Pasaron los años y las dos crecimos rodeada de personas fantásticas y una familia poco funcional, pero por lo menos estamos juntos. Ya tengo diez y ocho años en la ¨flor de la juventud¨ según mi madre.
Estoy en la escuela, desde en donde estoy con mi amigo Travis puedo ver a Tamara una vez más con esas chicas. Me deban mal espina. Él estaba sentado frente a mí devorando su sándwich mientras yo trataba de espiar a Tamara. Miro por encima del hombro de él y me doy cuenta de que una de esas chicas le pasa algo a Tamara. —No lo hagas Tamara, no lo hagas —susurro solo para mí. Observo como su cabeza se sacude de un lado a otro negando aquello que ellas querían que Tamara tomara aquello.
Las chicas se alejaron de ella y esta se sentó en una banca.
—Hablamos ahora Travis—. Me pongo de pie y camino hacia ella.
Ella estaba sentada devorando un caramelo cuando me senté en el banco.
—Tamara —le toco el brazo: ella me mira—. ¿Qué querían? —Le pregunto intrigada
—Solo querían entregarme algo, pero no lo acepté, ellas están locas —dice con la voz baja mientras llevaba el caramelo a su boca.
—Tamara, ¿Qué querían? Dime —insistí esperando su respuesta.
—Solo querían que me uniera a su grupo, lo hice por unos días, pero hoy querían que guardara un pen drive, no sé qué tenía esa cosa y mejor me negué a guardarlo. Conozco un poco a esas chicas y son capaz de ponerle una bomba a cualquiera con tal de limpiarse ellas las manos: no soy tonta—. Miro el campus y a quienes estaban frente a mí.
—Bueno, pues sí, creo que fue lo mejor que hiciste, esas chicas están locas.
—No sabes cuánto —asegura ella.
— ¿Y tú sí? —Le contesté.
Ella gira su rostro hacia a mí, me mira fijamente mientras esperaba a que me dijera algo.
—Estuve unos días con ellas, no lo sé todo, pero sabes, nunca en esos grupos faltan aquellas malas prácticas.
Me mantengo en silencio dejando que continuara hablando, pero no dijo más nada. La miro fijamente mientras está sentada junto a mí.
Un chico se acerca a nosotras, pude ver como sus mejillas se tornaban rosas y sus labios que arqueaban en una melodiosa sonrisa.
—Hola chicas —saluda él.
Yo me giro y lo miro, no pude evitar sentirme como mal tercio.
—Bueno chicos, mejor me voy —digo a la vez que me pongo de pie.
Ellos me miran fijamente.
—Bueno, bueno, ok ya me voy —digo marchándome.
Ellos se quedan allí atrás y no puedo evitar detenerme y mirar hacia atrás. Vi como él se sentaba junto a ella mientras esta sonreía. Estaba feliz por mi hermana, él era un muy buen chico que se preocupaba por ella. Siempre estaba pendiente hasta me resultó extraño que no estuvieran juntos, parece que lo llamé con el pensamiento. Ella nunca había tenido a alguien, siempre éramos nosotras, y ahora estaba él.
Me regresé a mi banco con Travis, quien aún permanecía allí sentado, en el mismo banco de hace unos minutos.
— ¿Qué haces? —Le pregunto mientras tomo asiento frente a él.
—Solo termino unas tareas —dice a la vez que copia unos apuntes.
—Oye, ¿No te aburres de esta escuela? Aquí todo es igual, aquí nada pasa…
—No, no me aburro porque encuentro paz, paz que no tengo en mi casa —me interrumpe.
—Sí, no digo que no haya paz, sino que aquí nunca ocurre nada, ¿Es normal que una escuela donde haya tantas personas no haya conflictos, ni grupos populares y que los del equipo de futbol no se crean los mejores del centro o que los nerds no sea humillados y que los del grupo de música no se quejen porque los del cub de teatro tienen más apoyo?
—Te digo por qué pasa eso —él me mira fijamente.
— ¿Por qué? —Pregunto echándome hacia adelante.
—Porque aquí quienes están es porque solo les importa su vida, no tiran para ningún grupo favorito, sino que se eligen a ellos mismos primeros y luego a cuáles grupos quieren pertenecer. No sé tú, pero me gusta más así.
—Sí Travis, lo sé, pero no entiendes a lo que me refiero. No pregunté si ellos eligen o no lo que quieren o eso, me referí a que…