Cuando Dios me quito la pierna

Capítulo XI: La hora del adiós.

Llegar hasta aquí no ha sido nada sencillo. Y no, no me estoy quejando. Simplemente estoy expresando con sinceridad que, aunque algo sea difícil, aunque duela o tenga un precio alto en el cuerpo y en el alma… eso no significa que no se pueda lograr.

Cada “paso” es un paso que me ha traído hasta este momento.

Y aquí estoy.

Contándolo.

El regreso a casa

Al salir de la clínica, antes de emprender la travesía en busca del hospital que me realizaría la operación, yo solo tenía un deseo en el corazón: ver a mi familia.

Ver a mis hijos. Hablar con ellos. Abrazarlos. Besarlos.

Porque, aunque me mantenía firme, sabía perfectamente que la cirugía podía tener complicaciones. Así que, en compañía de mi madre y definitivamente de Dios, regresamos a casa.

En el camino también le hice saber a mi mamá que contactara a el Padre Donaciano “mi Padre amigo”, él me había mostrado el rostro cercano y misericordioso de Dios en este proceso, y la intención de que me llevara la unción de enfermos antes de ir a internarme a un hospital, era para mí una necesidad.

Y así fue, con ese corazón misionero, llego a casa cuando ya estábamos allá, me dio palabras de fortalecimiento, indicándome que Dios tenía el control de todo y que, aunque existía ya el riesgo de perder la pierna, Dios siempre estaría conmigo. Procedió a darme la unción y a bendecirme para luego despedirse y retirarse de casa.

En casa, reuní a mis hijos, mi hermano y su familia, mis padres. Les conté lo que venía. Les expliqué que estaba por perder la pierna.

Mi esposa, tan fuerte y bella como siempre, dejó el resguardo en casa de su mamá y llegó a saludarme y despedirse. Ella no lo sabía, pero siempre ha sido una pieza muy importante en mi vida y verla ahí, con pocos días de haber sido operada, caminando lenta y obviamente aun con dolor, para mí, significo una muestra más de su inmenso amor.

Fue una reunión familiar fortificante.

Rezamos juntos un Santo Rosario, pidiéndole a Mamita María su intervención y su cuidado. Y antes de irme, les dije con el corazón en la mano a cada uno de mis 6 hijos mientras los abrazaba:

—Pase lo que pase, no peleen con Dios.

Todo tiene un propósito. Y yo confío que todo saldrá según Su voluntad. Pronto nos volveremos a ver.

Rumbo al hospital

Por gracia divina y gracias a personas que Dios pone en el camino, nos hablaron del Hospital Nacional de Villa Nueva.

Un vecino y amigo nos llevó en su pickup. Me acompañaban mi hermano y mi cuñado.

Cuando llegamos, desde el primer momento, la atención fue muy buena. Una doctora de admisión en la emergencia me preguntó por qué iba. Le mostré la nota médica, le enseñé el pie y le dije con calma:

—Vengo a que me amputen la pierna.

Ella llamó a otro doctor.

Confirmaron el diagnóstico. Y me dieron ingreso de inmediato.

Esa noche no podían operarme, ya que aún tenía en mi cuerpo un medicamento anticoagulante. Debía esperar al menos 24 horas para que saliera por completo.

Mi hermano estuvo conmigo. Me ayudó a quitarme la ropa, a rasurarme, a cortarme las uñas de las manos y los pies, como lo indicaba el protocolo quirúrgico.

Y llegó el momento…

Tenía que quedarme ingresado. Mis familiares regresaron a casa, y yo… me quedé en el hospital.

La resiliencia que sorprendía

Tanto médicos como enfermeras se sorprendían de la paz y serenidad con la que hablaba de mi amputación.

Con la que aceptaba la realidad.

Pero es que algo en mí ya se había transformado. Yo ya me había entregado por completo a la voluntad, al amor y a la misericordia del Señor.

Recuerdo que estando internado ya en el hospital, llego junto a mi camilla una mujer, me pregunto por mi situación, por lo que yo procedí a contarle que me amputarían mi pierna, también le sorprendió la calma y serenidad con la que yo le contaba esto.

Me hizo saber que todo iba a salir bien y procedió a darme una indicación. “En cualquier momento del día, vas a despedirte de tu pierna, así como cuando terminabas con alguna novia de tu juventud” – Ambos nos reímos.

A la mañana siguiente, mientras me duchaba lo hice, primero le agradecí por todos los años en los que me había acompañado, por todas las caídas, todos los logros, por todas las carreras, por todos los viajes, por todos los trabajos. Y termine diciendo “Pero ya no podemos continuar juntos, y si yo quiero seguir con mi vida, te tengo que decir adiós” …

Por cierto, la mujer que se acercó y me dio esa indicación, era una psicóloga.

En los días posteriores, los médicos aún intentaron otro desbridamiento y algunos estudios para explorar la posibilidad de evitar la amputación.

Pero no.

El daño era demasiado grande. Una mañana después del último desbridamiento, los médicos revisaron de nuevo mi “pie”, buscaban una señal, buscaban que las “heridas” sangraran, puesto que con el flujo de sangre podría lograrse la regeneración de piel y con esto, aunque lenta, pero existiría la posibilidad de sanar mi pie. Pero no fue así, no hubo sangrado y contrariamente a esto, cada vez había menos “pie”, razón por la cual, tome la decisión de decirle al médico, que procedieran con la amputación, antes de que el cuadro cambiara y yo tuviera otra complicación. Recuerdo haberle dicho que yo aun sin la pierna iba a poder seguir adelante con mi vida. Y finalmente, se confirmó el procedimiento.




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