Cuando Amar no es suficiente

4. La Ausencia en su presencia

Las horas pasaron, pero Daniel seguía en la cafetería, con la mirada perdida en la puerta por donde Sofía se había marchado. Su café estaba frío, sus manos temblaban levemente, y en su cabeza solo había una pregunta que no dejaba de repetirse: ¿En qué momento todo cambió?

Recordó la primera vez que la llevó a ese lugar. Ella había probado su café y se había quejado de lo amargo que estaba, con una mueca que a Daniel le pareció adorable. Ahora ni siquiera tocó su taza. Ni el café ni él parecían importarle ya.

Se levantó y salió a la calle, sintiendo el frío de la tarde como un reflejo de lo que llevaba dentro. El cielo estaba gris, el viento movía las hojas secas en la acera, y por primera vez en mucho tiempo, caminar sin rumbo le pareció más tentador que volver a casa.

Algo estaba mal.

Ya no podía seguir negándolo. No era su imaginación, no eran sus inseguridades. Sofía se estaba alejando.

Sacó su teléfono del bolsillo, abrió su chat con ella y releyó sus últimas conversaciones. “Te extraño”, había escrito él hace dos días. Sofía solo había respondido: “Yo también”, sin emojis, sin cariño en sus palabras.

Antes, ella le decía que lo quería sin que él tuviera que pedírselo. Antes, era ella quien buscaba su mano, quien se emocionaba al verlo. Antes, ella lo amaba.

Pero… ¿y ahora?

Apretó los puños, queriendo encontrar una explicación. Tal vez estaba pasando por algo difícil. Tal vez tenía problemas y no quería hablar de ellos. Tal vez…

Tal vez simplemente ya no sentía lo mismo.

El pensamiento lo golpeó como una ola helada.

Caminó sin rumbo, hasta que su teléfono vibró en su bolsillo. Un mensaje. Su corazón se aceleró. ¿Sofía?

No. Era su amigo Leo.

—Hermano, ¿estás bien? Te ves hecho mierda.

Daniel frunció el ceño. ¿Me vio?

—¿Dónde estás? —respondió.

—En el parque, frente a la fuente.

Daniel miró alrededor. A unos metros, Leo estaba sentado en una banca, con las manos en los bolsillos y una mirada preocupada. Caminó hasta él y se dejó caer a su lado con un suspiro.

—¿Quieres hablar de eso? —preguntó Leo.

Daniel negó con la cabeza, pero después de unos segundos de silencio, las palabras salieron solas:

—Creo que Sofía ya no me quiere.

Leo no pareció sorprendido.

—Lo imaginé. Te has visto… apagado últimamente.

Daniel se pasó una mano por el rostro.

—No sé qué hacer.

—Nada.

—¿Nada?

—Hermano, si alguien quiere estar contigo, lo demuestra. Si alguien deja de quererte, también lo demuestra.

Daniel se quedó en silencio. Sabía que Leo tenía razón, pero no quería aceptarlo. Porque aceptar que Sofía ya no lo quería significaba aceptar que su amor no había sido suficiente.

Y eso… era lo que más dolía.




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