Cuando Amar no es suficiente

3. Amando en la sombra

Daniel observaba su reflejo en el espejo con una extraña sensación en el pecho. Su cabello estaba peinado de una forma diferente, su ropa ya no era la misma de antes y sus playlists estaban llenas de canciones que ni siquiera le gustaban, pero que Sofía solía escuchar. ¿Cuándo fue que dejó de ser él mismo?

Aún así, nada de eso parecía suficiente.

Cada día se convertía en un juego de suposiciones. ¿Hoy me responderá rápido? ¿Querrá verme? ¿Será cariñosa o estará distante? Ya no había certezas, solo una montaña rusa emocional en la que él no tenía el control.

La notaba fría, distante, como si su presencia le resultara incómoda. Cuando estaban juntos, ella revisaba el teléfono con una frecuencia que antes no tenía. Las conversaciones se volvían más cortas y, a veces, incluso forzadas.

Pero lo que más le dolía era la falta de reciprocidad. Antes, Sofía solía preguntarle cómo estaba, qué había hecho en el día, si había comido. Pequeños detalles que le hacían sentir que le importaba. Ahora, él era el único que intentaba mantener viva la relación.

Una tarde, después de días sin verse, Daniel la invitó a su cafetería favorita. Llegó temprano, pidió un café y esperó, sintiendo cómo la ansiedad le oprimía el pecho. Revisó su teléfono varias veces, asegurándose de que ella no hubiera cancelado a último minuto. Solo quiero verla, solo quiero que todo vuelva a ser como antes.

Sofía llegó veinte minutos tarde. No se disculpó.

—Perdón por la espera —dijo Daniel con una sonrisa tensa.

—No te preocupes —respondió ella, sin apenas mirarlo, dejando su teléfono sobre la mesa.

La conversación fue monótona. Daniel hacía preguntas, y ella respondía con frases cortas, sin emoción. A ratos, revisaba su teléfono, sonreía ante la pantalla y luego volvía a mirarlo con indiferencia.

Daniel sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Con quién hablaba? ¿Por qué sonreía así?

Trató de ignorarlo, de convencerse de que era una idea absurda. Pero una parte de él, la parte que sabía que algo andaba mal, comenzó a ahogarlo con pensamientos incómodos.

—¿Pasa algo? —preguntó, intentando sonar casual.

Sofía levantó la vista con un destello de incomodidad en los ojos.

—¿Por qué lo dices?

—No sé, te siento… diferente.

Ella suspiró y dejó el teléfono a un lado.

—Daniel, no todo gira en torno a ti.

Sus palabras fueron como un puñetazo en el estómago. Se quedó en silencio, sintiendo que cualquier cosa que dijera solo empeoraría la situación.

Cuando terminó el café, Sofía miró la hora y se levantó.

—Tengo que irme. Nos vemos luego.

No hubo abrazo, ni un "cuídate", ni siquiera una despedida decente. Solo se fue, dejándolo ahí, con su corazón hecho un nudo y la certeza de que algo estaba cambiando.

Y lo peor era que, por más que intentara evitarlo, empezaba a temer la verdad.




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