Cuando El Cielo Desciende

3. EN EL BAR

 

    Siempre se hablaba en aquella habitación de un tal Franklin Gombert, un hombre de la noche, alcohólico, muerto en un accidente automovilístico, en medio de la carretera, con un tráfico insoportable. Gombert fue empleado de Gordan, el caballero de la obra teatral. Era un jó1|ven de unos veinte años, hijo único, con padres totalmente únicos. Junto a su taburete, colgaba su campera y algunos cigarros que luego iría fumando. Siempre lo hacía, y todos reían cuando lo observaban, a el también se le escapaba alguna que otra risa. Tras él, un grupo de alcohólicos le hacían la segunda, eran cinco. Los seis se quedaban hasta la madrugada y allí terminaban, tirados en el suelo, con miles de lata de cerveza a su alrededor. William llegó a conocerlo. Sabía como iba su vida, de muchos conflictos. Uno de ellos era el alcohol, y Gombert lo sabía perfectamente. Sus padres no supieron cuidarlo bien. Vivió junto a su padre, un drogadicto, esquizofrénico y lunático que nunca hacía nada. Su madre no tenía responsabilidad alguna, y era maltratada por el señor Gombert. Por suerte, Franklin nunca sufrió ninguna herida. Laurence falleció en un tiroteo, debido a los negocios que nadie soportaba de él, era su lado malo, aunque el más repugnante y notorio. Su madre, Hanna, sigue viva, aunque en un asilo. Fue madre a los casi sesenta, y hoy día tiene ochenta y dos años de edad.

Una estrella fugaz iluminó los ojos de William, siguió con la vista su rápida volada. Estaba demasiado cerca, y si es que era real, una estrella fugaz en realidad es un astro espacial, caería cerca de allí, quizás en Maine, o en New Brunswick, Canadá. Un tipo se le acercó, y el se volvió para ir hacia adentro. Recogió la cerveza y se sentó en el taburete, en el que siempre se sentaba Gombert. El tipo que se le acercó era Bernard, mejor amigo de la empleada que atendía, Elizabeth. Nuevamente, el se le acercó, y William hizo el intento de ignorarlo. Bernard prosiguió, y ambos ni se hablaron. Con la cerveza en mano, y tomándose unos largos tragos que luego bajaría con la caminata. «Demonios, tengo el auto estacionado afuera». Nada de bajar los ricos tragos con caminatas largos. El coche estaba fuera, y debía utilizarlo. «Mejor lo paso a buscar mañana, le pediré seguridad a Elizabeth, ella vive aquí», se dijo. Ese tal Bernard era demasiado extraño. Con su vestimenta de los cincuenta característica, en especial aquel sombrero color marrón claro, siempre tomaba de dos tragos una lata de cerveza, un chopp o un vaso común. Ante el, estaba la televisión. Transmitía Indiana Jones, y William detestaba su canción. Parecía un soltero, que estaba a punto de ponerse ebrio. ¿Ella sería capaz de rechazarle cuando quiera regresar a casa? Esa pelea en el coche fue demasiado fuerte, y hubo palabras que William quizás no debía de haber mencionado. Sino, dormiría en un aposento, detrás de ese bar, el lugar perfecto para los solteros borrachos y vagabundos que deambulaban por esa zona, estaba totalmente gratis, y William se encontraba agradecido por ello. Elizabeth era increíblemente buena, con su linda personalidad, excepto cuando estaba ebria. Sus ojos claros daban una tremenda confianza. Hablaba con una complejidad extrema, siempre metía palabras que quizás ella siquiera sabe el significado.

Ella se le acercó, y William hizo la segunda.

Una cerveza más para la lista, vamos, nena. Se dijo. Recogió un palillo de la barra, y se lo pasó por los dientes, sentía una terrible incomodidad en ellos. Fue hacia el baño, con la cerveza en mano, iba a orinar. Levantó sus jeans y apoyó los pies en la superficie de madera. Ante él, Bernard se paró, ajustó sus vaqueros, se ató los cordones en medio segundo y volvió a sentarse. «Maldito», pensó. Había un moreno sentado en una esquina, bebía como un desaforado. De cara parecía ser muy agradable, excepto por su repugnancia. Cruzó el pasillo que se dirigía hacia la cocina, y antes de llegar hacia ella, dobló a la derecha. Dio pasos en curva y nuevamente continuó rápido. Volvió a ajustarse los jeans y se retiró la campera. Con ella en el hombro se asomó por el baño. Volvió a tomarse otro trago de cerveza y fue hacia el retrete.

Se sentó en aquel taburete. Un barril como mesa, tirado, acostado. Los cubiertos en la mesa, rodeando el plato blanco, y la cerveza, servida en un chopp, delante de ésta. Una exquisita carne rojiza servida en su plato. William disfrutaba de la comida, mientras ojeaba durante unos segundos el televisor. Algo lograba percibir.

-Maine... hace unos segundos se presenció un terrible choque entre algo muy extraño. Impactó hace segundos, e hizo una terrible explosión. Dejó un terrible hoyo en el suelo del campo, ubicado en una ruta.



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En el texto hay: extraterrestre

Editado: 04.04.2018

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