cuando cupido te odia

Un paso a la vez

Isabela podía sentir como el frio le adormecía la cara, cada que se acercaba a su

destino su corazón se acobardaba, pero su voluntad era fuerte ese día y continúo

avanzando, un paso a la vez, cada uno tenía su propio peso, cada palpitar hacía eco en

su alma y todo ruido se volvió mudo una vez que se encontraba frente aquel terrible

lugar.

De inmediato se paralizó, sentía como si sus emociones se convirtieran en gigantescas

olas que la azotaban, ahogándola en un profundo sentimiento de añoranza.

 

—No debí de haber venido… —se decía Isabela mientras tocaba el barandal y miraba

hacia abajo, el rio estaba embravecido, justo como aquella noche y su corazón se llenó

de angustia.

Todo lo que ella quería era afrontar sus temores, salir adelante superando aquel hecho

traumático, había perdido a dos personas importantes para ella de la manera más

inesperada y horrible, las piernas le temblaban al recordar aquellas escenas

desgarradoras de su querido Ivar tirándose al agua.

—Ivar…nuestro pasado siempre seguirá doliéndome, el hecho de preguntarme una y

otra vez como hubiera sido si cupido nos hubiese permitido estar juntos me acosará de

por vida, si tan solo cupido no me odiara, tal vez ahora estarías aquí.

Las lágrimas caían descontroladamente sobre las mejillas enrojecidas y frías de

Isabela, lloraba recordando su rostro, su sonrisa, la sonrisa que no volvería a ver

jamás, y entonces la neblina subió, parecía que estaba entre las nubes del inframundo,

con unas ganas tremendas de tirarse ella también y así hacerle compañía a Dany y a

Ivar, quería morirse, pero las palabras de Dany le carcomían la conciencia, su amado

hermanito había dirigido hacia ella sus últimas palabras, quería que viviera una vida

plena y feliz, quería que volviera a amar y a sonreír, eso era lo único que la detenía

para terminar con su sufrimiento, una promesa del corazón.

—Ay Dany… ¿Cómo esperas que vuelva a ser feliz? Me siento atrapada en un

laberinto oscuro, húmedo y solitario, es tan difícil… —Isabela llora con desesperación y

añade entre lamentos. —Si yo cumplo con mi promesa… entonces, entonces tú

también, hazme sentir que esto vale la pena, porque yo sola no encuentro la salida a

mi tristeza.

Cuando Isabela más triste se sentía una fresca briza rosó su mejilla derecha haciendo

que su corazón se acelerara al recordar las palabras de Dany: “Yo te rosare la mejilla

en forma de brisa para hacerte sentir mi presencia”

 

—¿Dany? ¿Eres tú? — Por alguna razón Isabela confirmó sus dudas, sabía que de

alguna forma Dany la acompañaría en su travesía y pensaba que al ser tan testarudo

he insistente, seguramente habría convencido a Dios de convertirlo en un ángel.

—Entonces si le quitaste su trabajo a cupido… —susurro Isabela soltando una risa

inesperada.

Su momento de paz fue interrumpido por el fuerte olor a tabaco que inundó su nariz

proviniendo de su lado izquierdo, en ese momento un sentimiento de enojo se apoderó

de ella, y con mucha rabia caminó hacia la dirección dónde provenía ese olor

penetrante.

Cada paso que daba la conducía hacia la figura oscura que se veía difusa entre tanta

neblina.

—¿Quién está fumando? ¡Oye tú! ¡no puedes fumar en este lugar! — Isabela gritó

mientras se limpiaba las lágrimas de los ojos.

Por un momento Isabela se quedó sin palabras, pues a lo lejos, se podía apreciar un

joven de cabello oscuro y alto que estaba recargado mirando en dirección al rio.

—¿Ivar?... Ivar. —Isabela caminó lentamente aproximándose hacia aquel joven quien

no se percataba de su presencia pues estaba distraído mirando el agua.

Isabela seguía caminado hacia aquel misterioso muchacho, no sabía si las lágrimas en

sus ojos y toda esa neblina le estaban entorpeciendo la vista y también la mente, pero

quería tocarlo, asegurarse de que fuera real.

—Ivar… —Isabela extendió sus manos y estrujo la chaqueta de cuero de aquel joven

haciéndolo pegar un brinco del susto.

—¡Ay! Pero qué demonios ¿Quién eres tú? ¿Qué quieres? —le pregunto el muchacho

con el corazón acelerado mientras la miraba desilusionada.

—No eres él…

—¿Qué?

—Eh, nada, lo siento, me equivoque de persona, eso es todo. —exclamó Isabela

avergonzada mientras miraba con desaprobación sus cervezas y su cigarrillo.

—Si quieres yerba consíguete la tuya rarita. —le dice el chico con fastidio mientras se

sacude la chaqueta.

—¿Qué crees que haces?

—Eh, ¿fumando? bebiendo, pasando el rato, que te importa. —el joven vacía su

cerveza en el rio e Isabela le arrebata la botella y la tira a un lado.

 

—¿Oye que te pasa? ¿Tan desesperada estas? —el joven le acerco el cigarrillo a

Isabela pensando que quería fumar algo de yerba, pero esta no se la aceptó.

—Este lugar es sagrado, si quieres fumar esa porquería y emborracharte hasta perder

la conciencia este no es el lugar correcto, no contamines el agua ni el aire con ese olor

espantoso. —resoplo Isabela molesta.

—¿Y dónde dice que no puedo hacerlo? ¿Quién eres tú para decirme que hacer? ¿la

guardiana del puente o algo así? —la cuestionó el chico de forma intimidante.

—Eh…yo… —Isabela se quedó callada al notar que aquel joven también tenía los ojos

rojos, como si acabara de llorar.

El también notó lo mismo, por eso dejó de alzarle la voz y por un momento solo se

miraron fijamente.

—De haber sabido que me encontraría con una loca mejor no venía. —el chico se fue de

ahí empujándola y tirando su cigarrillo al suelo en forma de paz.




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