William estaba sentado en el antiguo sillón que daba una perfecta vista hacia afuera, mediante el ventanal. Observaba, como solía hacer todas las mañanas de domingos, el cielo. Mientras se tomaba un café, recogió el control. Encendió el televisor, y la noticia se estaba dando. Esa cápsula seguía cerrada, y William pudo observarla.
-Esto es realmente extraño. Ese círculo de allí sigue en proceso, lo intentan abrir, y ya casi está listo. Nadie sabe que es eso. -Mencionó el reportero del canal 6.
-Maldita sea... ¡Annie! -Gritó-, mira, cápsulas en la Tierra.
-¿Qué? -Dijo ella mientras bajaba las escaleras- ¿cápsulas?
-Si, ayer, en Maine, cayó una especie de cápsula extraña. Están intentando abrirla.
-Espero que no sea nada de otro... ya sabes, planeta.
-Demonios, es una cápsula. Los alienígenas existen, ¡oh! -William solía tomarse esos temas con humor.
Una hora después, lograron abrir la cápsula.
La transmisión, tristemente, fue cortada. Nadie supo la razón, y William no pudo ver el mejor momento. «Demonios, debo ir a ver, me espera un largo viaje a Maine», se dijo.
-Transmisión cortada. Es como una maldita película, nunca me pierdo la mejor parte.
-¿Irás a Maine?
-Para ver la mejor parte, mi amor, debo ir a Maine, y eso lo sabes.
-Espero regreses temprano?
-Eso haré, solamente será una corta ojeada.
El Talbot Horizon iba a noventa kilómetros por hora. Una ruta completamente desierta. Los pastos que recubrían la carretera estaban demasiado corto. William entonaba unas estrofas de We Are The Champions, de Freddie Mercury. Adoraba esa canción. Además, lograba oír los crujidos del antiguo coche. Era de su padre.
-We... Are The Champions, My Friend. Maldita sea, aquí es. -William encontró a un grupo de personas, las cuales rodeaban una especie de hoyo. Algo alcanzaba a ver. Estacionó el coche en la acera, cubierta completamente por pasto. Lo primero que llegó a ver fue a un moreno, y, que por su aspecto, parecía ser un engreído de los más típicos. Estaba detrás de un grupo de siete policías, y luego, una multitud de interminables personas. Niños, mujeres, hombres y bebés, sostenidos por sus madres. Bajó del coche, se ajustó los pantalones y comenzó a caminar. Pensó en sacar un cigarro de su campera. Se había guardado algunos para luego disfrutarlos a no cesar. Se amontonó entre toda la multitud, hizo dos pasos en curva y llegó hacia el hoyo. Un niño se le puso adelante, y William intentó correrlo sin ningún gesto de violencia. Un humanoide, con patas largas, se asomaba lentamente por la cápsula. Sus ojos grandes como dos canicas gigantes, y su boca como un guion. Tenía tres dedos en ambas manos. Cuando salió, comenzó a acercarse hacia la gente. Ellos salieron corriendo.
-Demonios, -vociferó William- yo me debo ir.
En un abrir y cerrar de ojos, todos desaparecieron. Los policías tenían pensado pegarle unos cuantos tiros, aunque esa idea no fluía en la cabeza de todos. Tenían miedo de que, al morir, liberara más cosas de ese estilo, y eso no sería nada bueno. William iba acompañado en el coche de un oficial. A cada rato levantaba su radio y avisaba de que había un bicho extraño a las afueras de Maine.
-Intenta ir lo más rápido posible.
-Pero... los ra...
-Nada de eso, soy oficial, y si alguien te hace una multa, bienvenido sea. Aquí estoy yo para impedir que eso suceda.
-Muchísimas gracias, jamás accedí a la rapidez, obviamente, la velocidad que marcan los radares. Nunca la superé, siempre supe que mi mujer sería un terrible escándalo si yo haría eso. Espero que esa cosa no cause problemas.
-Nada de eso, mandaremos a un grupo de personas para que le dispararan con ametralladoras.
-Creí que harían eso, era lo más lógico.
El Talbot Horizon estacionó en la Comisaría de Maine.
William le comentó que debía ir a Nueva Hampshire. El reloj acababa de marcar la una de la tarde. Decidió irse a un local de comida rápida, acabó comiéndose una hamburguesa, y, luego, se dirigió hacia una cabina telefónica para hablar con Annie.