Dicen que por muy larga que sea la noche, siempre termina amaneciendo. Y es verdad…
Pero a veces, el amanecer también duele.
Un descanso profundo… y el día siguiente
Esa noche —la más oscura de todas— me venció el dolor, el llanto y el miedo. Pero al final, también me venció el sueño.
Un sueño profundo como hacía meses no tenía. Dormí como un niño agotado.
No sé si fueron dos o tres días después que tuve una cita médica programada, y como era costumbre en esta etapa de mi vida, el dolor seguía siendo constante, así como las fiebres que me visitaban puntualmente cada noche.
La cita era con el diabetólogo, quien revisaría los resultados de unos análisis que me habían realizado. Ese día me acompañó mi madre.
Todo parecía transcurrir normalmente. El médico me recetó algunos medicamentos, pero al final de la consulta le mencioné el tema del dolor y la fiebre… pensando que me recetaría alguna medicina más fuerte para “disminuirlos”.
Pero su reacción fue otra. El rostro le cambió.
—Eso no es normal, dijo con firmeza.
Y me sugirió pasar con el especialista del pie diabético para que me revisara.
El umbral del dolor
Salimos de la clínica rumbo al área donde debíamos hacer la cita y pagar.
Pero de pronto… algo me venció. El dolor subió de nivel. Mi cuerpo no resistía. Mi rostro cambió tanto, que una enfermera se acercó preocupada:
—¿Se siente bien? —preguntó.
Intenté explicarle lo que sentía. Ella pidió revisar mi pie o ver una foto reciente. Por fortuna llevaba una. La miró… y de inmediato nos indicó que fuéramos directamente a la clínica del especialista.
Ya no había tiempo.
Y ahí, por primera vez en mucho tiempo… no pude contenerme. Yo, que tanto había callado. Yo, que aguantaba para no preocupar a los demás. Yo… lloré.
Lloré mientras nos dirigíamos a la clínica. Lloré de dolor. De miedo. De impotencia. De frustración. De tristeza. De incertidumbre. De… llore de todo y por todo lo que había traído guardado dentro de mí.
Nos adelantaron el turno. Al entrar, las enfermeras quitaron el vendaje que cubría mi pie.
Y entonces, el doctor llegó…
—Llamen a su familiar —ordenó inmediatamente.
Mi madre ingresó. Yo seguía llorando. El diagnóstico fue claro y devastador:
—Esto es necrosis. Prácticamente se está muriendo de dolor. No sé cómo ha aguantado hasta ahora.
Una nueva urgencia
Fue en ese instante donde todo volvió a romperse. Caos. Desesperación. Miedo. Tristeza. Frustración.
El doctor explicó que era urgente realizar un desbridamiento, un procedimiento quirúrgico para remover el tejido muerto. Ya no se podía esperar. Y ningún medicamento calmaría ese dolor.
—Necesita morfina —dijo—. Necesita atención inmediata.
Nos dio dos opciones: Ir a un hospital público, con todas las demoras y riesgos conocidos… O realizar el procedimiento en una clínica privada donde él operaba, y que —según indicó— no era tan costosa.
Optamos por la clínica privada. No por lujo, sino por la necesidad de atención urgente. Conscientes que en un hospital público esto tardaría más tiempo de lo que se tenía.
No teníamos el dinero para pagarlo, aunque no fuera muy costoso, buscamos apoyo con la familia, amigos, comunidad, Iglesia, vecinos con quien se nos ocurría. Y como siempre… los ángeles llegaron.
La ayuda económica comenzó a fluir. Personas generosas —algunas cercanas, otras desconocidas— respondieron al llamado.
En la clínica
Al llegar, me ingresaron de inmediato.
Me canalizaron y comenzaron a administrarme medicamentos, incluido un derivado de la morfina. Pero… el dolor no cedía.
Mi madre permanecía a mi lado. Atenta. Amorosa. Inquebrantable.
Y mi esposa, aún en recuperación, me daba ánimo por videollamada. Siempre con fe. Siempre con fuerza.
Esa misma noche fui llevado al quirófano.
La anestesia fue parcial, solo de medio cuerpo, así que estuve consciente durante el procedimiento. Pude escuchar todo.
Y escuché, muy claro, cuando el médico dijo con alarma:
—¡Grabe esto! —al anestesista.
Sentí que no estaban viendo algo común. Algo no estaba bien.
Salí del quirófano…
Todo “salió bien”, al menos eso dijeron.
Regresé a la habitación. El plan era esperar 48 horas para una nueva revisión.
Pero lo que nadie sabía aún, es que mi historia con el dolor estaba lejos de terminar.
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testimonio de crecimiento personal, testimonio de la vida real, fe y esperanza
Editado: 15.12.2025