Cuando Amar no es suficiente

12. Sombra y Destellos

El restaurante al que fueron después de la galería estaba casi vacío. Era un lugar pequeño, con paredes cubiertas de fotografías antiguas y una tenue luz amarilla que le daba un aire nostálgico. Se sentaron en una mesa junto a la ventana, desde donde se podía ver la calle llena de gente apresurada, autos y luces parpadeantes de semáforos.

—¿Y ahora qué sigue en nuestra aventura cultural? —preguntó Leo, hojeando el menú.

—Podríamos ir a un cine independiente —sugirió Natalia—. Pasan películas raras, pero interesantes.

Daniel la miró con una ceja levantada.

—¿Raras cómo?

—Como cine experimental francés en blanco y negro con diálogos existenciales.

Leo dejó el menú con exagerada lentitud.

—Por favor, dime que es una broma.

Natalia se rió.

—Solo un poco. También tienen películas normales.

El mesero llegó y pidieron su comida. Durante la espera, la conversación fluyó con facilidad. Hablaron de todo y de nada: de música, de viajes que querían hacer, de las veces que Natalia y Leo casi fueron expulsados por una broma en la escuela.

Daniel, por primera vez en mucho tiempo, se sintió parte de algo.

Pero entonces, mientras se reía de una anécdota de Leo, su vista se desvió a la entrada del restaurante. Y el aire se le atascó en la garganta.

Sofía estaba allí.

No estaba sola.

Su mano estaba entrelazada con la de otro chico.

Daniel sintió un golpe en el estómago. No de rabia. No de tristeza. Sino de sorpresa. Como si una parte de él todavía no hubiese entendido que ella realmente había seguido adelante.

Natalia notó su expresión y se giró para ver.

Sofía lo vio en ese mismo instante.

Por un segundo, todo pareció ralentizarse.

Ella no apartó la mirada. Su expresión era difícil de leer. No había culpa. No había burla. Solo… algo indescifrable.

Daniel no supo cuánto tiempo pasó hasta que ella desvió la vista y siguió su camino, como si él no estuviera allí.

Leo rompió el silencio.

—Bueno. Eso fue incómodo.

Natalia lo miró de reojo, como si quisiera callarlo con la mirada. Luego volvió la atención a Daniel.

—¿Quieres irnos?

Daniel tragó saliva.

Y entonces, como un eco, recordó sus propias palabras en la mañana:

"Tal vez es hora de dejar de pensar en lo que fue y empezar a pensar en lo que viene."

Miró a Natalia. Miró a Leo.

Y respiró hondo.

—No —dijo—. No me voy a ir.

Natalia le sostuvo la mirada. Una pequeña sonrisa apareció en su rostro.

—Bien.

Leo alzó su vaso.

—Entonces, por nuestra tarde de cine existencialista.

Daniel sonrió.

—Por lo nuevo.

Brindaron.

Y aunque su corazón todavía llevaba cicatices, esa noche, por primera vez en mucho tiempo, se sintió un poco más libre.




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