A quienes han conocido el dolor, la pérdida y la oscuridad, y aun así han tenido el valor de seguir respirando.
A mi esposa e hijos, porque en sus ojos encontré fuerzas cuando no las hallaba en mí.
A mi familia, que con amor silencioso sostuvo mi cuerpo y mi alma.
A quienes me cuidaron, oraron, lloraron, y creyeron por mí cuando yo mismo había dejado de hacerlo.
A quienes han sido visitados por el sufrimiento y tentados por la desesperanza, para que sepan que no están solos, y que la fe, incluso rota, sigue teniendo poder.
Y sobre todo, dedicado a Dios y a Mamá María, que, aunque no evitaron la tormenta, siempre estuvieron en la barca conmigo.
Este testimonio es para recordarnos que,
aunque el camino duela,
aunque la noche sea larga,
el amor sana, la fe renace
y la vida —incluso con cicatrices—
sigue siendo profundamente valiosa.
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testimonio de crecimiento personal, testimonio de la vida real, fe y esperanza
Editado: 15.12.2025