Cuando Dios me quito la pierna

Capítulo Final: Todo pasa para algo.

Volver a casa fue, literalmente, una travesía.

Y no solo por el camino recorrido en vehículo, sino por todo lo que implicaba: el reencuentro con una nueva versión de mí mismo.

Bajarme del carro, ingresar a casa, todo era nuevo… nuevo para mi cuerpo, nuevo para mi mente, nuevo para mi alma.

Aprendiendo a vivir con un “muñón”

Con la ayuda de mi padre y de mi hermano logré bajar del carro, y apoyado de una silla y un trapo debajo de ella para que se deslizara, llegue hasta mi cama.

Ahí, iniciaron los días postoperatorios… los más duros.

Mi esposa, que ya estaba de regreso en casa, también convaleciente por su operación, me acompañaba en cada momento, en cada gesto, en cada suspiro de dolor.

El muñón, esa parte del cuerpo que queda tras una amputación, no me respondía. Se acalambraba.

Dolía.

Mucho.

No me levantaba de la cama, solo me sentaba para lavarme el área de la cicatriz, algo en lo que el medico fue muy específico debía hacer todos los días.

Y solo sentarme, era una prueba de fuego.

Hubo lágrimas.

Gritos.

Desesperación.

Pero también hubo una voz que no se rindió:

—“Vamos, tú puedes…”

Mi esposa. La misma de siempre. La más fuerte. La más dulce.

Ella se encargaba de mi aseo. Yo, en cama, usaba pañal. Fue difícil. Muy vergonzoso al principio.

—“Perdón”, le decía cada vez que me cambiaba.

Y ella, con una ternura que aún me rompe por dentro, me respondió:

—“No tienes que pedir perdón… yo lo hago con amor.”

Eso fue muy especial. Y una prueba más de que Dios seguía manifestando su amor a través de ella.

Las primeras noches

Fueron dolorosas… pero también cómicas. Dormíamos juntos con mi esposa en una cama tamaño imperial, tratando de acomodarnos sin lastimarnos, cuidándonos mutuamente.

Sí, era doloroso, pero había algo bonito en eso: dos luchadores, uno al lado del otro, sin rendirse.

Antes de salir del hospital, un médico me dijo:

—“Todo saldrá bien, Erik. En siete días después de la amputación, ya podrás andar en muletas.”

Y así fue.

Desde el primer día después de la operación, cada reto superado era una victoria.

Valorar cosas que antes pasaban desapercibidas: sentarme, levantarme, ir al sanitario con ayuda de un andador…

Todo era como vivir por primera vez. Y cada “primera vez” era motivo de celebración.

Las visitas que sanan

Muchas personas vinieron a visitarme. Esperaban ver a un hombre triste, derrotado, sin esperanza. Pero encontraron todo lo contrario.

Y más de uno se fue agradeciendo la visita, porque mi actitud los motivaba.

Ver cómo hablaba de todo con alegría, cómo agradecía a Dios, cómo compartía mi proceso con humildad y esperanza, les tocaba el alma.

El propósito

Dios nunca nos hace daño. Nunca nos abandona. Sí, hay situaciones difíciles, dolorosas, injustas. A veces, pérdidas que duelen hasta el alma.

Pero ahora comprendo que incluso en el dolor más profundo, Dios sigue presente. Y a veces, cuando sentimos que Dios nos quita algo, no es para castigarnos… es para darnos algo aún mejor.

Al momento de escribir este libro, un año después de mi amputación, he logrado volver a mi trabajo, he vencido obstáculos, poco a poco eh ido retomando mi vida y realizando actividades que en su momento parecían imposibles de realizar, he mantenido mi fe y he aprendido a vivir de nuevo.

Y sí… ¡estoy por recibir mi prótesis! Una muestra más del amor y la misericordia de Dios en mi vida.

Dios me quitó mi pierna, pero está por darme una nueva.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.