Cuando El Cielo Desciende

10. CUANDO EL CIELO DESCIENDE

 

    -Nada, me llamó lunática, pero nada.

-Siempre lo hace. -Agregó Andrew.

-¿Qué haremos ahora, Gordan? Yo ya di mis opciones, aquí, los Johnson.

-No lo sé, Michael. Arnald encontró a su hijo. Tú, Annie, tu esposo e hijo. Esperen, ¿el moreno donde vive?

 

Era la única opción que quedaba. Todos se dirigieron allí. En ese momento, en el que todos salieron de la casa, William se encontraba en el patio trasero, queriendo subir. Oyó los pasos, y vio como todo un grupo de personas comenzaban a subirse a un auto. Allí cabían todos, era una camioneta demasiado amplia.

-¿Tu bicicleta, mami?

-Luego la recogeré. Concetrémonos en lo que debemos hacer. -William se montó en la bicicleta y fue por la acera siguiéndolos. Allí es cuando pudo recordar las últimas palabras que su yo del espejo le había dicho. El estaba del lado del extraterrestre, que consiguió tomar su poder y liderarlo. En el camino, Andrew notó algo extraño. Veía a las estrellas demasiado cerca, en el cielo, y poco a poco comenzaba a distinguir algunas rocas, pero no le dio mucha importancia. Michael conducía. A su derecha iba Gordan, y atrás, Samuel en las piernas de su padre, Arnald, y el pequeño Andrew en el medio, a la derecha de su madre, Annie. William iba siguiéndolos. Michael comenzó a contar:

-Aquel día que vi todo, entré a su casa. Ormingt no estaba, y tuve que derribar la puerta para contarle algo importante. Allí vi todo, luego, intenté arreglarla y cuando el llegó a su casa, lo llamé por el antiguo teléfono que ayer perdí: si has visto la puerta, yo la rompí. Quería comentarte algo importante, y debía derribarla. El me dijo que no me preocupe, una puerta para él es un maldito caramelo para nosotros.

-¿Y lo importante que era? -Preguntó Arnald.

-Un tema personal, ya se lo había contado a alguien más, le dije que se quede tranquilo y le pedí disculpas. -Eso estuvo bien, pensó Andrew. Cuando llegaron a la casa, rodeada por locales, ya sea de comida, negocios de ropa o tiendas de mascotas, Michael estacionó el coche de Gordan, en frente de la casa de Ormingt. Todos se bajaron y se dirigieron hacia la entrada. A esa hora, el debía de estar. Tocaron la puerta repetidas veces. No hubo respuesta. Era de esperarse, y todos creían que estaría ausente. El lo estaba los días de semana, de once de la mañana hasta las cinco y media de la tarde. Todo el día con su empleo, su molesto empleo. A todos le disgustaba -hablando de sus conocidos- que trabaje en dicho lugar. Una compañía poderosa, llena de dinero. Pero bueno, necesitaba un trabajo para “millonarios”. Michael vio a su alrededor e inspeccionó que no haya nadie. En un arbusto, cerca de donde habían estacionado el coche, estaba William, allí, escondido. Michael dio dos golpes a la puerta y no consiguió nada. Luego, Gordan accedió y lo logró. Todos entraron.

 

“...cuando patino, yo siempre sigo vivo. Cuando yo caigo, nunca me derribo ante el mal...”. El parlante reproducía esa canción, hecha por el mismo tipo que se encontraba sentado en aquel sillón. Este hombre era extraño. La elegancia fluía por sus venas, y William podía presenciarlo. Era su otro yo. El lo miraba, intentado entender si eso realmente era un irreal sueño. Ante ellos, se escondía el cachorrito de Aspartoz; un perrito color negro que correteaba como todo un campeón. Mantenía su copa en mano, mientras William esperaba a que diga algo.

-Fue lindo conocernos, señor Stewartz.

-¿Qué quiere? Ya me dio ese hacha y maté a la lengüeta. ¿Qué quiere Aspartoz?

-Quiero que te unas a mi. Sabes, has superado esa prueba, y estoy de acuerdo de que el único hombre que puede ayudarnos con este plan es usted. ¿Sabe? Yo vivo en Marte, soy todo un galán. Me transporto con una máquina, y desde allí, lanzé a unos alienígenas para que vengan en una cápsula hasta aquí y acaben con el planeta.

-¿Y por qué de las X personas que existen, me eligió a mi?

-Porque somos idénticos. Verá usted, vi sus datos personales. Le importa absolutamente nada su familia, de vez en cuando visita un bar y se emborracha como todo un desgraciado, muy a mi estilo... quiero invitarlo a que me ayude a destruir el planeta.

-Yo no haría eso.

-Es esa opción, o sino... -un extraterrestre se asomó por la entrada de una casa completamente abandonada, ubicada en una isla, en medio del Océano Atlántico. Sus ojos lograron hipnotizarlo y el aceptó la propuesta-. Ya ve, usted es un buen tipo. Esto es completamente real, y aunque quizás jamás hayas visto todo esto, es pura y exclusivamente real. Las máquinas, esta casa en medio de un Océano y mis viajes de planeta en planeta.

-¿Como lo destruiremos?

-Reduciéndolo... hay que saber descender las cosas. Estaremos observando el espectáculo de nuestras vidas: cuando el cielo desciende, cuando el planeta Tierra reduce.



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En el texto hay: extraterrestre

Editado: 04.04.2018

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