Nada más bajar del avión en el aeropuerto de Luton respiro hondo.
Huele a café, a prisa, a ese bullicio que siempre me ha hecho sentir en casa. No sé cuántas veces he volado hasta aquí, pero cada vez que piso esta terminal tengo la sensación absurda de que algo dentro de mí encaja. Como si Londres me reconociera.
Arrastro la maleta hasta la zona de autobuses y, mientras espero al mío, saco el móvil del bolsillo.
Le escribo a mi madre, Lucía, para avisarle de que he llegado ya sana y salva. Ella y papá estarán pendientes del teléfono como siempre, y Claudia… bueno, seguro que está pegada a su lado preguntando cada dos minutos si ya sé dónde voy a vivir.
Guardo el móvil de nuevo en el bolsillo, pero entonces empieza a vibrar. Veo el nombre de Paula en la pantalla y no puedo evitar sonreír antes incluso de descolgar.
—¿Por dónde vas, cariño? —pregunta con ese tono dulce que siempre usa cuando me nota nerviosa.
—Acabo de coger el bus al centro. En una hora estaré en Camden —suspiro mientras observo por la ventana—. No me creo que vuelva a estar aquí.
—Es la mejor decisión que has podido tomar. Te estabas ahogando en Barcelona —dice intentando animarme—. Te va a venir bien un cambio de aires.
—Sí… lo sé. Me va a venir bien —repito, más para convencerme a mí misma que a ella.
—En un rato nos vemos, ¿vale? Gracias por todo, de verdad.
—Lolo te está esperando —añade entre risas—. Duerme a pata suelta encima del sofá. No sé cómo lo hace.
Me río yo también. Lolo… el conejo belier con el que, aparentemente, me va a tocar convivir los próximos meses. Paula y yo tenemos una relación tan fácil que lo del conejo es, sinceramente, lo que menos me preocupa.
Cuando cuelgo, apoyo la cabeza en la ventana mientras el autobús se incorpora a la autovía. Las luces, las carreteras húmedas, los carteles en inglés… todo me provoca una mezcla rara entre nostalgia y vértigo.
Pienso en Claudia, en cómo me abrazaba fuerte esta mañana antes de despedirse.
Pienso en mamá y papá, en lo mucho que me han apoyado en esta decisión.
Y, sin quererlo, la imagen de Cristian se cuela como una sombra que no termino de quitarme de encima.
Una lágrima traicionera aparece, pero me la limpio de inmediato.
Me pregunto en qué momento se había desvanecido todo.