Isabela caminaba unos pasos detrás de él, en silencio, observándolo con una mezcla de curiosidad y paciencia. Sabía que Daniel estaba sumido en sus pensamientos, y no quiso interrumpirlo hasta que estuviera listo para hablar.
Después de un rato, Daniel suspiró y le mostró el cuaderno.
—No sé si esto tiene sentido —dijo, con una sonrisa amarga—. Escribí todo lo que sentía, pero sigo sin entenderlo del todo.
Isabela lo tomó con suavidad, hojeando las páginas escritas con trazos apresurados y desesperados.
—Las palabras no siempre tienen que tener sentido de inmediato —respondió—. A veces solo son el reflejo de lo que nos consume por dentro.
Daniel la miró, sintiendo un extraño consuelo en su voz. No podía negar que Isabela tenía algo enigmático, una calma que contrastaba con su propia tormenta interna. Y sin embargo… no sentía nada más allá de eso.
No como con ella.
El pensamiento de su mejor amiga se filtró sin aviso. Su sonrisa, su risa ligera, los momentos compartidos. Recordó cada ocasión en la que su simple presencia bastaba para iluminar sus días, cada conversación en la que se sentía completamente entendido. Y también recordó la punzada de dolor al verla enamorarse de otro.
Isabela le devolvió el cuaderno y lo miró con intensidad.
—Aún piensas en ella, ¿verdad?
Daniel se tensó. No esperaba que lo descubriera tan fácilmente.
—No sé de qué hablas.
Isabela sonrió con suavidad, sin reproche.
—Daniel, el amor no desaparece solo porque intentamos ignorarlo.
Él desvió la mirada, exhalando con frustración.
—No es solo amor… Es la impotencia de saber que nunca seré suficiente. Intenté cambiar, intenté convertirme en alguien mejor para ella, pero nada funcionó.
—¿Mejor? —Isabela ladeó la cabeza—. ¿Mejor en qué sentido?
—Más fuerte. Más interesante. Más… digno de ser amado.
El silencio cayó entre ellos. Isabela bajó la vista por un momento antes de responder.
—¿Alguna vez te detuviste a pensar que no era cuestión de ser mejor, sino de simplemente ser tú mismo?
Daniel apretó los puños.
—Ser yo mismo nunca fue suficiente.
Isabela negó con la cabeza, su voz suave pero firme.
—El amor no se trata de méritos, Daniel. No es una recompensa por ser de cierta manera.
Las palabras golpearon su pecho como una verdad que había evitado enfrentar. ¿Cuánto tiempo había pasado intentando encajar en un molde que nunca fue suyo? ¿Cuántas veces había pensado que el problema era él y no la forma en que las cosas simplemente eran?
El sonido de pasos interrumpió sus pensamientos. Daniel levantó la vista y su corazón se detuvo un instante.
Era ella.
Su mejor amiga estaba ahí, de pie al final del sendero, mirándolo con una mezcla de sorpresa y duda.
—Daniel… —su voz tembló apenas, como si no supiera qué decir.
Él sintió que todo el aire se iba de sus pulmones. No la había visto en días, y ahora, teniéndola frente a él, comprendió lo mucho que la había extrañado.
Pero también recordó la verdad. Recordó que su amor nunca había sido correspondido.
Intentó sonreír, pero solo logró una mueca torpe.
—Hola.
Ella dio un par de pasos hacia él, jugando nerviosamente con sus manos.
—Escuché que estabas aquí… Quería verte.
Daniel tragó saliva.
—¿Por qué?
Su mejor amiga bajó la mirada, como si buscara la respuesta en la tierra bajo sus pies.
—No lo sé. Solo… necesitaba verte.
El silencio entre ambos se llenó de significados no dichos.
Daniel quería preguntar si ella lo había extrañado. Quería saber si, en algún rincón de su corazón, había un espacio para él.
Pero no lo hizo.
Porque la respuesta siempre había estado ahí, en cada "te quiero" que nunca significó "te amo", en cada mirada que no buscaba la suya de la misma forma en que él la buscaba.
Y sin embargo, dolía.
Dolía porque, a pesar de todo, aún la amaba.
—Es bueno verte —murmuró al final.
Ella sonrió, pero en sus ojos había algo que Daniel no pudo descifrar.
—¿Podemos hablar?
Daniel sintió el peso de esa pregunta en cada fibra de su ser.
Sabía que decir "sí" significaba abrir la herida de nuevo.
Pero también sabía que no decirlo significaría alejarse de ella para siempre.
Y no estaba seguro de estar listo para eso.
Isabela, en silencio, se alejó unos pasos, dándole espacio.
Daniel respiró hondo y asintió.
—Sí. Podemos hablar.
Y con esas palabras, supo que estaba a punto de enfrentarse a una de las conversaciones más importantes de su vida.
Una que podía romperlo de nuevo.
O quizás… darle la oportunidad de cerrar ese capítulo de una vez por todas.
Editado: 22.03.2025