6. Una Verdad que Arde

El sol aún no salía cuando Daniel llegó a la cancha de básquetbol del barrio. El pavimento estaba húmedo por el rocío de la madrugada, y las luces tenues de los postes apenas iluminaban el lugar. Se dejó caer en una de las gradas de cemento, con la capucha cubriéndole la cabeza y las manos enterradas en los bolsillos de su chaqueta.

El celular pesaba en su mano. La pantalla apagada reflejaba su rostro cansado. Ni un solo mensaje nuevo. Sofía había leído su última pregunta y no había respondido.

Un balón rebotó en la cancha. Daniel levantó la vista.

—No me jodas, hermano. ¿No dormiste?

Leo apareció desde la sombra, con un café en cada mano. Le lanzó uno a Daniel, que apenas lo atrapó.

—Gracias.

Leo se sentó a su lado y bebió un sorbo. No dijo nada. No tenía que hacerlo. Sabía que Daniel estaba hecho mierda.

Pasaron varios minutos en silencio. Solo el sonido del viento y el rebote ocasional del balón llenaban el vacío.

—La viste anoche, ¿verdad? —preguntó Daniel al fin.

Leo tardó en responder.

—Sí.

Daniel sintió una presión en el pecho.

—¿Con quién estaba?

Leo bajó la mirada a su café.

—Dani…

—¿Con quién?

El silencio fue la respuesta.

Daniel cerró los ojos y apretó los puños. No hacía falta que Leo dijera nada más.

Sofía tenía a alguien más.

Un auto pasó por la calle cercana, con la música baja, rompiendo momentáneamente la quietud. Daniel sintió que todo su cuerpo se tensaba, como si algo dentro de él estuviera a punto de romperse.

—¿Lo conoces? —preguntó, la voz más áspera de lo normal.

Leo dudó un segundo antes de asentir.

Daniel tragó saliva. No preguntó más.

Se puso de pie, sintiendo que el mundo a su alrededor se volvía irreal. Sus pies avanzaban sin rumbo, su cabeza era un torbellino.

Sofía.

La persona por la que había cambiado. La persona a la que amaba. La persona que lo había mirado a los ojos y le había dicho que también lo quería.

Todo había sido una mentira.

Su teléfono vibró.

Lo sacó con los dedos temblorosos.

Sofía: Tenemos que hablar.

Daniel soltó una risa amarga.

Ya no hacía falta.

Ya lo había entendido todo.