Cuando el corazón despierta

Capítulo 5 - Liam

El móvil vibra en la mesilla antes de que suene la alarma. Genial. Ni siquiera son las siete y ya hay alguien molestando.

Alargo la mano, lo cojo a tientas y entrecierro los ojos por el brillo de la pantalla. Cuatro notificaciones de WhatsApp.

De él.

Respiro hondo. Pulso con el dedo y se abre la conversación.

Liam, soy tu padre.

Tenemos que hablar.

Es importante.

Por favor, contesta.

Cierro los ojos un segundo. “Tu padre”. Qué gracioso. Desapareces años y de repente te acuerdas de que tienes un hijo. Debe de necesitar algo. Siempre es por eso.

No respondo. Ni pienso hacerlo.

Bloqueo la pantalla y dejo el móvil boca abajo en la mesilla. Podría darle vueltas todo el día, pero no quiero empezar el lunes con ese nudo en el estómago. Ya tengo suficiente con ser lunes.

Me levanto y cruzo el pasillo hasta el baño. El agua caliente de la ducha me despeja un poco la cabeza. Me conozco: si dejo que esos mensajes se me instalen, me amargan la semana entera.

Mi padre se fue cuando yo era un crío. Ni llamadas, ni visitas, ni cumpleaños. Nada. Y ahora escribe “por favor, contesta” como si hubiéramos discutido ayer. Claro. Ahora que le hace falta algo.

Salgo de la ducha, me enrollo la toalla a la cintura y voy a la cocina de mi piso diminuto. Pongo la cafetera mientras miro por la ventana: Camden todavía está medio dormido, pero ya se oye algún autobús y a un par de turistas perdidos con maletas.

Me visto rápido: vaqueros, camiseta negra y camisa remangada. Cojo la mochila, el portátil y, después de dudar un segundo, el móvil. Lo meto en el bolsillo trasero sin mirarlo.

La editorial está a dos calles de casa. Es una de las ventajas de vivir aquí: tardo cinco minutos en llegar al trabajo. Diez si paso por el café de la esquina, que hoy decido saltarme. No estoy de humor para sonrisas forzadas.

El edificio de la editorial es estrecho y alto, de ladrillo visto. Northway Publishing. Planta baja para administración, primera planta para los editores, segunda para los traductores. Una colmena de gente que vive rodeada de palabras.

Subo las escaleras hasta nuestro pasillo y entro en mi despacho. Es pequeño, pero tiene ventana, una estantería llena de diccionarios y, lo más importante, una puerta que puedo cerrar.

Dejo la mochila en la silla, enciendo el ordenador y abro el documento que dejé a medias el viernes: una novela juvenil del alemán al español. Chica se enamora de chico problemático. Nada nuevo bajo el sol. Aun así, me gusta hacerlo bien. Las palabras importan.

Estoy quitándome la chaqueta cuando alguien llama a la puerta de la oficina principal, la que da al pasillo. Escucho el timbre a través de la pared.

—Ya voy —murmuro por costumbre, aunque no me oye nadie.

Salgo de mi despacho dispuesto a abrir, pero una figura se me adelanta. Es Neil Harper, mi jefe, el director de la editorial. Traje impecable, sonrisa de vendedor nato y café en mano. Siempre llega antes que el resto del mundo, no sé cómo lo hace.

—I’ve got it, Liam —dice mientras se acerca a la puerta.

Asiento y me quedo a un lado, más por curiosidad que por otra cosa. Neil abre.

Y entonces la veo.

La chica con la que me choqué el otro día en el portal. La del pelo rubio hasta la cintura y ojos color océano. Hoy lleva el cabello más luminoso, con ondas suaves que le enmarcan la cara. Por un segundo pienso que la estoy imaginando, que es culpa del café que no me he tomado.

Pero no. Está ahí, de pie en el umbral de nuestra oficina, mordiéndose el labio inferior con una mezcla rara de nervios y determinación.

Noto cómo se me tensa el pecho.

Vaya forma de empezar el lunes.




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