte y controla tus emociones como siempre lo has hecho. Aún tienes que decirle a Santiago que puede amarte sin obstáculos por el resto de su vida, ¿de acuerdo?”. Olivia asintió con firmeza.

“Gracias, papá”, dijo Olivia dejando salir todas sus emociones contenidas por tanto tiempo ya.

“Prepara tus cosas, 'zarpamos' rumbo a Siria ahora mismo”, afirmó el viejo marino.

 

Olivia estaba de pie ante la puerta de la habitación. Desde afuera sentía el sonido de los monitores y escuchaba los latidos del corazón de Santiago.

Abrió la puerta y vio la escena desgarradora. Ese hombre que yacía inmóvil acostado en aquella fría camilla, no parecía ser el Santiago lleno de vida que conoció en París.

Los médicos lo mantenían en un coma inducido. Su cuerpo estaba lleno de mangueras por todos lados, con vendas es su cabeza y hematomas en piernas y brazos. Había un ventilador mecánico que lo ayudaba a respirar, sondas que lo alimentaban mientras estaba inconsciente y una cánula que le administraba los medicamentos que lo mantenían sedado.

Olivia caminó lentamente hacia la cama y detrás de ella, Emilio.

Se sentó a su lado y tomó su mano. La besó suavemente mientras las lágrimas parecían salir sin control. No hizo ruido. No quería que él la escuchara llorar. Debía ser fuerte si quería ayudar a Santiago a recuperarse.

Un médico y una anfermera de pronto entraron en la habitación para chequear al paciente y comentarles a sus familiares la condición en que se encuentraba.

“Mi hijo, ¿se va a salvar?”, preguntó Emilio con los ojos anegados en lágrimas, la garganta apretada y la voz temblorosa de angustia.

“Seré honesto con ustedes. El paciente está en una condición crítica. Antes de 48 horas no podemos asegurar nada respecto a su pronóstico de vida. El accidente que sufrió fue lo suficientemente grave como para haberle quitado la vida. Sufrió una grave conmoción cerebral, tiene múltiples fracturas, hemorragia interna y un pulmón comprometido. Fuera de eso, no sabemos que daños neurológicos presentará una vez que salga del coma. Por ahora solo queda esperar y orar por un milagro”, respondió el médico con honestidad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.