Cuando el bus se detiene en Camden, el reloj marca las doce. El olor del mercado me golpea de lleno: comida, café, humedad… Londres. Y, sin querer, se me hace la boca agua pensando en mi puesto favorito de fresas con chocolate.
¿Seguirá abierto? Me sorprendo sonriendo sola como una idiota.
Saco el móvil del bolsillo y abro la ubicación del piso. Paula me dijo que estaba cerca de la cafetería donde trabajábamos durante el Erasmus. Qué fuerte… hace años de eso y, aun así, siento como si no hubiera pasado el tiempo.
No tardo ni tres minutos en llegar. Cuando me planto frente al portal, respiro hondo. Muy hondo.
¿De verdad esta era la decisión correcta?
¿De verdad volver a Londres es la forma de dejar atrás a Cristian?
Toco el portero y Paula contesta de inmediato.
—Hola, cielo. Te abro —dice, y la puerta se abre ante mí con un clic.
Entro y me meto en el ascensor. Me miro en el espejo y casi me río de lo evidente: el cansancio de los últimos meses se me nota en la cara. La ruptura, los exámenes finales… todo encima a la vez.
Necesitaba dejar atrás todo eso. Aunque todavía me pesa más de lo que quiero admitir.
La puerta del piso está entreabierta. Nada más entrar, una bola de pelo me ve y corre hacia mí como si hubiera reconocido mis pasos.
—Hola, Lolo… —suspiro mientras me agacho para acariciarle la cabecita—. Eres una bolita preciosa.
El conejo salta alrededor de mis pies con un entusiasmo que me derrite. Vale, esto sí que lo había echado de menos.
—¡Hola, mi vida! —escucho la voz de Paula acercarse.
Me levanto y, en cuanto estoy de pie, me envuelve con un abrazo que casi me desmonta. Su pelo sigue oliendo a champú de manzana. Igual que siempre.
Y, por primera vez desde abril, siento algo parecido a… hogar.
—Hola, cielo —le digo apartándome un poco para mirarla—. Madre mía, estás guapísima. —Me fijo en su nuevo corte—. ¿Te has hecho el bob?
—¿Te gusta? —pregunta tímida—. Necesitaba un cambio de imagen.
—Pues lo has conseguido. Estás radiante.
Paula sonríe, se sonroja un poquito y me agarra de la mano.
—Ven, te enseño la casa. Este es tu cuarto.
Entro y dejo las maletas a un lado. Desde la ventana se ve el puente con el nombre de “Camden”. Me quedo un segundo quieta, absorbida por el paisaje y por algo raro que me aprieta el pecho. No sé si es nostalgia o esperanza.
O las dos cosas juntas.
—Paula… es increíble. Me encanta. Mil gracias por todo —le digo mientras la abrazo fuerte. Muy fuerte.
—He pensado en todo —ríe—. La cama es grande, la colcha es azul —mi color favorito— y he puesto el corcho con fotos tuyas con tus padres, con tu hermana, con las chicas…
Se me humedecen los ojos. Por dentro intento controlarlo, pero llevo demasiados meses sosteniéndome como puedo.
—Eres maravillosa, Paula. Siempre sabes cómo hacer que una se sienta mejor.
—Pues claro, chica —dice pellizcándome la punta de la nariz—. Te conozco como la palma de mi mano.
Salimos al salón y me encuentro el espacio de Lolo, con heno y juguetes por todas partes. Paula se ríe.
—Te acostumbrarás pronto. Es un amor, ya lo verás. No vas a notar ni que está.
—Paula, no te preocupes. Ya adoro a Lolo —respondo acariciándole la espalda al conejo—. Dime, ¿cuándo es la entrevista?
—El lunes. El dueño de la academia es cliente en mi empresa. Muy majo, no tienes de qué preocuparte.
Sonrío y respiro profundo. Otra vez.
No sé si estoy preparada para esto.
—Va a ir genial, Auri, de verdad. Y no te preocupes: eres la mejor traductora que he conocido. Seguro que te quieren en el equipo.
—Eso espero… —susurro, nerviosa—. Me voy a dar una ducha y… ¿luego vamos de turismo por Londres?
—Siempre es un placer —dice guiñándome un ojo.
Y por primera vez en muchísimo tiempo… empiezo a respirar tranquila.