Cuando Dios me quito la pierna

Agradecimientos.

Primero, gracias a Dios y a Mamá María, porque nunca me soltaron, aunque muchas veces yo solté mi fe. Gracias por haber estado ahí, en el silencio, en el dolor, en la noche oscura, y también en cada amanecer de esperanza.

Gracias a mi esposa, mi pilar de fuerza, amor y ternura, mi fiel compañera en todas las travesías de esta vida. Contigo los días son más llevaderos y los desafíos se convierten en oportunidades de crecimiento. Gracias por no soltar mi mano cuando más lo necesité.

Gracias a mis hijos, porque sé que nadie elige las pruebas que vive, pero ustedes las enfrentaron con madurez, fe y amor. Gracias por sus oraciones, por su cariño, por anhelar tener a su papá de vuelta en casa.

A mi padre, porque, aunque no sea de muchas palabras, me ha demostrado su amor en la forma más poderosa: estando ahí cuando más lo he necesitado.

A mi madre, porque sus oraciones han sido bálsamo en mi vida, porque me acompañó en los momentos más duros a pesar de sus propias dolencias. Tu fortaleza ha sido inspiración.

A mi hermano Hugo, hasta el cielo… Gracias por cuidarme desde allá, por esa presencia que sé que estuvo a mi lado.

A mi hermano Julio, por acompañarme en el hospital, por moverse, buscar y encontrar ayuda cuando era necesaria.

A Hermana Lorna, aunque a cientos o miles de kilómetros de distancia, siempre presente, siempre pendiente. Sé que su intercesión a San José nunca faltó.

A mi Padre Amigo, el Padre Donaciano, por su cercanía, su fe viva y su amistad. Gracias por mostrarme un rostro de Dios lleno de misericordia y por ser guía en mi camino espiritual.

A la Psicóloga Carina Faillace, por acompañarme en el proceso de aceptación, por su escucha, su apoyo constante y por animarme desde el primer día a escribir, y aunque el proyecto inicial era otro (libro que aún sigue en proceso), su ayuda le dio vida la idea de escribir este testimonio.

Aquí está el resultado.

A cada persona que me ha apoyado de diferentes formas en este proceso: económica, emocional, espiritual o simplemente con una palabra de aliento. Mencionarles uno por uno sería una lista muy larga, pero créanme que cada gesto está grabado en mi corazón y, sobre todo, en el corazón de Dios.

Él sabrá recompensarles con creces todo lo que hicieron por mí y por mi familia.

Y finalmente… gracias a mí mismo.

Sí, a Erik.

Porque sé lo difícil que fue este proceso, y aún más, lo duro que ha sido sobrellevarlo.

Gracias por no rendirte. Por seguir adelante. Por ser fuerte, resiliente, y por mantener la fe incluso cuando sentías que ya no estaba.

Hoy me abrazo a mí mismo con gratitud y orgullo, porque el hombre que escribe estas líneas es prueba viva de que sí se puede.




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