7. No Hay Vuelta Atrás

Daniel miró el mensaje por varios segundos. La pantalla del teléfono iluminaba su rostro en la penumbra de la madrugada, pero no se movió. No respondió.

Leo lo observaba desde la grada, removiendo el café en sus manos, sin atreverse a hablar.

Daniel deslizó la notificación hacia un lado. Bloqueó la pantalla. Guardó el celular en su bolsillo.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó Leo.

Daniel tomó aire, sintiendo el ardor en su pecho, el peso en sus piernas, la sensación sofocante de estar parado en el borde de algo.

—Voy a verla.

La casa de Sofía no estaba lejos. Caminó con paso firme, sin titubear. Leo lo siguió en silencio. La brisa de la mañana era fría, pero no más que la certeza que Daniel llevaba clavada en el pecho.

Al llegar, la luz del cuarto de Sofía estaba encendida.

No tocó el timbre. No llamó.

Solo escribió: Estoy afuera.

Segundos después, la puerta se abrió.

Sofía apareció en el umbral, descalza, con una sudadera holgada y el cabello desordenado. No parecía sorprendida. Tampoco se veía culpable.

—Daniel…

—¿Quién es?

La pregunta salió sin rodeos, sin adornos. Sofía parpadeó.

—No quiero hablar de esto así…

—¿Quién es? —repitió él, con la voz baja.

Ella mordió su labio inferior. Bajó la mirada.

Daniel dio un paso adelante.

—Solo dime la verdad.

Sofía tomó aire, como si fuera a responder. Pero en lugar de eso, su teléfono vibró en su mano.

Daniel lo vio.

La pantalla encendida.

Un nombre.

Un mensaje.

“¿Ya hablaste con él?”

No necesitaba más.

No esperó una respuesta.

No dijo una palabra más.

Simplemente, se dio la vuelta.

—Daniel, espera…

No la escuchó. No se detuvo. No volteó.

Caminó por la calle, sintiendo cómo cada paso lo alejaba de ella y lo acercaba a un vacío nuevo, diferente.

Un vacío en el que, por fin, entendía que no había vuelta atrás.