cuando cupido te odia

Entre tus brazos

La lluvia caía libre por la ciudad, empapando a los enamorados que caminaban con

timidez hacia un refugio acogedor, Isabela e Ivar no dijeron nada en el camino, estaban

demasiado avergonzados, pensativos y ruborizados.

—¿Por qué estoy tan nerviosa?... solo iremos a su casa, no es nada raro, no hay de

que avergonzarse… —se dice Isabela en sus adentros mientras siente el rostro

caliente.

Ivar no era ajeno a la sensación impresionable de su novia, se preguntaba si había sido

demasiado atrevido al invitarla a su casa.

—Ah…Isabela, podemos ir a otra parte si prefieres. —le propone Ivar lleno de culpa.

—Oh… no creo que nos reciban en ninguna cafetería, jeje estamos demasiado

mojados…además, si tengo ganas de ir a tu casa…digo, siempre me he preguntado

como es. —expresa Isa con timidez.

—Está bien. —Ivar le sonríe con dulzura y siguen su camino.

Y después de un rato por fin llegan a la casa de Ivar.

—¡Wooo! ¿Esta es tu casa? ¡Qué bonita! ¡y que grande!… —Isabela estaba

maravillada por lo bonita que era la casa de Ivar, sabía que él tenía una mejor

economía que ella, pero jamás se imaginó que su casa sería tan llamativa.

—¿Te gusta? Mi papá la compró, pero el buen gusto se debe a mi mamá jeje.

—Mira… que bonitas plantas, se ve que tu mamá tiene buena mano, a la mía se le

mueren a los dos días jaja.

—¿De verdad?

—Sí, quizás se deba a su mal carácter.

—Jajaja ¿quieres pasar?

—¡Claro! —responde Isabela con alegría.

Al entrar a su casa, Isabela se dio cuenta de los muebles tan bonitos que tenía Ivar en

su sala, su hogar se veía tan amplio, brillante y olía a frescura silvestre, se sintió un

poco apenada de que su casa fuera tan sencilla, pero sentía alegría en su corazón al

saber que a Ivar no le importaba que ella viniera de una familia humilde.

—¿Quieres algo de tomar? ¡perdón! Primero te traeré una toalla para que te seques.

Ivar se había dado cuenta de que Isabela estaba temblando de frio, su casa era muy

fría sin contar que tenían prendido el aire acondicionado.

—Vuelvo enseguida.

 

—¿Puedo ir contigo? —le pregunta Isabela lanzándole involuntaria mente una mirada

tierna haciendo que el corazón de Ivar brinque de la emoción.

—Ah… sí, claro, subiremos a mi habitación ¿está bien? Tomare rápido la toalla y

regresaremos a la sala. —Ivar estaba demasiado preocupado porque Isabela no se

sintiera incomoda y no pensara cosas raras.

—No te preocupes. —Isabela le sonríe con amabilidad.

Isabela sentía una extraña felicidad con el simple hecho de entrar a la habitación de

Ivar, su cuarto olía bastante bien, estaba limpio y ordenado y su cama era tan grande

que se veía que dormía como un bebé entre esas sabanas acolchadas, Isabela tenia

tanto frio que se Moría de ganas por tumbarse ahí.

—Puedes sentarte en la cama, te buscaré algo para que te cambies.

—Ok… gracias.

Después de unos minutos, Ivar le entregó una toalla junto a un conjunto de ropa para

que se cambiara en lo que él metía su ropa a la secadora.

—¿Es tu ropa? —le pregunta Isabela ruborizada.

—¿Eh? Si, se nota que tienes frio, te preste un pants y una camiseta, tal vez te queden

algo grandes, pero te mantendrán calientita.

—Muchas gracias.

—En lo que te cambias iré a poner la ropa a secar, también pediré algo de comer y si

quieres podemos ver una película.

Una pequeña risita se escapó de la boca de Isabela, ver a Ivar tan nervioso le causó

mucha ternura, se estaba esforzando demasiado para no hacerla sentir incomoda.

—No me tardo.

Ivar tenía su propio baño, Isabela no podía creer que estuviera en la habitación del

chico que le gusta y mejor aún, no podía creer que estaba usando su ropa, tenía su

olor, el aroma de su suavizante favorito.

Ivar acababa de dejar la ropa en la secadora y al entrar a su recamara, se sorprendió al

ver lo bonita que Isabela se veía con su ropa, ella estaba sentada en su cama,

acariciando su colcha la cual estaba extremadamente suave.

—Isabela…

—¡Ivar! —Isabela se sorprende al verlo ahí parado.

—¿Sigues teniendo frio? —le pregunta Ivar al verla titiritar.

—Se me quitará en cuanto entre en calor.

 

—Te prepararé un chocolate caliente y te traeré una sábana.

—Gracias.

Isabela se recostó en la cama de Ivar, no tenía miedo de que se propasara, confiaba en

él y quería hacer algo para que él también se relajara y una vez que Ivar subió las

tazas de chocolate y la manta, Isabela lo abrazo.

—Gracias por ser tan atento conmigo.

—Quisiera hacer mucho más para expresarte lo mucho que te quiero…

—Yo también…

Era evidente que Ivar e Isabela se amaban tan intensamente que ya no podían

contenerse, ese abrazo despertó el deseo que habían mantenido reprimido por días, al

rosarse las manos su piel se erizaba al instante, podían escuchar el corazón del otro

galopar, estaban solos, no había nadie que les impidiera amarse como ellos querían,

no había por qué esconderse, cupido ya les había dado permiso de enamorarse ¿Qué

más podían hacer? Ya era tarde para reprimirse.

—Te amo… —Ivar aprieta a Isabela contra su cuerpo, está temblando.

—Yo también te amo Ivar…

Isabela e Ivar se besan apasionadamente, torpemente, pues ninguno de los dos era

experto en el amor, sus cuerpos los llevan a la suavidad de las sábanas, hipnotizados

por el golpeteo de sus corazones y seducidos por el rose de sus labios que

desesperados se devoraban como si no hubiera un mañana.

—Lo siento Isabela… no puedo contenerme. —le susurra Ivar con los ojos brillantes.




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